Día 49: Amalia crea una colmena-trampa para eliminar al bicho asesino

Por Rivelino Rueda

Y entonces murió.

Y él no sabía que estaba muerto.

Yacía junto a él en la oscuridad

y oía a la tierra oscura hablar de amor de Dios

y de Su belleza y Su pecado;

escuchaba el oscuro silencio

en que las palabras son los hechos,

y las demás palabras que no son los hechos,

sólo son huecos de las carencias de la gente.

William Faulkner/Mientras agonizo

Nomás verle el semblante de terror provoca que se cumplan sus exigencias. Doña Amalia está lejos de la “trampa para el coronavirus” y su cuerpo de anciana tiembla de pavor. Pide a la cajera en turno un garrafón de agua de veinte litros, un cloro de a litro y pagar el recibo de luz. Nada más.

“Pero rapidito por favor”.

A dos calles de ese Oxxo está su escudo protector. Fuera de ese círculo la señora de sesentaiocho padece de esquizofrenia, de “un hueco espantoso aquí mero”, entre el vientre y el estómago diabético y ponzoñoso de abuela enfermiza.

La despachan rápido. Lo más rápido que se puede. Amalia casi corre con las viandas saponificadoras. Las que atraen, atrapan y aniquilan al bicho.

Ahí va. Arrastrando tarumba la carretilla de dos ruedas con el enorme peso del garrafón. Ahí va. Abrazando la botella verde de cloro como si fuera un embrión nonato que se arrepintió de no concebir.

Lleva cubrebocas blanco debajo de la nariz, guantes de látex y un delantal del mismo color. Corre para estar protegida. Corre porque es la hora de cambiar la pócima-solución-remedio casero para triturar las entrañas del virus asesino.  

En el árbol que está frente a su departamento, en la planta baja del edificio que hace esquina en las calles de Casas Grandes y Concepción Méndez, en la colonia Atenor Sala, de la Alcaldía Benito Juárez, cuelga de la bifurcación principal del tronco madre una caja de zapatos de cartón. Doña Amalia la desamarra con eterna paciencia e ingresa a su domicilio.

En veinte minutos está listo el ungüento-catalizador-remedio-trampa para la peste. La fórmula ya va dentro del cofre color ocre de cartón con la publicidad de la marca de tenis Converse. A los costados y en la tapa superior, Doña Amalia recortó con un cuchillo de cocina dos agujeros de unos cinco centímetros… “Por ahí entra esa cosa y ya no sale”.

Es tanta la convicción que uno se puede imaginar la muerte misma, la agonía bárbara, la cúspide agonizante del bicho arañando las paredes de la caja de cartón; la sonrisa horrible, el río de cenizas viscosas, de membranas espumosas derritiéndose en ese armadijo colosal.

Describe la fórmula letal. Pero pide difundirla para “salvar el mayor número de vidas”. Señala hacia Obrero Mundial y dice que, por ejemplo, la medida de Doña Carmelita es efectiva, “pero sólo para ahuyentar el virus, no para eliminarlo. Este sí es para eliminarlo por completo”.

Doña Carmelita colocó en el dintel de su portón un ramillete de hojas de helecho amarradas con una cinta roja, aunque entre los tallos –detalla Amalia—“hay que colocar un sagrado corazón y una imagen del Santo Niño de Atocha”.

Bueno. La anciana se emociona al revelar su secreto. Irradia alegría y satisfacción al saber que puede ayudar en algo. Sólo aclara una cosita… “Es una receta de mi abuela, de allá de cuando fue lo de la gripe española (en 1918)”.

“A ver. Es sencillo. En un trapo de paño rojo se vierte cloro, lejía, jabón Zote rosa disuelto en agua. Medio limón. Una cucharada de miel de abeja. Luego untar pomada de ‘vaporrup’. Agua bendita y, ahí le va lo más importante: pincharse el dedo y dejar caer una gotita de sangre para que atraiga al bicho. Se amarra el trapo con un lazo para que suelte su esencia, su jugo pues. Se mete a una caja y se cuelga en el árbol más cercano, a la altura de la cabeza. Es, digamos, como una especie de colmena para ese bicho”.

Doña Amalia ya no quisiera salir de casa, pero recuerda que ya no tiene agua bendita. Esa –dice—se la proporciona el padre Oliva, de a cien pesitos el litro. Tiene que ir hoy por ella. No queda de otra.

Ya nomás pide no acercarse tanto a la colmena-trampa para el coronavirus. “Luego encuentro ahí adentro de la caja abejas, avispas y libélulas. No le vaya a picar una”.

Día 49 de la peste. Con un deceso cada 5.4 minutos en las últimas 24 horas, la Secretaría de Salud anuncia la jornada más letal de la pandemia por Covid-19 en México, al registrar 236 decesos en un día.

En el informe sobre la evolución de la pandemia del coronavirus, José Luis Alomía, director de Epidemiología, detalla que los fallecimientos que se registraron en el país del lunes en la noche al corte de martes, pasaron de 2,271 a 2,507.

Los casos confirmados suman 1,120 nuevos registros, es decir, se incrementaron de 24,905 a 26,025 en un día, lo que representa un crecimiento del 4.6 por ciento en las últimas 24 horas, mientras que los casos activos se elevaron de 6,696 a 6,708, es decir, 12 casos más en un día.

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