Por Rivelino Rueda
–Pero, ¿cómo pueden vivir así?
—estalló con voz de indignada incredulidad.—
No es posible.
Bernard se encogió de hombros filosóficamente.
–Sea como quiera –dijo–,
llevan haciéndolo cinco o seis mil años.
Creo, pues,
que ya deben estar acostumbrados.
Aldous Huxley/Un mundo feliz
Las calamidades tienen sonido. El de una pandemia es parecido al hipnótico murmullo del centro de un huracán. Es un silencio quieto, rígido, ingrávido. Luego el caos, la destrucción milimétrica, matemática, algebraica. Pero este silencio es distinto. Entre metálico y con zumbidos lineales.
El pico de la curva epidemiológica tiene gemidos de calendario estático, que siempre marca un mismo día; de diccionario analógico, que inicia en la letra “j” y termina en la letra “e”.
Los ruidos de estas horas mascullan genealogías antiguas de otras pestes, de otras plagas, de otros martirios propinados por ejércitos invisibles.
También los terremotos tienen sonidos. La liberación de energía en masa desde las profundidades de la tierra genera un eco escalofriante, como una descarga eléctrica encerrada en un cofre de bronce. Como ondas magnéticas rebotando en un casco de mercurio.
Pero también los ruidos de la peste tienen ruidos de hartazgo y síntomas alternos a los ya conocidos.
“¡Y ahora ya salieron con la pendejada esa de poner anuncios amarillos para decir que allí son zonas de alto riesgo (de contagios)!” “¡Son puras pendejadas!” “¡Yo ya estoy hasta la madre, en serio!” El dueño de Reyna, una perrita de raza Bóxer estalla camino a la tienda.
Su esposa nomás escucha la retahíla de quejas de su marido. Un hombre de unos cincuenta y tres con un reluciente bigote engomado. Carga una bolsa de mandado y arremete contra las nuevas medidas de la Fase Tres. No lleva cubrebocas. Sólo se queja en voz alta. Rompe a su modo el silencio característico de la peste.
Y la ausencia de ruido, de tiempo, también se rompe con nuevos lamentos, con nuevos quejidos, con el descubrimiento paranoico de nuevos síntomas provocados por el mortal bicho de corona monárquica.
“Estoy muy mareada, seguro ya estoy infectada”. “Se me fue el apetito, por ahí vi que es un síntoma más del coronavirus”. “Ya no me sabe la comida ni puedo oler bien las cosas”. “Estoy durmiendo mucho. Vi que el cansancio está relacionado con la portación del virus”. “Los vértigos no me dejan, se me hace que ya valí”. “Estornudé tres veces seguidas, no creo que sea una simple gripita”.
Dolencias que se suceden unas a otras. La tensión por entrar al ojo del huracán de la pandemia, a la zona de un silencio escalofriante, resbala por los rostros de los chilangos más paranoicos y sugestivos.
Todos nos hacemos bolita como animalitos de tierra en nuestro rincón favorito. Entre cuatro paredes que se han transformado en una calca repetitiva de recuerdos, de nostalgias… que ya nos sabemos de memoria.
Día 48 de la plaga. A unas horas del pico de la pandemia por Covid-19 en México, la Secretaría de Salud reporta un total de 1,443 nuevos casos confirmados, es decir, un contagio en 24 horas de coronavirus cada un minuto, así como 117 nuevos decesos, que representa una defunción por esa enfermedad cada 12 minutos en un día.
Hugo López-Gatell subraya que en esta etapa crítica de la Fase Tres, por cada cien mil habitantes en todo el país, 5.4 están contagiados por Covid-19, y confirma que el número estimado de decesos por la pandemia será de entre 6,000 y 8,000 personas.
En el profundo y devastador silencio de la madrugada, surge el cosquilleo por escuchar a Saúl Hernández, Sabo Romo, Diego Herrera y Alfonso André…
Play…
Siento frío, ya no escucho el corazón
En silencio, así todo se quedó
Me has matado, eso tú lo sabes bien
No lo digas, para qué
Nada
Eres nada en mí