Día 80: Las raíces de una República policiaca y discriminadora

Por Rivelino Rueda

En un momento dado

un niño le preguntó a un policía

al ver el cuerpo de uno

de los jóvenes sobre el piso:

“¿Está muerto?”

El policía respondió en afrikans:

Ja, jy kan mos sien

hy es vrek (“Sí, puedes ver

que está muerto”),

pero vrek es una palabra

en afrikans que sólo se usa

para designar no a una persona

sino a un animal muerto.

Verónica Volkow/Diario de Sudáfrica

Es la séptima ocasión en lo que va del año que policías de la Alcaldía Benito Juárez detienen a Leandro. No hay otro argumento más allá que el de su aspecto o porque es joven. Nunca le han comprobado nada, ni siquiera el no uso de cubrebocas. Las únicas insinuaciones han sido que es “moreno”, que “parece delincuente”, que es “pobre”.

Lo cierto es que Leandro vive en un país racista, policial y de hipócritas. Y eso no es de hoy. Es de siempre. Pero ese país de ciegos, mudos y sordos siempre lo niega.

Leandro va y viene en su bicicleta de la Farmacia La Unión a realizar entregas a domicilio en el barrio de la Narvarte. Luego aprovecha para pasar a su casa, a tres calles de la droguería, pero también con su abuela Carmen, en el edificio de enfrente de su departamento.

A sus diecisiete años le chambea duro. Anda de un lado para otro y eso lo hace presa fácil del abuso policiaco, del odio racial. El miércoles, por ejemplo, en un operativo aparatoso de los policías del alcalde panista, Santiago Taboada, el muchacho otra vez fue detenido casi enfrente de su casa.

Así andan los elementos de seguridad en esta zona de la Ciudad de México: embozados, desafiantes, en actitud provocadora. No detienen a los que realmente están cometiendo un delito (y saben quiénes son), como a los narcomenudistas que ya poblaron las calles del barrio. No. Se van sobre los muchachitos que “parecen sospechosos”.

Leandro carga una mochila y siempre es lo mismo. “¿De quiénes son esas medicinas?” “¿Te las robaste?” “¿Son drogas?” “¿Son para tu consumo o las vas a vender?” “¿Sabes que estás en un pedote pinche escuincle?” “¿A qué te dedicas?” “¿Por qué traes esa gorra?” “¿Eres ratero?” “¿Dónde vives?” “¿A dónde vas?” “¿Por qué vistes así?” “¿De dónde te robaste esa bicicleta?” “Tenemos un reporte de asalto de un chavo con tus características” “Dinos la verdad pinche indio o te vamos a partir la madre…”

Luego viene la humillación a los padres, a los abuelos. “¡Abusados con el chamaco! ¡Parece un delincuente por la fachita!” “¡Seguro anda en malos pasos!” “¡Así empiezan y luego terminan en a cárcel o muertos!”

La impotencia. La mandíbula trabada de Leandro. El poli de allá, el más violento, con la mirada de muerto viviente y quijada de psicópata de los que usan “piedra” para darse valor. Los otros carcajeándose. El espejo de los miles de abusos policiales. La discriminación como mecanismo de terror.

Las imágenes de Giovanni López, de 30 años, y de Melanie, de 16 años. La brutalidad, la saña, el odio estructural en un país de hipócritas. Los muchachos desaparecidos hasta este sábado 6 de junio en Guadalajara y la Ciudad de México, por el color de su piel, por ser jóvenes, por buscar cambiar el estado de las cosas por todas las vías posibles.

Un gobernador (Enrique Alfaro Ramírez) que dijo con todas sus letras “no se tolerará que en Jalisco no se use el cubrebocas. No se tolerará que por unos paguemos todos”. La cadena de mando que llega hasta el asesinato de Giovanni López.

El cínico deslinde. El echar la bolita a otras autoridades. El distraer la atención, como siempre, y dejar lo central –el asesinato de un muchacho de 30 años por la brutalidad policial—en un segundo plano. El politizar siempre. El aprovechar la coyuntura para asquerosamente sentirse presidenciable. El historiador de tonalidades fachas (Enrique Krauze) que sale en su defensa. La comparación con el jurista liberal de la Guerra de Reforma, Mariano Otero, cuando era más fácil el símil con algún “camisa negra” de la Marcha sobre Roma de 1922.

Una jefa de Gobierno de la capital del país (Claudia Sheinbaum) a la que desoyen mandos policiacos para reprimir brutalmente a muchachas y muchachos que son calificados (sí, todavía, porque también desde los medios de alienta esa discriminación) de “vándalos”, “encapuchados”, “delincuentes”, “violentos”.

La simulación de que se desapareció a una de las corporaciones policiacas más represivas, más violentas, más perpetuadoras de violaciones a los derechos humanos de los capitalinos, el Cuerpo de Granaderos. Los jefes policiacos en la CDMX históricamente ligados a grupos delincuenciales y a propiciar la brutalidad, la discriminación y el odio.

Día 80 de la pandemia. En el clima enrarecido de estas horas las autoridades sanitarias reiteran que México continúa en emergencia epidemiológica. Hasta este viernes 5 de junio el registro de decesos llega a 13,170, las defunciones sospechosas a 21,554 y el número de contagios activos a 16,015. Ya se habla de que el confinamiento se puede extender hasta octubre o noviembre.

Leandro llora en el hombro de su papá, de su abuela y de su abuelo. Siente en lo más profundo que estas “detenciones por su aspecto” seguirán ocurriendo. Tiene que regresar al trabajo en la farmacia. Se limpia las lágrimas y los mocos con un pañuelo desechable. Su abuela le da la bendición. Ella también llora. El muchacho se arranca en su bicicleta… La discriminación y el odio se quedan.

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