Por Rivelino Rueda
En la perdurabilidad del Santo,
intervienen sus méritos y
de manera notable,
las aportaciones de la máscara
(no ocultadora sino creadora
de su identidad),
y del “seudónimo” que implica
religiosidad y misterio,
fuerzas ultraterrenas y técnicas
de defensa personal que,
de paso,
protegen a la Humanidad.
Carlos Monsiváis/Los rituales del caos
Embalsamarse la boca en la pandemia ha sido todo un asunto. Los tozos de tela que portamos en el rostro, o en las orejas, o en la barbilla, o en el cuello, no sólo se han convertido en un tema de sanidad, de prevención, de sugestión y hasta de apariencia personal. Los cubrebocas han sido también, desde el inicio de la peste, un asunto de deleznable golpeteo político.
Judith Campos se observa en el pequeño espejo circular. Pasa el dedo índice por la nariz, por los labios, por la barbilla. El tapabocas con estampado de tigre la convence. “Me lo llevo puesto”, le dice al marchante del puesto del tianguis de los viernes de Obrero Mundial.
Manuel mutó su negocio de venta de estampas y parches de tela, al de cubrebocas, gel antibacterial, guantes de látex y caretas protectoras de acrílico. “Adaptarse o morir”, lanza el bigotón de 130 kilos de peso e hipertensión inconmensurable.
Judith busca el regateo cuando indica que se llevará dos mascarillas de niño, una de Max Steel y otra de Dora la Exploradora, un cubrebocas negro con el estampado de la marca Hugo Boss para su esposo. Consigue el descuento. Paga y emprende el camino a casa. Manuel mastica sin piedad unas gorditas de suadero con harto queso Oaxaca. El trozo de tela del comerciante ahora es una atractiva gargantilla.
Luego Laura pregunta por el diseño del Joker. Agotado. Luego Hugo López-Gatell, vocero único del gobierno federal por la pandemia de Covid-19 se monta de nuevo al tema de los cubrebocas. No suelta el asunto. Es algo personal. En la noche de los 13,511 decesos acumulados y los 19,278 casos de contagio activo, el funcionario receta una nueva cátedra de su obsesión en esta crisis epidemiológica: “los tapabocas sólo generan una sensación de seguridad falsa”.
Y ahí vamos de nuevo. La innecesaria soberbia de decir entre líneas “vean, yo tengo la razón, un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) avala mis dichos”.
El informe diario de rendición de cuentas sobre el avance de la peste literalmente desperdiciado por el afán protagónico de “tener la verdad absoluta”, incluso en medio de la tragedia por el caso de Giovanni López, el muchacho de 30 años asesinado brutalmente por policías del municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco, por no usar cubrebocas.
Georgina e Iván optan por despojarse la malla sanitaria para saciarse de besos. Omar prefiere llevarlo colgado de una oreja. El presidente de México necea en este tema y determina protegerse del bicho con un “detente”. La jefa de Gobierno de la Ciudad de México contradice e instruye su uso obligatorio en la capital del país. Nuria no se anda con pequeñeces y porta dos cubrebocas a la vez. Armando lo lleva de barbilla y Gustavo se sofoca, por lo que decide dejar su nariz chata de fuera.
Enrique Alfaro, el singular gobernador de Jalisco, da la orden a sus cuerpos represivos de la policía hacer valer su instrucción de “no tolerar” que sus gobernados no usen el trapo bucal. Y sí. No lo hace por su enorme compromiso para enfrentar la pandemia, lo hace por su enorme compromiso por politizar la emergencia epidemiológica, por su afán protagónico, por su carácter autoritario, por su bravuconería de arrabal.
Luisa María Alcalde, secretaria del Trabajo, es vapuleada en redes sociales al difundirse un video en donde no usa cubrebocas en un centro comercial. Alfredo del Mazo, gobernador del Estado de México, es ovacionado por los medios (acostumbrados a recibir millones de pesos en publicidad de ese mandatario) por portar la tela quirúrgica en un acto con Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional. López-Gatell se convierte en primera plana por dejarse, por unos segundos, ver con cubrebocas en la conferencia de las siete.
Hilario no deja pasar a su tienda de abarrotes si no se porta el bozal antiepidémico. Lupita trasciende en la historia de las pestes al hacer un agujero en el centro del tapabocas para poder fumar sin la necesidad de estar quitándoselo y poniéndoselo. Paloma mejor lo utiliza como separador de libros y Teodoro va coleccionando telas diminutas que va encontrando tiradas en la calle.
López-Gatell no disimula lo que para él es su victoria en este debate. Y sí. Un debate que también contribuyó a que se politizara de la manera más absurda:
“En México no cambia nada porque es lo que hemos venido presentando, diciendo, y está en nuestros lineamientos desde febrero. Entonces, quien quiera usar un cubrebocas, que lo use, pero que tenga en cuenta que no es una barrera de protección absoluta, y que si no se usa de manera correcta, incluso podría ser perjudicial, porque podría contribuir a contagiarse y a contagiar a otras personas. Esta idea generalizada de que cubrebocas es la solución, es una idea no cimentada en el conocimiento científico”.
Manuel manda pedir un refresco de cola de dos litros para bajar las garnachas. No puede moverse del puesto porque las ventas han sido buenas. No desaprovecha la oportunidad para anunciar a la clientela que a la brevedad saldrá un nuevo modelo de cubrebocas y caretas de acrílico “con el estampado del doctor Gatell”.
“Esas, como las del Joker, serán un exitazo”, asegura el comerciante….
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