Por Marco Jiménez
A lo largo de la historia de México han sucedido hechos que pueden ser inverosímiles en la historia de cualquier otro país, pero no en el nuestro. Esos eventos han marcado la historia, sociedad, cultura, economía, geografía, entre muchos otros aspectos que conforman México.
Desde tiempos antiguos México se ha distinguido en el mundo por tener culturas con antigüedad de más de 4000 años, como la Olmeca, Teotihuacana y Maya, entre otras, y que se pueden considerar como culturas madres.
Desde la antigüedad existe una división de culturas, donde la conquista era parte de la obtención de mayor territorio, por ejemplo, los Mexicas conquistaron parte del territorio nacional y su caída se llevaría a cabo con la conquista de los españoles y con ayuda de los Tlaxcaltecas.
Este hecho es fundamental en la historia de los mexicanos de aquel entonces y de nuestro México actual. No se ha superado. No hay perdón.
La historia se empeña en mostrarnos nuestras flaquezas, nuestros errores e incluso nuestras virtudes; nosotros nos enfocamos en no verlas, aceptarlas o cambiar.
Es un ciclo que lleva siglos y parece no importarnos, volteamos a ver algún distractor que nos impida reconocer lo bueno que se ha construido como país, nos enfocamos de manera obsesiva en todo lo malo que tenemos como sociedad, en nuestro pasado, sin embargo, tampoco se mueve un dedo por cambiar el futuro que no está escrito, pero es igual a nuestro pasado.
Estamos en una rueda, como el hámster, donde la rueda es la vida y nosotros el hámster, corriendo sin rumbo y siempre de la misma manera.
Repetir el pasado nos ha costado perder territorio. Nos costó una independencia, invasiones, una revolución y desangrar literalmente a la sociedad, de aquellos tiempos y de la actualidad, nos perdemos en conceptos o intentos de cultura que nos hace perder aún más nuestra identidad.
Buscamos una identidad que no nos corresponde, aunque tenemos una que ahí está, pero nos da pena aceptar: la cultura indígena, la cultura del saber, la cultura de la exactitud, de la virtud, de los guerreros y la creatividad.
Tenemos otra identidad que tampoco aceptamos, la de ser hijo del indígena y español; la que fue rechazada porque no se es de allá ni de acá. Ahí se perdió completamente nuestra identidad, la aceptación de lo que actualmente somos, mestizos, donde ahora se piensa que los españoles eran lo peor y otros piensan que era lo mejor.
Pero démonos cuenta que somos hijos de tlatoanis, de ingenieros que crearon ciudades, pirámides, acueductos y una ciudad encima de un lago. Hoy en día es sumamente difícil repetir esas hazañas.
Somos todo eso y a la vez nada de lo dicho. Somos una sociedad que no se reconoce en la historia, en su territorio, y se sorprende cuando nos cuentan la historia de los europeos, de los estadounidenses o por cualquier cosa que creemos es mejor de lo que tenemos en nuestro país, nos surge el malinchismo.
Continúa el rencor sistémico hacia Malintzi, ese rencor que llevamos en nuestro ADN, que parece insuperable, que carcome a la sociedad a través del tiempo, que demerita nuestra cultura. A veces parece que al mexicano le gusta ser conquistado y validar su eterno papel de víctima, su eterno estado de insatisfacción.
México es algo hermoso, único, donde sus ciudadanos nacen donde les da la chingada gana, como diría Chavela Vargas. Hay muchos Méxicos que convergen entre ellos y que hoy es necesario se reconozcan, convivan y se unan para dejar los prejuicios de lado, esos que nos han acompañado durante siglos.