Por Irma Yolanda Ramírez Orozco
Señorita no puedo comer, lo que pasa es que no tengo dientes. Sí, ya sé que en el cajón del buró está mi dentadura, pero no la voy a sacar y ahorita le voy a decir por qué. Antes, no sea malita, sáqueme de una duda. Me dijeron que usted viene como voluntaria. ¡Ah! Está bien. Ojalá no le guste el chisme, porque de cualquier manera no espere que hable mal de mi vecina, sus razones tuvo para dejarme aquí. En esta casa me tratan bien, convivo con gente vieja como yo y ahí la llevo, ratitos a pie y ratitos andando, voy pasando el día a día…sí, sí extraño a mi familia, no le voy a decir que no, pero pues mire, siempre me esforcé porque a mis hijos les crecieran las alas y ahora no voy a poner el grito en el cielo porque echaron a volar y cada uno agarró su rumbo. Sólo mi vecina viene de vez en cuando, ella me trae noticias de mis dos hijos y mis nietos que viven en San Francisco. Fíjese que …señorita… No se vaya, mire, le voy a contar. ¡Ah! Eso le iba a decir. No, mis dientes no están rotos, ni chuecos. ¡Que esperanzas! Fíjese que dentaduras tuve varias, una me sacó ampollas. ¡Y la que me hizo una llaga! Todas me mantenían en un grito, no, puras calamidades, pero cuando me puse la dentadura que está en el cajón del buró, todo fue diferente, mi vida cambió como de la noche al día, pude comer de todo y mi digestión siempre a tiempo, como relojito. No me daba lata, bueno, de vez en cuando alguna travesura; de pronto me mordía un dedo o jugaba a las escondidas, la dejaba en el baño y aparecía en la cocina, se tapaba con una servilleta y se echaba un clavado al bote de la basura. Oiga señorita pero eso no fue todo, al paso del tiempo empezó con sus rebeldías. ¡Hágame usted el favor! De pronto, sin razón alguna empezaba a castañear y no era que tuviera frío, ni miedo, lo hacía nada más para llamar la atención. Pero…oiga…señorita…tengo que aclararle algo, le platico todo esto porque quiero pedirle que por favor le eche una llamadita a mi vecina. Si le digo a la enfermera que necesito hablar con ella, lo único que voy a lograr será una sonrisa insípida, o un ajá con los ojos para arriba como queriendo disimular que no hará nada. Pero usted sí me va hacer caso. ¿verdad? No puedo sacar mi dentadura del cajón del buró porque tantito así y me muerde. No me lo va a creer pero se volvió muy majadera conmigo, empezó a obligarme a mantener la boca abierta para que me tomara la medicina. Me empujaba los labios para arriba para que a fuerza, le cepillara los dientes. A veces, cambiaba su mal genio y toda coqueta, sin pizca de pudor, quería enseñar…hasta las encías. Cuando se fueron mis hijos, eso lo pude aguantar con bastante fortaleza, pero mi dentadura toda encorajinada, se aferró a no abrir ni para comer, por eso se le trabó la mandíbula; fueron terribles aquellos tiempos de apretar y rechinar los dientes. Al fin logré que aceptara las cosas como son, aunque a regañadientes. Pero sólo a ratos. Y ahí la tiene usted de la crisis a la desesperanza, de la desesperanza a la crisis, tocó fondo. Sí, hasta el fondo fue a dar cuando de pura desesperación se quiso fugar y se aventó en un salto mortal hasta el suelo. Pero mire usted como hay gente buena en este mundo, no faltó quién me ayudara a rescatarla y ahí me tiene, bañándola con lechuga para que se le bajara el susto. Al fin de cuentas también de esa mala racha salió muy campante, sin desgastes ni chuecuras. Cuando pensé que después de la tormenta había llegado la calma y la cordura, porque mordía bocados chiquitos, masticaba despacio: creí que así prudente y discreta iba a ser para siempre, viene la visita de un compañero, se me ocurre pedirle que le echara una llamadita a mi vecina y me va diciendo que no, porque dizque estaba prohibido. Pues ni tarda ni perezosa, sin decir agua va, que la dentadura le muerde una oreja. ¡Válgame! No sabe la vergüenza que me dio. Toda sonrojada pedí disculpas y en cuanto el hombre se fue, la castigué: ¡Ándele! ¡Al cajón oscuro y sin comer! Y pues lo único que logré fue que se volviera brava. Apenas abro una rendijita del cajón se lanza contra mí como si tuviera rabia. De veras, mire mi brazo, esto me lo hizo el otro día que estaba desprevenida. Ahora tengo estas pinzas a la mano para defenderme, porque sino, me avienta unos tarascazos como si yo me lo mereciera. Y eso sí que no, señorita, no se lo voy permitir…por favor no insista… por mi seguridad, pero sobre todo porque se ha portado mal, ahí se va a quedar hasta que recapacite. Pero…señorita… hágame un favor, háblele a mi vecina, ojalá a usted sí le conteste, mire, aquí traigo apuntado su número, márquele, es que ella sabe cómo comunicarse con mis hijos, para que les diga que ahora en Navidad, no me manden regalos, porque sabe qué: me urge que vengan, darles sus coscorrones a esos canijos y después abrazarlos con mucho cariño. Y ya aprovechando el viaje, me ayuden a domar esta fiera con dientes que tengo encerrada aquí adentro, porque en un chico rato va estallar; que vengan antes de que la furia se le congele y se vuelva un dolor tan grande que ya de ninguna manera lo pueda soportar.
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