Por Rivelino Rueda
En la guerra
me convertí en una persona mejor…
¡Indudablemente!
Me hice mejor persona
porque allí había mucho sufrimiento,
y yo también sufrí mucho.
Allí lo nimio se desechaba enseguida,
era superfluo.
Allí todo estaba muy claro…
Pero la guerra se vengó de nosotros…
Nos da miedo reconocerlo
incluso ante nosotros mismos…
La guerra nos alcanzó…
Svetlana Alexiévich/La guerra tiene rostro de mujer
Pasa que en casi cien días un bichito invisible ha causado más estragos en la tierra, quizá desde la Segunda Guerra Mundial. Pasa que el confinamiento de millones de seres humanos dio un vuelco radical a las nuevas formas de convivencia y organización.
Pasa que transcurrirán muchos años para darnos cuenta de la magnitud de lo que hoy estamos viviendo.
Pasa que el miedo –ese mecanismo de control y de parálisis que históricamente ha marcado el rumbo de los cambios políticos, económicos y sociales—ya gangrenó el sistema neurálgico de las relaciones humanas con nuevos mecanismos de discriminación, segregación, distanciamiento y estigmatización. Pasa que el miedo parece haber ganado la partida.
Miedo a disentir. Miedo a oponerse. Miedo a decir “no”. Miedo a estar solo. Miedo a bajar a nuestros propios infiernos. Miedo a perderlo todo. Miedo a perderlo todo no teniendo nada. Miedo al contagio. Miedo a la muerte. Miedo a tocar el tubo del Metro. Miedo a conversar de frente. Miedo a mirar y a ser mirado. Miedo a ser.
Miedo al aire que se respira. Miedo a responder el mensaje. Miedo a la luz. Miedo a la noche. Miedo al relámpago y al aullido del perro. Miedo a quedarse sin empleo. Miedo a la chicanada del dueño de la empresa. Miedo a salir. Miedo a lo que se come. Miedo a tomar la llamada. Miedo a cerrar el negocio. Miedo a quedarse otro día sin comer. Miedo a la fosa común. Miedo a dar los buenos días.
Aspirar y exhalar para saberse vivo. Toser y sentir un abismo enfrente. Sortear migrañas pensando en la muerte, en integrar esa lista de 19,747 muertes por el “sarscovdos” hasta este jueves 18 de junio. Atragantarse en silencio con alfileres en la tráquea. Tener una fiebre luciferina por unas horas. Atragantarse el llanto. Atragantarse el miedo.
Afianzar rencores remotos en vigilias eternas. Naufragar en las dudas presentes, pasadas y futuras. Amamantar patrones de ira con los párpados pesados como océanos. Decir adiós sin despedirse. Esperar. Esperar. Esperar una “nueva normalidad” que no llega. Esperar en silencio el apareamiento de insectos, la putrefacción de alimentos, los estados de ánimo del tiempo.
La tortilla incipiente. El aroma que perdió el sentido. La garrafa de vino enmohecida. El vaho de otras épocas, de otras historias. Las polillas devorando serpientes. El torrente de olvidos. Las punzadas de una arritmia amorfa.
Miedo a no vernos de nuevo. A que la peste gane una guerra desigual. Miedo a que las voces de los nuestros se silencien en ahogos nocturnos y fiebres solferinas. Miedo a aspirar el aire de todos. Miedo al olvido, al fracaso y al comenzar de nuevo. Miedo al mismo estado de las cosas, a la estática normalidad de terror e injusticias.
La desconfianza como principal palabra en nuestro diccionario de egoísmos, de facetas que sólo se acomodan a una nueva realidad. Las mezquindades y las miserias en las horas más difíciles. El reloj alrevesado. Los días lineales, monótonos, heridos de muerte pandémica. El tufillo de arrogancia del privilegiado. La hilarante búsqueda de culpables y de verdades absolutas.
El cinismo como sinceridad, como diría Carlos Monsiváis. Lo grotesco que produce ternura, como anotó Jorge Ibargüengoitia. Las cagadas de pájaros que son un recordatorio puntual que seguimos vivos. Los millones que no tienen de otra más que salir a la calle para ganarse unas monedas y llevarse algo al estómago. Los millones que día a día se echan un «águila o sol” en las ventiscas cerradas de la plaga asesina.
Miedo a irse así nomás, con un tubo atravesado en los pulmones. Miedo a ser un muerto olvidado, una cifra. Miedo a una muerte como botín político de alguien. Miedo a formar parte de campañas de propaganda. Miedo a la ruindad. Miedo a la peste. Miedo a sucumbir sin ser reclamado. Miedo a los cien días de la peste.
…
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