Por Rivelino Rueda
Mi pensamiento es yo,
por eso no puedo detenerme.
Yo existo porque pienso…
y no puedo dejar de pensar.
En este mismo momento
–es atroz—
si existo es porque
me horroriza existir.
Yo, yo me saco de la nada
a la que aspiro;
el odio, el asco de existir
son otras tantas maneras
de hacerme existir,
de hundirme en la existencia.
Jean-Paul Sartre/La náusea
Aída clava una mirada de impotencia y cólera en el hombre de camisa azul turquesa y corbatita negra. El individuo no sólo acaba de expulsar un estruendoso estornudo sin cubrirse la boca.
Aún descienden, lentas y a contraluz, las partículas de baba y excremento pulmonar del sujeto. Eso no es todo. Se hace el ofendido cuando la mujer lo reconviene por su notoria estupidez e irresponsabilidad. Revira como todo un macho en pandemia y en no pandemia.
–¡Le vale tres mil kilos de verga si me tapo o no me tapo el hocico! ¡Pinche vieja!
Los dos hombres que lo acompañan –incluso uno de ellos con la mitad del rostro aperlado por el expelo de su amigo– sueltan una potente carcajada y se burlan de Aída.
La mujer de unos cuarenta años traba la mandíbula. No dice nada. Da media vuelta y abandona la Taquería Luna, una fonda en la esquina de Doctor Barragán y Obrero Mundial.
Sin cubrebocas, apretujados en tres banquitos al exterior del local, los hombres celebran su hazaña… El reloj pandémico por el “sarscovdos” alcanza este viernes 12 de junio los 16,448 decesos.
***
“El Roñas” ya es un despojo lastimero con esa tos de animal herido. Los compas del camión de basura se ríen de él como si se tratara de un patiño de carpa que juega a estar enfermo. Nadie se inmuta cuando el muchacho de veinte años entra en una de esas crisis asfixiantes de espasmos guturales.
“¡Nomás te estás haciendo pendejo para no trabajar, pinche ‘Roñas’!” El morro ríe, pero de inmediato comienza otro agudo acceso de tos seca. Escupe entre el costal de botellas de vidrio y las pacas de cartón un material verdusco fluorescente.
“El Tobi”, “La Marrana” y “El Natalio” no bajan la guardia. La carrilla contra “El Roñas” es bíblica. Desde el martes lo azotan váguidos y sopores fulminantes. El chaval es quien arremete con el cencerro para la recolecta de basura en las calles del barrio. Pero ahora casi siempre se la pasa acostado en toldo del camión, desvencijado por el líquido de la podredumbre y el vaho pestilente de tiempos remotos.
No puede ausentarse un día al trabajo. Como están las cosas, dice, “los muy culeros son capaces de reportarme y meter a un familiar a ocupar mi chamba”. Lo dice moqueando por la gripe sospechosa y por las partículas fecales que penetran a los ojos. Lo dice el día que se anuncian 21,872 casos activos de contagio.
Dos cubetas cuelgan a un costado del camión herrumbroso. El óxido concentra millones de litros de líquido destilado en el núcleo de la hediondez. Un recipiente es para el agua jabonosa. El otro para enjuagarse manos y cara del material incandescente de bacterias, microbios y virus emergentes.
“¡No seas pinche marrano ‘Roñas’! ¡Lávate las manos, por eso te enfermas cabrón!”, grita sin pudor “El Tobi” al muchacho de la tos permanente y los ojillos de fiebre luciferina.
***
El hombre da dos pasos laterales a su derecha cuando siente el cuerpo de otro hombre encima, a centímetros de distancia.
–Por favor… Metro y medio de distancia—pide Hilario, el propietario de la tienda de abarrotes El Palmar.
–¡Ps es que llevo prisa! ¡Namás llevo esto!—revira el sujeto con dos cocacolas en la mano.
–Por favor. Son indicaciones sanitarias y hay que esperar turno—revira Hilario en el mejor de los términos. Paciente ante la insensatez.
–¡Uy! ¡Pinches delicaditos! ¡Ahí están sus pinches refrescos! ¡Métaselos por el culo!
Hilario sonríe y pide una disculpa al otro hombre, el que esperaba en su turno el cobro de la mercancía adquirida. Hilario sonríe por la aberración de muchos de creer que la peste es una vacilada….
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