Día 78: La noche de los 1,092 muertos; la noche de los canallas que optaron por politizar

Por Rivelino Rueda

Ayer me dijo un ave que volara

por donde no hay ardor

que lo sufrido no resucita en sueños

y en rezos nunca murió

Que saque el aire de mis ojos

que abrace al miedo con tus sueños

que sea un guerrero de sangre

para que nadie te haga daño.

Saúl Hernández/Ayer me dijo un ave

Que los 1,092 decesos de este miércoles 3 de junio no hayan sido por la suma de las defunciones de la pandemia de Covid-19 en las últimas 24 horas, no exenta que la situación que atraviesa México por la peste del coronavirus sea brutal, de daños incalculables.

Quizá nos tardemos muchos años en comprender la dimensión del cataclismo epidemiológico en estos días negros.

No sólo eso. La tragedia confirma que la peste, el confinamiento, el luto y el humor social nos han hecho un poco más miserables, un poco más egoístas, un poco más aborrecibles…

Tres notas de esta noche brutal así lo dicen: “Vecina ataca a doctora en CDMX y autoridades impiden que denuncie” (Animal Político, 03/06/20). “Detienen a hombre en Ixtlahuacán por no usar cubrebocas y lo regresan muerto” (El Informador, 03/06/20). “Policías matan a golpes a albañil por no traer cubrebocas en Jalisco” (Regeneración, 03/06/20).

Una barbarie que se clava, día a día, con cada una de sus 11,728 historias, como filosas puntas de maguey, como agujas punzantes en las sienes, como hojas de navajas en el cuello. Y estas otras que se acumulan en un listado aparte, las historias silenciosas de las miles de ignorancias y los miles de miedos.

La de bestias quemando casas de médicos. La de enfermeras, doctores, paramédicos, camilleros, laboratoristas, que fueron fulminados por el virus por no contar con el equipo de protección adecuado. La de los miles que arriesgan su vida hora tras hora y son vilipendiados como portadores del aliento letal, como mensajeros del tufo mortífero.

Noche de canallas que le apostaron a la politización de la tragedia y hoy piden “responsabilidad”. Horas de recapitular en el vulgar protagonismo de personajes como Enrique Alfaro, gobernador de Jalisco, que nunca entendió (ni entenderá) los procesos epidemiológicos en una epidemia, que creyó (y que cree) que con palabrerías huecas, bravuconerías y uso de la fuerza se doma un fenómeno de esta magnitud.

Y sí. En esta negra noche, una de las más cerradas y oscuras en la historia reciente de México, el mandatario jalisciense recoge la cosecha de lo sembrado semanas atrás: el odio, el colocar la política por encima de la ciencia, el aplicar el recurso fácil de la represión y la muerte para imponer sus medidas sanitarias.

Ahí está el asesinato perpetrado por policías del municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos, en esa entidad, del trabajador de la construcción, Alejandro Giovanni López, de treinta años, por no usar cubrebocas en la vía pública.

Ahí está el mensaje de un canalla, en su cuenta de Twitter, que todas estas semanas se dedicó a un golpeteo en contra de las autoridades sanitarias federales, argumentando que el estado que gobierna era un ejemplo de cómo enfrentar la pandemia.

“1,092 muertes por COVID-19 hoy en todo el país, 16 de estas en Jalisco. Ojalá que todas y todos entendamos la magnitud de lo que estamos enfrentando y actuemos con responsabilidad”.

Ya veremos que dice en las próximas semanas cuando a Jalisco le corresponda (como dice la ciencia epidemiológica y los tiempos de esa ciencia) el momento más agudo de la peste.

Días en que la tragedia y la política no se utilizan como instrumento de negociación, de acuerdos, de empatía ante uno de los momentos más críticos en el México contemporáneo.

No. La política para “joderse al otro”, para hacer chicanadas, para competir en tiempos no electorales, sino sumamente delicados. Y así también desde la otra esquina, desde los que llevan las riendas del gobierno federal, iniciando por el presidente Andrés Manuel López Obrador.

El tufillo autoritario de regímenes anteriores. La cerrazón de siempre. La austeridad mal entendida. «La estrategia soy yo”, como rezaba una genial portada de la revista Proceso en la campaña presidencial de 2006. La voluntad del presidente, del todopoderoso. La pernada de malabares discursivos y de incompetencias nunca reconocidas.

La obsesión por los megaproyectos en medio del cataclismo epidémico. El decreto de mano dura sobre la militarización del país, no para combatir la inseguridad, porque esa se administrará sola hasta el final del sexenio, sino para lanzar un mensaje amenazador a quienes se atrevan a impedir la construcción de estos proyectos en el Sureste de México.

Es la noche más negra en mucho tiempo. Y aún más dolorosa por la actitud de la clase política y empresarial, siempre ventajosa, lucrativa, nauseabunda. Es la noche más cerrada, más pesada quizá desde aquellas horas noctámbulas de los terremotos de 1985 y 2017.

Y de fondo el ulular diáfano de cientos de ambulancias. El sonido gutural, como ronquido de perro, de una peste que nos ha hecho más miserables, más canallas…

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