Por Rivelino Rueda
Pero mientras vivimos
no podemos escapar ni de las máscaras
ni de los nombres y pronombres:
somos inseparables de nuestras ficciones
–nuestras facciones–.
Estamos condenados a inventarnos
una máscara y, después,
a descubrir que esa máscara
es nuestro verdadero rostro.
Octavio Paz/Postdata
Si algo caracteriza al “Piter” es su bonachona sonrisa, su fácil carcajada, su altivez de cábula consumado. Antes y durante la peste no ha cambiado sus hábitos.
No es de los que se guarda las cosas para que el compa, la competencia, no venda. Es de los que ayuda, recomienda, organiza y levanta el ánimo decaído en el tianguis de los viernes. Va y viene. Nunca se está quieto.
Ya está curtido en estos menesteres. Inició en el arte del tianguismo desde los ocho años con su mamá, Doña Graciela, “que dios y la virgen guarden en su santa gloria (se persigna y ve al cielo)”. Llega desde las seis de la mañana.
Siempre les lleva cuatro horas de ventaja a los de Protección Civil de la Alcaldía Benito Juárez. Cuando dan las diez y las mujeres y hombres prepotentes de chalecos fantoches, caretas impenetrables, jugo o fruta en mano, y aires de grandeza, llegan al tianguis a querer organizar y a fantasear con que supervisan las medidas de “sana distancia”, “actividades esenciales” y “protección sanitaria”, “El Piter” ya hasta fue a hacer cuatro “encargos” que le pidieron los compas tianguistas.
El “ñor” de cuarentainueve ya organizó el armado de puestos con una separación de dos metros. Ya verificó que toda la flotilla de camaradas porte cubrebocas. Que cada estructura tubular de vendimia cuente con gel antibacterial. Que nadie se quiera “pasar de lanza” con los precios, aprovechando la situación pandémica.
“Piter” sonríe aunque esa tela no deje ver su alegre gesticulación, su permanente ensayo de buen humor, compañerismo y solidaridad. No está para protagonismos burocráticos. Menos para perogrulladas huecas. El vendedor de relojes y extensibles está para cosas más importantes. Para ser útil, para apoyar, para las cosas concretas “aquí y ahora”.
Hace rato pasó veloz en la bicicleta de panadero para ir a pagar al banco unos “pendientes” de Rosy, la vecina de los pollos. Luego los de las fritangas, cinco puestos más allá, le encargaron ir a cambiar unos billetes por monedas a la sucursal bancaria que está sobre Eje Central Lázaro Cárdenas. También fue por el desayuno de Don Cuco y de su hijo Ronaldo en el otro extremo del tianguis, con Doña Bertha, la de la barbacoa hidalguense y el consomé reparador.
Al “Piter” no le hace falta ese cubrebocas del “Joker”. Todos saben que detrás de esa tela con un demoledor estampado está una sonrisa más sincera, más poderosa, más solidaria… Una carcajada alivianadora, magnética, permanente. El tianguista no duda en decir dónde las venden y se ofrece a ir por ella.
No cobra por nada. No hace falta. Sólo por su mercancía. Vende tiempo. Comercia con tiempos mejores. Con sonrisas y solidaridad.
Y sí. Los camaradas le acercan cubrebocas para poner en venta porque su changarro de un metro cuadrado es de los considerados “no esenciales”. Pero “El Piter” no puede darse el lujo de no trabajar en esta contingencia epidemiológica.
Día 66 de la peste. El pico de la pandemia sólo fue una alucinación en medio del desierto. Un delirio de enfermo terminal. Falsas expectativas y pronósticos fallidos de autoridades ilusas y de una población irresponsable, egoísta, lastimera. Cuatrocientos setenta y nueve decesos en un día. Otras ochocientas catorce defunciones por confirmar. Dos mil novecientos sesenta nuevos casos confirmados en 24 horas. La espera como lugar común….