Por Rivelino Rueda
Lo que emerge puede hundirse,
y lo que se hunde
puede volver a emerger.
La más estremecedora repulsividad
aguarda y sueña
en el fondo de los abismos
en espera de que llegue su hora,
y la podredumbre se extiende
por las tambaleantes ciudades
levantadas por el hombre.
H. P. Lovecraft/La cripta
–¡Ya no puedo! ¡No estamos vendiendo nada! ¡Vamos a regresarnos ya!
El torrente de lágrimas escurre por las mejillas de la muchacha. Caminan en medio de la calle. Ella a un lado de él. Un pequeño de unos cuatro años va detrás.
El nene sujeta con fuerza la camisa de mamá por la parte de la espalda. También llora y no para de seguir los pasos de ellos.
El hombre empuja un “diablito” con dos cajas de plástico montadas en el soporte metálico. Un mantel cubre parte de la mercancía. Hay quesos oaxaqueños. Hay miel de abeja. Hay tortillas hechas a mano. Hay chapulines.
La mujer no cesa su llanto. El hombre no cesa su caminar silencioso. El nene no cesa de seguir el paso de mamá, aferrado a su camisa. Con mocos escurriendo de su pequeña nariz. Con un quejido parecido al maullido de los gatos.
Los coletazos de la peste trituran, machacan en serio. Tres sombras en la batalla diaria por la sobrevivencia.
Los organilleros no dejan de girar la manivela vieja que entona unas notas desfiguradas… El muchacho no deja de mirar al piso. La mujer berrea un silencio…
Júrame
Que aunque pase
Mucho tiempo
Nunca olvidaré el momento
En que yo te conocí
Calcañares heridos por las eternas andanzas sin rumbo fijo. Las gotas de sal descendiendo lento, arracimadas en la garganta, en el rostro, por la brutalidad de la plaga, por sus efectos colaterales, por los más de 7 mil muertos, por los más de 3 mil contagios en un día, los 781 decesos sospechosos en las últimas 24 horas.
Las aneas de mayo balanceándose entre un calor cerrado. El arrebol púrpura a espaldas de la mujer, el niño y el muchacho…
El muchacho que por fin levanta la vista, se detiene, contiene el aliento y lanza con voz quebradiza…
–¡No nos vamos! ¡Prefiero morir aquí, enfermo, que en el pueblo, muerto de hambre!
…