Crónica de un robo

Por Angélica Ruiz

Todo pintaba para cerrar bien el día. Habíamos logrado llevar a La Muñeca al hospital y su diagnóstico fue esperanzador: Un bolita en su seno que podría atenderse con tratamiento y después la cirugía para llevar el tejido a patología. A pesar de sus 20 años la minina se encuentra en estupenda condición, algo que sorprendió a la doctora. Nosotras -mi suegra, mi cuñada y yo- lo celebramos con la certeza de que La Muñequita se va a recuperar pronto.

Regresamos a casa sin contratiempos; las dejé con la seguridad de llegar a la mía pronto y descansar del ajetreado día. A ritmo de “Si tú no vuelves” de mi Miguel Bosé, comencé a sentir los baches más rudos, nada raro por aquella zona. De repente el carro se sentía diferente y comencé a percibir un olor a quemado… algo me decía que era yo, bueno, no yo el carro, vaya mi rojito. Me orillé donde había un poco más de iluminación, frente a un sitio de taxis vacío, me bajé para ver qué pasaba y cuál va siendo mi sorpresa,  la llanta delantera del lado del copiloto ¡había explotado! Sí… la llanta ya estaba totalmente inservible. Chinflas, y ahora qué hago? Ni pregunten si tengo seguro para estas emergencias por que no… Me acerqué al único chofer disponible del sitio de taxis y con desencanto me dijo que difícilmente hallaría una vulcanizadora abierta a esas horas, eran cerca de las 9 de la noche. “A la vuelta a tres topes”, a lo mejor encontraba una abierta; le agradecí y patitas pa´qué las quiero, de volada fui a buscarla antes de que se hiciera más tarde. Tres topes y nada… lo que vi fue una pizzería que ya iba a cerrar con dos vatos afuera. Les pregunté si de casualidad sabían de una vulcanizadora, pero al igual que el chofer me confirmaron que ya estarían cerradas por la hora; preguntaron si tenía refacción, que ellos me ayudaban a cambiarla, pero ya saben cómo nos las gastamos ciertas personas que como yo se confían de más, resulta que no cargaba refacción desde hacía tiempo… ni falta me hacía porque mis llantas estaban “buenas”, en fin, ya vi que no tanto… así que uno de ellos de pinta despreocupada, se ofreció muy amablemente a llevarme a buscar una, porque él conocía bien su barrio y sabía de una o dos que podrían estar abiertas.

Así que sin más ni más, abrió la puerta delantera del coche, se subió con la mochila que cargaba y me dijo: “No se preocupe jefa, ahorita encontramos una. Déle como va ese micro y a la derecha”. La verdad es que no me quedaba de otra: O confiaba, o confiaba… así que fui obedeciendo las instrucciones de mi “ángel de la guarda”, que dijo llamarse Héctor Meza, que trabajaba en un Palacio de Hierro y que en su mochila llevaba unos perfumes bien chidos.  Que los estaba vendiendo a 150 pesos, por si quería uno. ¡En la madre! Mis sospechas no eran tan descabelladas… decidí entonces hacerle la plática en buena onda como para romper un poco la tensión. La verdad es que no sentí que fuera mala persona, como cuando algo no te checa, al contrario, me pareció hasta simpático, pero de que tenía una pinta medio, medio… pues la verdad sí.

Me llevó por unas calles solitarias porque todos los comercios ya estaban cerrados, y la opción uno ya no lo  fue, así que fuimos a otro lugar cerca y los chavos de un taller “no podían” echarnos la mano porque ya iban a cerrar, así que nos fuimos a otra vulcanizadora que también resultó cerrada ¡Me lleva el tren!

-¿Y ahora qué vamos a hacer Héctor? Estoy en tus manos…

No te preocupes, me dijo ya más en confianza, ahorita vamos con Martín, es mi amigo, seguro él nos hace paro. Vete por esta y a la izquierda, bajando el puente te pegas a la derecha… Yo vivo aquí cerquita…

Ahí voy siguiendo las instrucciones de mi seguro salvador. Despacito porque mi llanta ya no daba para más, ¡Imagínense como estaba, como hilacho viejo! Llegamos con trabajo a un puesto de papas y postres y  me pidió que me orillara junto al puesto. Bajó y le preguntó a la chavas que despachaban por Martín. Ellas lo vieron de reojo y las terminó de convencer: Es que es una emergencia, mira. Al ver la llanta destrozada y mi cara de preocupación, se compadecieron y le fueron a gritar. Martin bajó como adormilado porque ya se iba a meter a bañar… Cuando vio la llanta, vio que ya no había más remedio que hacernos paro, le dije que no traía refacción y que mi camino era largo todavía. No con muchas ganas, pero amable, fue a buscar su herramienta y alguna llanta de la rodada de mi rojito. ¡Por fin alguien que nos iba a echar la mano!

Mientras tanto, tuve que confiarle a mi ángel de la guarda que no traía efectivo… que necesitaba un cajero. ¡Ah, no te preocupes! Aquí abajito están los bancos. Vamos de volada, ¡yo te llevo! Y ahí vamos, primero a un cajero y luego a otro… saqué todo mi capital: $400, esperando que con eso librara el gasto inesperado. Héctor se portó a la altura, bueno hasta respetuoso. Me llevó y resguardó sin ningún problema; en el camino me fue platicando un poco de su vida, que estaba soltero y que le gustaba mucho bailar, hasta le disparé un cigarro que nos fuimos fumando durante la caminata de regreso a la casa de Martín, donde todavía seguía en la talacha de la llanta porque no encontraba una de la rodada del rojito.

Aguardamos unos minutos más en lo que terminó la pericia, solo faltaba echarle aire a la “nueva” llanta y ¡ahora sí! ¡Por fin mi carrito podría caminar de nuevo sin problema y regresar felizmente a casa! Martin muy amable me dio las últimas recomendaciones para comprar la refacción, me sugirió algunos lugares y nos despedimos con un “muchas gracias”, luego de haberle pagado por sus servicios. Héctor también se despidió de Martin, le dio las gracias igual y me dijo que por favor lo regresara al lugar donde lo había encontrado. Así lo hice. Regresamos por nuestros pasos y me pidió que lo esperara un poco para recoger su teléfono que había dejado “encargado”; no sin antes preguntarme si me quedaría con alguno de los perfumes o playeras nuevas que estaba vendiendo, ja!

Mientras llegaba, tomé mi celular para revisar mensajes; cuando regresó lo dejé en un orificio debajo del radio y le pedí que me explicara cómo salir al Periférico. Le dí nuevamente las gracias –junto con el único billete que me sobraba de $100- una retribución significativa porque no tenía más-. Agradeció el gesto sin chistar y arrancamos unas calles más adelante para retomar mi camino y él quedarse cerca de su casa. Con toda naturalidad nos despedimos como viejos conocidos, le pedí que se cuidara y él me dio un beso en la mejilla junto con un “cuídate tú también y que te vaya bien”.

Cuando arranqué, quise tomar de nuevo mi teléfono para avisar que ya iba en camino, pero mi sorpresa fue no sorprenderme al no hallarlo… al instante entendí que el beso de Héctor fue más bien de Judas, pues solo fue un distractor para cobrarse “a lo chino” su ayuda… Algo quizá justo para él y no tan desconcertante para mí. Lejos de enojarme fue más bien un sentimiento de decepción por decirlo de alguna manera, porque a pesar de tener la certeza del verdadero oficio de este “ángel de la guarda”, algo me decía que podría tener en su persona un sentimiento de bondad hacia otro… y así fue, porque la verdad si no hubiera sido por él, no sé cómo hubiera resuelto mi bronca. Al final me cuidó y me oriento, algo que siempre le voy a agradecer.

Durante el regreso no dejé de pensar en aquella fábula de “El escorpión y la rana”, en la que el escorpión le pide a la rana que lo cargara para cruzare el río, a lo que la rana le dice: ¿cómo sé que no me picarás? El escorpión le responde: Porque haría que ambos nos ahogáramos. La rana acepta y a la mitad del río el escorpión picó a la rana. Cuando la rana le preguntó ¿por qué? Si los dos vamos a morir; el escorpión respondió: Porque esa es mi naturaleza.

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