Texto y fotos: Mónica Loya Ramírez
“¡Si Roma gana el Oscar cerramos la calle!”, exclama entusiasmado un vecino que se dio cita, junto con un grupo de curiosos, en Tepeji 22. Agita su credencial de elector con insistencia para comprobar que sí es auténtico habitante de esa colonia que ya es conocida internacionalmente.
La dueña de la casa donde se filmó la película de Alfonso Cuarón ha vuelto a abrir la puerta hace unos minutos para platicar con la gente curiosa que peregrina hasta ese sito, prácticamente ya de culto en la Ciudad de México.
Gloria Silvia Monreal sale con una cachucha que tiene bordado “Roma” y una taza de peltre con imágenes de la filmación. Informa que mandó imprimir un libro donde los visitantes podrán estampar su firma y escribirle un mensaje al director.
Da los precios de los suvenires. Gustosa se toma fotos. Sonríe y platica que conoció a “Alfonso” cuando era niño. A esta casa –comenta orgullosa– han venido visitantes de toda la República Mexicana y del exterior, españoles, italianos y estadounidenses.
Todos queremos ser parte de algo grande:“¿Y cómo es Cuarón? ¿Cómo fue volver a verlo? ¿Qué le cambiaron a la casa? ¿Qué pasó con ‘El Borras’? ¿Cómo es Yalitza? ¿Es buena onda?”
Gloria –hinchada de orgullo, con una sonrisa que no borra hasta que una señora comenta que no le gustó el sonido del filme– responde a las ávidas preguntas y se hace un silencio. A la casa le quitaron las protecciones para que fuera como la fachada original. Pegaron encima del piso del patio otro, parecido al de la época.
En realidad, la casa donde vivió el cineasta mexicano está enfrente, en el número 21, pero nunca encontraron a los dueños, y además, “en esta casa había más luz natural” por eso se decidió filmar aquí, afirma Gloria.
Son casi las nueve de la noche del sábado 16 de febrero. Faltan ocho días para la gala del Oscar y el sentido de pertenencia de decenas de chilangos abre los poros en ese lugar iluminado por la luna llena. Saben que en unos días algo grande está por ocurrir. No sólo para Cuarón o para Yalitza, sino para todos los mexicanos.
Llega más gente. Pasan automóviles y se detienen. Todos queremos ser parte de algo. Roma se ha convertido en patrimonio compartido. Hay fotos. Risas. Es como una procesión. Ninguno de los presentes conocerá al director, ni irá a la alfombra roja, pero puede escuchar de primera mano anécdotas e historias de quien sí estuvo ahí.
–¿Quién creen que es Cuarón en la película? –cuestiona Gloria.
–El niño que llora durante la cena, cuando les dice la mamá que se separarán –responde un joven.
–Pues no… es el más chiquito, el más apegado a Cleo.
Entonces cobran sentido sus historias y la gran imaginación que despliega ese niño, que de grande será uno de los cineastas más reconocidos de nuestro país. Y cae uno en la cuenta de que es el único personaje que tiene conversaciones con ella:
–Cuando yo era grande, tú estabas ahí, pero eras otra.
–¿O cuando seas grande?
–No, cuando era grande.
–¿Sí? ¿Cuándo fuiste grande?
–Cuando no había nacido.
–¿Y qué eras de grande?
–Era piloto.
–¿Piloto de qué?
–De guerra.
–¿Y te gustaba?
–Me daba miedo.
Y en la película, llena de recuerdos entrañables para ese niño que era Cuarón, el leivmotiv de los astonautas aparece una y otra vez. Cuando van al cine la única escena que se ve es la de un par de astronautas flotando. Luego en el bosque aparece el pequeño disfrazado de astronauta.
Cuando Cleo va a Nezahualcóyotl a buscar al machito paramilitar, unos niños juegan entre el lodo, uno de ellos trae una caja que simula un casco. Y tal vez una de las historias que desde entonces cobraban forma en su cabeza terminó convirtiéndose en la multipremiada Gravity.
Gloria dice que Libo, la verdadera Cleo, fue varias veces a esa casa. Que es muy seria y no le gusta llamar la atención, pero es muy “amable”. “Ahora anda en Los Ángeles y es invitada especial. Alfonso la adora”. También platica que en esa casa se grabó durante dos semanas nada más. Y que la maravillosa escena de la azotea fue realizada en un set.
“¡Que se vea la placa!”, le suplica una joven al novio. La pareja se toma fotos con la anfitriona y, al llevar varias tomas, ella exclama: “¡Otra más y les cobro!”
Todos queremos ser parte de algo. Luisa Flores, otra vecina, irrumpe en la plática y da una cátedra sobre la zona Roma-Condesa, para “demostrar” que ella es oriunda de la zona. Al final confiesa, un poco avergonzada, que primero vio la película en la “tele”, pero que ya la fue a ver al cine y que “la verdad sí cambia la cosa”.
Hay personas para las que las piedras no significan nada. Hay otras que van a lamentarse a los muros. Otras que adoran huesos. Algunas recorren kilómetros para besar un manto. Todos queremos ser parte de algo.
A Tepeji 22 se viene a confirmar la existencia de Roma, a tener algo palpable y escuchar de viva voz a una testigo. El evangelio según Doña Gloria.
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