Yalitza Aparicio y la mente colonizada de los mexicanos

Por Antonio Rosales

El rápido ascenso de la meteórica carrera actoral de la protagonista de Roma, Yalitza Aparicio, con su consecuente nominación al Oscar, ha reabierto un debate que muchos mexicanos quisieran ocultar como polvo bajo la alfombra: el racismo y clasismo que impera en México.

No necesitamos que Donald Trump y sus hordas de rednecks nos discriminen. Con el racismo cotidiano entre mexicanos, basta y sobra para terminar de socavar la autoestima de una nación formada con el racismo de los medios de comunicación tradicionales.

La pigmentocracia colonizadora reina en los medios de comunicación. Los modelos de belleza física privilegian un fenotipo en el que no encaja la mayor parte de la población. No solo se trata de pontificar anoréxicas y vigoréxicos, sino también cabelleras rubias y ojos claros.

En el oligopolio mediático latinoamericano, los hombres y mujeres indígenas solo tienen cabida como patiños creados a partir de estereotipos denigrantes, tal es el caso de la avalancha de críticas y mofas racistas que suscitaron los primeros meses de gobierno de Evo Morales. O bien, son ignorados inmisericordemente, como fue el caso de la ex aspirante a la presidencia, María de Jesús Patricio, “Marichuy”.

Para la televisión comercial, los únicos caminos para el indígena son la resignación y la caridad. El estudio, el trabajo y la igualdad no se mencionan para ellos, porque hay un sistema de castas al que eso no conviene.

Así, para Televisa, la única esperanza de una mujer indígena para salir de la miseria, es que el patrón se enamore de ellas, tal como ocurría en las exitosas telenovelas del siglo XX, María Isabel y Simplemente María. Con protagonistas, interpretadas claro, por actrices mestizas que en nada se acercaban a la piel morena de las indígenas mexicanas.

En el siglo XXI, las cosas no han cambiado en las telenovelas mexicanas: La indígena solo puede aspirar a la servidumbre, o de plano no existe.

Los comediantes no se han quedado atrás. Inconscientes de su función, muchos de ellos son bufones que refuerzan estereotipos y conductas que justifiquen y edulcoloren la jerarquía que los grupos dominantes asignan al resto de la sociedad.

Así, para la televisión mexicana, ser indígena era sinónimo de ser objeto de burla y, en el colmo de la hipocresía, ni siquiera ser capaces de reconocerlo. Reírse con ellos no de ellos, se podía comentar, tal como los bullies le dicen a sus víctimas.

Desde el personaje de Madaleno en El Club del Hogar, pasando por la India María, interpretada por la finada María Elena Velasco, hasta llegar a la India Yuridia, el escarnio se da vuelo.

Y no solo en México, en Perú también tienen lo suyo con un personaje infame llamado la paisana Jacinta, que mostraba a las mujeres indígenas como desaseadas y que gozaba de gran popularidad.

En la concepción burguesa y neocolonial del mestizo y criollo que continúa viendo en el indígena mera mano de obra barata, el poblador originario necesita ser deshumanizado para aliviar un poco la conciencia de quienes lo explotan.

En la medida que se niega la humanidad de los grupos vulnerables, el privilegiado descansa, justifica su conducta. “Es que son menos aptos, menos capaces, menos atractivos…”, y la autojustificación da pie al maltrato abierto, a la risa pero también a la hipocresía y a la condescendencia.

La misma hipocresía y condescendencia que mantienen la mayor parte de la clase política y empresarial. Tener a los indígenas ahí, lo suficientemente contentos para que no molesten, pero jamás empoderarlos lo suficiente para pedir ser respetados ni preocuparse por obtener un mayor desarrollo. Tirarles migajas para que no reclamen, pero introyectarles que no deben pedir más.

La justicia también se encarga de aplicar su propia forma de maltrato. De acuerdo a un reportaje de Animal Político y a la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), en 2013 se contabilizaban más de 8 mil 500 indígenas en prisión, muchos de los cuales no contaron con traductores y fueron detenidos por faltas menores.

En 2017, el mismo portal daba cuenta que las cosas no habían mejorado: 8 mil de ellos continuaban en prisión sin sentencia.

La industria de la moda ha hecho lo propio: Las marcas Isabel Marant, Madewell, Zara y Pineda Covalín, han plagiado diseños de comunidades indígenas, aprovechando que estos no cuentan con registro de derechos de autor.

Personas como el actor de telenovelas, Sergio Goyri, y expresiones como “pinche india”, son reflejos de un problema poco atendido y aún menos, admitido. Es la herencia de una mente colonizada.

Ojalá la visibilidad y éxito de Yalitzia Aparicio sea la semilla de un cambio profundo en nuestro país. Un cambio que conlleve otra visión no solo de las comunidades indígenas, sino de nosotros mismos y nuestra relación indisoluble con las etnias del país. Que entendamos que somos un nosotros, y no son “ellos”.

Pero me temo que tan pronto el tema pase de moda, muchos mexicanos volverán a su racismo no reconocido.

Ojalá no. Espero equivocarme.

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