Por Astrid Perellón
Me han escrito para preguntarme por qué parezco dirigirme a padres y docentes o hablar exclusivamente de niños. Es momento de aclarar que las charlas o reflexiones sobre educación que convierto en fábulas tienen el propósito de llegar a quienes no los tienen. Sólo remoldeando nuestro niño interior podemos sobreescribir la formación que recibimos.
El único modo de desechar lo inútil y reaprender lo útil (no me refiero a conocimiento sino a técnicas de percibir la vida) es tratándonos como si fuéramos nuestro hijo favorito. Sí, te hablo a ti que no tienes hijos. Tú, sé tu niño más preciado, tu futuro, tu patrimonio, tu legado. Invierte en modificar tus hábitos y creencias, sustituyéndolas por aquellas que den resultado con lo que te propones ahora mismo.
Cuando refiero aquí temas sobre dejar a los niños ser curiosos, la crianza natural, permitiendo su libre interés y no la imposición de estructuras que los califiquen de competentes, son palabras para el adulto. Alentándote a seguir lo que te apasiona, no dejar que te limiten exteriormente y, sobre todo, jamás dejarte imponer o predisponer al fracaso por tu juez interior.
Mi intención es guiar a los padres hacia la creatividad, entendiendo como <<padre>> todo aquel que crea/cría algo. Cuando concibes una idea, propongo amamantarla lo más posible, seguir intuitivamente su desarrollo natural, permitiendo que llegue a la madurez habiéndose nutrido de las experiencias a su alcance, hasta llegar el momento en el que abandone el nido. Para unos supone un hijo pero para todos, es una metáfora de un proyecto cuando por fin se realiza.
Es así que toda vida es una fábula presta a cambiarse aquí y ahora como mejor nos convenga. Estás a tiempo de corregir la educación de todo niño (el que pariste, o el que albergas en tus recuerdos) por el simple hecho de reconocer que puedes volver a empezar, poniendo en orden lo que deseas para él.