Por Karenina Díaz Menchaca
‘La tristeza de no encontrar pan’, así debería de titularse este pequeño texto, aunque esto no importa. Les voy a contar de mi última desilusión. Las cadenas grandes como franquicias o tiendas que se han logrado reproducir en marcas, de las cuales abunda gente como hormigas encima de un pastel, no dejan de abrumarme.
Sigo echando de menos a mi panadero de la colonia. Un señor, del cual, mala que soy, nunca supe su nombre, moreno, un poco fortachón como de unos sesenta años, con una inmensa sonrisa a pesar de su trajín que no se miraba para nada fácil, él siempre andaba contento con su clientela diaria.
Llegaba desde las cinco de la mañana a esta panadería de la Roma Sur. Su pan siempre era del día y sus empanadas, deliciosas. Siempre me sorprendí, durante estos diez años que le conocí. ¿Cómo podía él solo hacer toda esa cantidad de pan? La dueña, una señora mal encarada, a quien sólo le tocaba hacer los guisados para las empanadas y atender por las tardes, nadie la quería.
Un día entré y de mirar cómo trabajaba, no sólo por el tesón en hacerlo, sino el cariño, le puntualicé la importancia de tener su propio negocio. Y con esa sonrisa cómplice, me afirmó que en eso andaba…en el fondo, yo no lo deseaba.
Era una panadería pequeña, pero al pasar por ahí, dejaba las calles con el perfume que complica al hambre por el toque de harina horneada y sus respectivos ingredientes como el dulce de varias mermeladas, los guisados en sus empanadas y la peculiaridad de imaginar el tostado de las puntas del ‘cuernito’ que tanto me gustan.
Ese morenazo, pues, finalmente un buen día ya no abrió la panadería, ni adiós dijo. Sabíamos varios vecinos que la dueña con cara de fuchi ya desde hacía tiempo quería cerrar el negocio. El panadero nos dejaba entrever a varios que ella ya no quería seguir trabajando ¿trabajando?, pues cada quien, finalmente nadie sabe para quién lo hace porque ella que lo hiciera mucho, pues la verdad no. El panadero desde Tecamac llegaba cada día para despachar a muchos golosos y comedores de pan, como yo.
Ahora, ese negocio sigue sin abrir, hay intentos de panaderos que quieren revivir el espacio, pero no lo logran, incluso el otro día, un nuevo dueño pelirrojo hasta terminó regalándome varias piezas de pan porque me dijo que eran de un día antes y que ahí todo el pan que se vendería en un futuro sería nuevo, eso prometió, hasta precios me preguntó. Le recomendé que no dejaran de hacer empanadas. La cosa es que es el día en que siguen sin abrir, y nos han dejado sin pan en la colonia desde hace un par de meses.
¿Qué nos queda? ¿Esas tiendas grandes donde el pan es de manufactura? Definitivamente la gente quiere transportarse menos, hacer menos y trabajar menos, o sólo habla mi tristeza de un pan de a de veras. Por ahora no tengo cercanas las manos de un panadero con una bella sonrisa que ame realmente su trabajo.