¡No me digas señora!

Por Karenina Díaz Menchaca

Hace como un año, uno de los chicos que trabajaban en la empresa se presentó como nuevo elemento. Era muy joven y decía que ese era su primer empleo formal. Se veía muy educado y serio. Pasaron los días. Y de pronto aparecía con una sonrisita típica de alguien que va saliendo de la adolescencia (ahora ya sabemos que la adolescencia dura hasta los 25 años, entonces sí,  el chico del que estoy hablando entraba en esa terna).

Me hablaba de ‘usted’ todo el tiempo, pero yo para ser más coloquial y más en onda (creo que no fue buena idea), le sugerí que no era necesario me hablara de ‘usted’ y que incluso podía llamarme con mi nombre.  Al ser nuevo, se le presentaban dudas frecuentemente, entonces se acercaba a mi lugar y preguntaba y yo respondía y así pasaron las semanas. De pronto, algo en su rostro era como un: ‘te vengo a molestar’.  Les juro que no soy paranoica, bueno, un poquito.

Un buen día me agarró de ‘buenas’, así que le pedí, yo muy enfática y pensando en que entendería la invitación: – No me digas señora, me haces sentir de ochenta años.

Imaginen el rostro del puberto casi adulto, con su primer trabajo.

¿Qué elementos le das a un bulleador?

Le dije: No me digas señora. ¿Y qué creen que pasó después? Aún siendo yo su jefa.

Se volvió una especie de  ‘guerrita’ en donde a veces no le ponía mucha atención y otras no estaba de humor para su sarcasmo. En una ocasión se me ocurrió recordarle que No me dijera. ¡Señora! Mala idea.

Habían días buenos y otros malos, tampoco es que se volviera mi obsesión, a pesar de todo, jamás me metí con él en cuanto a su trabajo. No me desquité, aunque pude haberlo hecho. Era puntual y trabajaba bien. Sin embargo, por motivos de ajustes se le tuvo que despedir y esas decisiones no dependen de mí. Caso  cerrado.

Pero qué tal la vez que un señor afuera del hospital me dijo: ¡Madre! No, ahí sí fue cuando me mire a mí misma en un espejo y me dije muy seriamente: ¡Necesitas mascarillas, tratamientos, lo que sea! Está muy feo llegar a ese nivel:  Nivel ¡Madre! ¡A mis casi 45!

Bueno, a ver, ese día del hospital me sentía de la fregada, era un guiñapo, lo que resume eso de que la actitud también envejece. En lo personal no soy partidaria de quitarme los años, me parece una tontería, pero hay que llegar a todas las edades con dignidad. No me pienso vestir como Ilse la de Flans, porque ya no son los ochenta. Pero deprime compañeras. Queramos o no, que nos digan señoras no gusta del todo. Hay un tono que algunos hombres utilizan, hasta, para molestar. Aunque sí, soy una señora.

Fui mamá a los 30, en esa década nadie me decía señora. Llegué a la década de los 40 y un montón de problemas se me han venido encima, y sí, eso deteriora todo nuestro organismo, desde adentro y se ve plasmado hacia fuera.

Las que tenemos niñas ahora entendemos que desde chiquitas hay que enseñarlas a cuidar su piel, su cabello, su cuerpo, su organismo, sus dientes, lo que comen, cómo se desarrollan, su inteligencia emocional  ¡desde ya!  No hay que esperar  a que lleguen a los treinta y tantos y decirles que usen bloqueador solar o que no coman con la boca abierta, yo qué sé, mil cosas que van surgiendo.

Bueno, todo esto para decirles que  señora, bueno, ya qué, soy señora, pero ‘seño’, ‘doña’, ‘madre’, ‘madrecita’, ¡ni madres! No es admisible.

Y lo que aprendí de la lección pasada es que jamás le digas a un adolescente que no te diga señora y otra, que creo es la mejor, que si ya eres una señora, pues te traten como señora. Tú misma, te trates como toda una señora. Si me entienden ¿verdad? Porque  también qué ridícula, ser una señora y comportarte como una chavita.

Aunque a veces se antoja, pero pues ño.

(risas grabadas)

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