Por Jairo Rueda Estrada
Lunes 21 de noviembre, 2016.- No harán falta los atentados del 13 de noviembre de 2015 que cobrarían cientos de víctimas mortales, los bombardeos a las posiciones de ISIS en Siria a manera de venganza por parte de Francia y la posterior respuesta de los extremistas musulmanes contra otros países Europeos. Tampoco hará falta emprender una yihad con cientos de miles de soldados fieles al Islam para conquistar el Palacio de Versalles y derribar la Catedral de Notre Dame.
En el año 2022, el partido creado en 2017 por el joven y carismático Mohammed Ben Abbes, se hará del control político de Francia por la vía democrática. Luego de una primera vuelta electoral en la que Marine Le Pen, la candidata por el Frente Nacionalista Francés no logrará la mayoría absoluta, la “sorpresa” vendrá por parte de La Hermandad Musulmana al quedar en la segunda posición de las preferencias electorales, forzando así la segunda vuelta electoral.
Francia se encontrará convulsionada e inmersa en una total falta de unión e identidad política y religiosa. Los dos periodos de gobierno de François Hollande dejarán totalmente dividida a la nación de la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad.
Por un lado, la extrema derecha del Frente Nacionalista seguirá sacando provecho y cobrando buenos dividendos de la insostenible política migratoria de “puertas abiertas” que caracteriza a Francia desde la Segunda Guerra Mundial.
En el panorama estará también el “Bloque Identitario” y sus “Indígenas Europeos”, que rechazan todo lo que venga del extranjero (particularmente a los musulmanes), y para los que no hay otra opción que la guerra civil. Por otro lado la cada vez más débil y pragmática izquierda que no encontrará un real acomodo en la nueva correlación de fuerzas políticas y caerá al tercer lugar en las elecciones primarias para finalmente demostrar que su antirracismo puede más que su laicismo.
La coyuntura y la latente violencia previa a las elecciones finales llevarán al Partido Socialista y a otros partidos menores a pactar con Mohammed Ben Abbas y formar gobierno. El carismático líder de la Hermandad Musulmana conquistaría con sus ideas modernistas sobre el Islam, su tolerancia y respeto a las otras religiones y su acercamiento con las teorías neoliberales.
No tendrá problema en pactar con los socialistas la entrega de cerca de la mitad de los ministerios que para él no son importantes (Finanzas e Interior, entre ellos) y únicamente exigirá el control absoluto de la demografía y la educación bajo dos premisas básicas: “la subpoblación que cuenta con el mejor índice de reproducción y que logra transmitir sus valores triunfa… quién controla a los niños controla el futuro”, y “todo niño francés debe tener la posibilidad de beneficiarse de una enseñanza islámica desde el principio al final de su escolaridad”.
El panorama anterior se describe magistralmente en Sumisión, la novela de política- ficción editada por Anagrama a principios de 2015 y escrita por “L´ enfant terrible” de la literatura contemporánea, Michel Houellebecq (Saint-Pierre, 1956).
El polémico escritor parece leer el futuro y pone el dedo en la llaga de la Francia contemporánea (y de Europa, valga decir), al plantear un futuro cercano que tras los recientes acontecimientos lo pone en un nivel muy por encima de sus contemporáneos en cuanto a la lectura de los acontecimientos se refiere.
Parece no ser casualidad que la novela salió a la venta en las librerías francesas el mismo día del atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo que se cobraría la vida de una docena de personas (entre ellos su amigo Bernard Maris, colaborador de la revista). Parece no serlo tampoco que el mismo Houellebecq fuera la portada en el último número publicado por la revista previa al atentado.
Desde ese fatídico 7 de enero y por designio del Estado francés, el escritor vive custodiado las 24 horas del día por dos policías y las contadas presentaciones que realiza en público han sido bajo estrictas medidas de seguridad (algo parecido a lo que padece el italiano Roberto Saviano luego de publicar Gomorra). Producto de Sumisión, el escritor ha sido tachado de islamófobo por los musulmanes y de anti francés por la extrema derecha, y se dice ha sido amenazado de muerte.
Algunas de sus polémicas novelas anteriores, Ampliación del campo de batalla (1994), Las partículas elementales (1998) y especialmente Plataforma (2001), además de llevarlo al éxito editorial y al reconocimiento de la crítica, también lo pusieron en la mira de los más críticos que no se han cansado de acusarlo de misógino, pornógrafo, decadente, reaccionario, incitador al odio religioso, y promotor del terrorismo y del turismo sexual, entre otras cosas.
En Sumisión, Houllebecq –ese admirador de Lovecraft (imperdible su ensayo “H.P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida”, Ed. Siruela 2006– nos lleva de la mano por las vivencias de François – el hilo conductor de la novela–, mediocre docente de la prestigiosa Sorbona que se encuentra cansado de su vida, de sus relaciones de pareja cuyo fin es únicamente el sexo (su único interés romántico, Myriam, tiene que huir de Francia por su religión judía) y de la podredumbre de su realidad.
François se enfrasca en su muy personal búsqueda de la identidad religiosa y del sentido de su existencia. Desde joven se encuentra fuertemente influenciado por los textos del sujeto de su tesis doctoral, Joris-Karl Huysmand (protestante convertido al catolicismo), y por otro lado se encuentra con el convincente discurso del brillante Robert Rediger, flamante Rector de la Sorbona Islámica que le abre la mente a las ideas del escritor René Guénon (católico convertido al Islam).
Con la llegada al poder de Mohammed Ben Abbes y la Hermandad Musulmana se le abre a François una segunda oportunidad: “Un poco como le había ocurrido unos años antes a mi padre, se me ofrecería una nueva oportunidad; y sería la oportunidad de una segunda vida, sin mucha relación con la precedente. No extrañaría nada”.
Nuevamente Houellebecq da de que hablar y mucho de que pensar, no únicamente por lo temporal y premonitorio de su novela, sino por la inquietante crudeza y el pesimismo con el que nos dibuja la realidad. La última novela del francés es una novela redonda y admirable.
“Igualmente un libro que nos gusta es ante todo un libro del que nos gusta el autor, al que deseamos conocer y con el que apetece pasar los días”, atinadamente escribe Houellebecq apenas comenzar la novela.