¿Por-qué-ha-blas-ra-ro?

Por Astrid Perellón

Figúrate a mi beba de un año interesada en la decoración de animalitos en un jardín de niños donde una lona informativa asegura son expertos en Terapia del Lenguaje. Sale a nuestro encuentro una maestra que se dirige a mi beba, cautivada por la imagen de un perrito, le señala el dibujo y silabea <<es un gua guá>>.

Figúrate mi cara de emoji que rueda los ojos. Un niño que escucha gua gua, dirá gua gua. Mi hija que me escucha decir <<perro>>, aún no dice perro pues no es una palabra fácil, sin embargo, señala donde corresponde cuando se le pide reconocer un <<perro>>. Al preguntarle cómo hace el perro entonces sí, hace un ruido gutural que nadie le enseñó, sino que imita de los que ha oído (jaum, jaum).

Propongo aquí observar los intereses en lugar de enseñar destrezas. Es un modelo de crianza que existe desde el principio de los tiempos y que se conserva en algunas zonas rurales, donde los niños viven al aire libre, ayudando en las tareas donde escuchan, perciben. Nadie les hace mímicas afectadas diciendo <<or-de-ña-mos la muuuu>>.

Muchos métodos para aprender un segundo idioma están basados en la facilidad con que se aprende el materno: escuchándolo tal como es, repitiendo como se pueda, imitando y practicando. No hagamos como en aquella fábula del aquí y el ahora donde se encerraba tras cuatro muros a los recién nacidos para explicarles lo que se creía que entenderían sobre el mundo. Pasados 16 años de distintas explicaciones modificadas una y otra vez, finalmente se les soltaba en el mundo, dejándolos aterrados cuando un empleador les pedía no solo estudios sino alguna experiencia. <<Estuve tras cuatro muros toda mi vida hasta ahora>>, explicaban pero al parecer la edad de las explicaciones ya había pasado, pues no les recibían ni la mejor articulada justificación.

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