El otro día en el Metrobús…

Por Karenina Díaz Menchaca

De esas señoras que platican con la primera persona que se encuentran…esa vez fue con un chico en silla de ruedas, un muchacho como de unos 30 años sin piernas y de brazos fuertes, corpulento. Comenzaron con algún pretexto como el de cederle el paso para que se acomodara en el espacio que les toca a las personas con alguna discapacidad, afortunadamente no había mucha gente, de manera que pudo acomodarse bien con todo y su silla.

Platicaron del trabajo del muchacho, que se dedicaba a  vender películas pirata, ella como de unos sesenta años, de tez blanca, cabello rubio teñido y al mismo tiempo entrecano, facciones que en sus buenos tiempos debieron ser atractivas y hasta elegantes. Mostró interés, preguntaba todo, como de qué tipo de películas vendía mejor, si se ganaba bien, si le era difícil ejercer su oficio, si se movía con dificultad y todas esas cosas hasta que llegó a una afirmación: la de que esa silla era su compañera, su amiga, su inseparable.

El muchacho lo tomó con filosofía, dijo que era su instrumento, que antes del “accidente” su vida era otra, pero sí, que de alguna manera su silla de ruedas era quien lo acompañaba en todo momento. Las palabras iban y venían, pero él no lograba del todo afirmar que ella tendría o no la razón. Por un lado él dejaba ver lo importante de su silla de ruedas para transportarse y por otro, observé un tono fastidiado, pero quizás no con esa mujer “platicona”, sino con los recuerdos por aquellas piernas, por esos anulados pasos que ya no lo acompañaban en ese momento. Aunque, no lo sé, ni lo sabré, qué pasaba por su cabeza de aquel chico obstinado con la vida.

Finalmente, ese tipo de señoras abundan en los pasillos de los hospitales, en el transporte público, en las salas de espera del dentista, en la cola de las tortillas, y ni se diga en la fila de los bancos, esas señoras son una chinga. ¿Cómo librarse de ellas? Todo quieren saber.

Si uno sale al mundo con deseos de ser libre y estirar los brazos y respirar este aire contaminado, pero felices por algún motivo, con el deseo de caminar y caminar con esos zapatos cómodos lo menos que te quieres encontrar es una mujer que te aborde con preguntas, no importa si son lindas, cómodas, incómodas, simplemente no quieres hablar y lo peor de todos los males es que terminarás siendo un ser despreciable, porque demuestras tu incorformidad de ese deseo de paz, ¿hay que salir con cara de ogro para que nadie te moleste?

Las señoras así cuando te ven y  llevas un niño agarrado de la mano te preguntan en qué año va, qué si le gusta la escuela, que si le gustan las matemáticas; o bien, que si hace calor porque hace calor, que si hace frío; de hecho, queridos amiguitos, el clima siempre es un tema pretexto. Te comentaran sobre lo tarde que ya es, el tiempo es otro tema idea para esas personas, lo caro que está todo, que si el camión ya se tardó en pasar, que si los hombres son malos, que hay que cargar una medalla de San Benito para que nadie te haga brujería, que si los tratamientos de belleza, que si la artista fulanita ya se casó por quinta vez, que si la hija de la Gaviota ya estará en una telenovela (como si me importara), que si….

En el fondo, no crean, siento tristeza, creo que esas señoras preguntonas, en realidad son mujeres muy solas, incluso pueden ser hombres. ¡Y qué curioso!, habemos tantos amando la soledad y el silencio, en fin.

Al final de la historia y para no dejarlos picados, les diré que el muchacho de la silla de ruedas se bajó en la misma parada que yo, en centro médico, y yo me imaginé sus pensamientos: “siempre esta gente con sus cosas”.  Ya casi le pregunto, ¿qué te pareció esta señora?, pero…

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