Por Astrid Perellón
Aquella fábula del allá y el ayer donde despierta un mendigo en la situación de un rey y resulta hacer mejor trabajo que el rey es una ilusión de los pobres. Un cuento que nos hace creer que, ante la oportunidad radical, estaríamos listos para ser quienes no somos. También es una historia donde se establece que la verdadera nobleza no está en el estrato social, sino en las cualidades personales. Esto último es cierto pero centrémonos sobre la falacia de que, quien gana la lotería, de repente ya está listo para gobernar.
La rueda de la fortuna no gira así como así, pues las oportunidades son solo bien aprovechadas por quien está listo para ellas. Es esa la razón por la que un ganador de lotería, es más probable que quede endeudado al no saber cómo administrar su recién ganado dinero. De la misma manera que no sabría cómo manejar las nuevas responsabilidades de amanecer dueño de un imperio empresarial o al mando de una nación, entre otros sueños guajiros que uno concibe. Tales responsabilidades fuera de nuestro alcance se construyen, es decir, pueden estar a nuestro alcance si nos preparamos.
¿Cómo sabríamos obtener, mantener, administrar, hacer producir una fuerte cantidad de dinero si no logramos sacar ventaja de la quincena en lo que llega la otra? No nos frustremos, pensemos que estamos a tiempo de alistarnos y sintamos alivio porque no nos darán de la noche a la mañana una cuenta bancaria en las Islas Caimán. Empecemos por la fábula del aquí y el ahora donde una alcancía de cochinito se ocultó bajo la cama, temerosa de que la rompieran.
<<Pero esa es tu función>>, la regañó un calcetín apestoso.
<<No temo por mi cuerpo hecho pedazos, sino por mi alma compuesta de esperanza en el futuro (las monedas). ¿De qué habrá servido mi carcaza si mi interior se derrocha inútilmente?>>. El calcetín comprendió y sembró tal mal olor que nadie se atrevió a buscar ahí a la alcancía.