El crucifijo y las velas encendidas
le recordaban alguna tremenda experiencia,
cuyos detalles no alcanzaba a definir;
pero que parecían tener relación
con el cuerpo cubierto que yacía en la cama,
que ella no asociaba a su persona.
-May Sinclair; Donde su fuego nunca se apaga
Por Priscila Alvarado
El vacío es polvo. Enredado cuerpo en una bolsa negra, como la perversidad habitada por la fría porosidad de la locura.
El polvo es Sabrina, Christie o todas las despojadas en el engomado desdén social del anonimato. Convertidas con la mirada, en la suciedad ríspida de una roca convaleciente en el asfalto. Mutiladas con soberbias manos, soberbios dedos, soberbia mente, enfermiza, casi putrefacta, de la virilidad enfundada en el engaño de Samuel Little, Ted Bundy o Patrick Bateman –-sin omitir el sinnúmero de rostros varoniles que se reparten nocivos por el mundo–, con máscaras mortuorias en la hondura asumida de la violencia histérica.
Adictos incontrolables a la miel seductora del poder coronado por el dominio, siembran patrones en el imaginario congelado de la sociedad. Primero, para someter el cuerpo de una mujer se valen del dolor agónico en la tortura. O bien, la ambición de la sangre, como oro, evoca a la desaparición de olvido predispuesto en el serpenteo nebuloso de callejones con noche eterna.
Las arrancan de la armonía rutinaria de su propia existencia, para encuadrarlas en un juego pasajero de espasmódica complacencia. Dinero, brutalidad sexual, sangre que pulula por el poro o la piel abierta y, si la fortuna las cobija, el llanto del alma por el futuro desgajado.
El asesinato se antecede por el teatro del feminicida. Patrick adopta la postura fría y encantadora de un vástago hecho rey. Tirano completo, se apropia de la superficialidad que justifica el horror de sus actos. Intenta negarse, aunque sin apremio, para negarles a todos que el único placer que ha consentido se encarna en el estrujamiento de una mujer hasta deshacerla. Para negar el erotismo decadente en el grito ahogado de una garganta penetrada con la brutalidad fálica de su sadismo.
En la levedad de sus actos, representados en el film pseudoartístico de Mary Harron, el psicópata americano recorre caminos laberínticos para presentarse, incluso al espectador, como víctima de la psicosis voraz ensañada en la arquitectura falocéntrica de la metrópoli y el tejido mecánico de las relaciones atomizadas en burbujas insostenibles de la irrealidad.
Patrick huye de lo humano. Procura deslindarse de su mundana identidad sin éxito. Tan humano como todos, grita el autor. Tan agresivo. Tan falso. Tan narcisista. Tan vacío como el sentido de la existencia. Tan enviciado con el mundo moderno[1]. Tan cínico. Patrick huye para que la locura sea el bloque que le de altura en la escalera, adherida inexplicablemente a un muro, que cubre la puerta de entrada de una casa, bloqueando el sinsentido vital de la vida humana.
Tan vacío, grita Patrick. Como el acto de asesinar por placer a una mujer. Provisto de poderosos monstruos.
La muerte nos separa, como el tiempo a la poesía. Prosas que han curtido diferencias en el latido disonante de la distancia entre el hombre y la mujer.
La distancia nos separa, como el feminicida a la vida. Con preguntas estultas que se vienen a la cabeza como falsos problemas, mientras cava la fosa en las formas de la obscuridad.
(Diálogo, como puente entre las voces amuralladas)
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde me ha arrojado la mar en su ola de salmuera. La tierra a la que viene no tiene primavera: tiene su noche larga que cual madre me esconde.
El viento hace a mi casa su ronda de sollozos y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito. Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, miro morir inmensos ocasos dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
· Fragmento de Paisajes de la Patagonia, I. Desolación, de Gabriela Mistral |
Ya que la vida del hombre no es sino una acción a distancia, Un poco de espuma que brilla en el interior de un vaso, Ya que los árboles no son sino muebles que se agitan: No son sino sillas y mesas en movimiento perpetuo; Ya que nosotros mismos no somos más que seres (Como el dios mismo no es otra cosa que dios) Ya que no hablamos para ser escuchados Sino para que los demás hablen Y el eco es anterior a las voces que lo producen; Ya que ni siquiera tenemos el consuelo de un caos En el jardín que bosteza y que se llena de aire, Un rompecabezas que es preciso resolver antes de morir Para poder resucitar después tranquilamente Cuando se ha usado en exceso de la mujer; Ya que también existe un cielo en el infierno · Fragmento de Solo de piano, de Nicanor Parra
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Bibliografía.
- Parra, Nicanor (1997), Antología. Selección, estudio y cronología de Hernán Lavín Cerda, México, D.F. Universidad Autónoma Metropolitana, Cuadernos de la Memoria. Pp. 12 y 20
- Mistral, Gabriela (1976), Desolación-Ternura. Tala- Lagar, México, D.F. Editorial Porrúa, S.A. Pp. 42-43
- Borges, Luis Jorge (1999), Cuentos Memorables según Jorge Luis Borges. México, D.F. Santillana Ediciones Generales, S.A de C.V. Pp. 21
[1] Los vicios del mundo moderno:
El automóvil y el cine sonoro,
Las discriminaciones raciales,
El exterminio de los pieles rojas,
Los trucos de la alta banca,
La catástrofe de los ancianos,
El comercio clandestino de blancas
realizado por sodomitas internacionales,
El auto-bombo y la gula,
Las Pompas Fúnebres,
Los amigos personales de su excelencia,
La exaltación del folklore a categoría del espíritu,
El abuso de los estupefacientes y de la filosofía,
El reblandecimiento de los hombres
favorecidos por la fortuna,
El auto-erotismo y la crueldad sexual,
La exaltación de lo onírico y del subconsciente
en desmedro del sentido común.
- Fragmento de Los vicios del mundo moderno, de Nicanor Parra.