Testigo

 

Por Armando Martínez Leal/@armandoleal71

 

Sí, sí, sí,

el cobre nuestro,

sí, sí, no ha de bastarnos,

queremos todo,

lo siempre ajeno,

lo nunca nuestro,

lo tomaremos,                   

cientos de miles

 

Mario Benedetti

 

Ser testigo, atestiguar, dejar constancia de lo que acontece, de lo que se observa, escucha y lee. Ser testigo es muy distinto a ser un actor, la línea que hay entre atestiguar y actuar es muy corta, casi invisible. Quien actúa, participa, interviene en primera persona del acontecimiento, es más, es un agente activo de los sucesos ya que los provoca. En ese sentido la línea que separa al testigo del actor es la realidad, el primero la observa, da cuenta de ella en tercera persona, el segundo la crea.

 

Durante los siglos XVIII y XIX, la humanidad pretendió llegar a un estadío donde el orden existente se transformara. Fundamentalmente porque el Mal que la azotaba: la religión; que había sido secularizada de la vida pública, dando paso a un nuevo tipo de Estado, una nueva organización política, social, económica y fundamentalmente un nuevo de paradigma de entendimiento de lo humano.

 

Lo humano ya no se definiría a partir de Dios, sino del embate entre razón y libertad, de la elección entre lo malo y lo bueno, entre lo feo y lo hermoso; ciertamente las experiencias autoritarias del siglo XX, desde la Primera Guerra Mundial, que Karl Kraus denominó como:

 

“Los últimos días de la humanidad”, hasta la Segunda Guerra Mundial, con sus tiempos de oscuridad, pueden redefinir el dilema mismo de la razón, en la medida que el desarrollo humano ha optado por lo horroroso en lugar de lo bello. Las experiencias totalitarias ponen en cuestionamiento el proceso de ilustración de la humanidad, la razón como el articulador de la vida humana moderna sufre una profunda crisis.

 

La experiencia totalitaria marcó un tipo específico de vivencia humana. Sin embargo, el pretender cancelar la experiencia totalitaria al Estado nazi, o bien, al Soviético imposibilita el entendimiento de los dilemas que actualmente confronta la humanidad. Un aspecto importante del razonamiento sobre la experiencia totalitaria, particularmente la referente a la nazi, ha sido el predominio de la visión judía, que generó un sesgo profundo en el debate.

 

Los actos cometidos por los nazis fueron de lesa humanidad, es indudable que los esfuerzos sistemáticos por eliminar a los judíos implica ya un ataque contra la humanidad, pero de los millones de muertos en la Segunda guerra, también hay gitanos, comunistas, homosexuales y un largo etcétera; que hace necesario entender el fenómeno más allá de la cuestión judía.

 

Un punto importante derivado de la experiencia totalitaria, es cómo individuos insignificantes, que en apariencia no tenían nada en contra del Otro, participaron activamente en su eliminación, utilizaron todos los avances tecnológicos para acabar con su Enemigo, ese que era su vecino, familiar… ese que en apariencia era distinto a ellos, pero no lo era.

 

Esa racionalidad está profundamente vigente en el proyecto civilizatorio actual, se puede afirmar que no hay una ruptura en dicha racionalidad.

La fase actual del capitalismo lucha con todos sus mecanismos y tecnología por eliminar al Otro, aquellos que habitamos las partes más pauperizadas, que estamos en la base de la pirámide que como no consumimos, somos absolutamente sacrificables. Debemos ser eliminados.

 

El capitalismo ha vuelto mercancías los derechos, desde los fundamentales hasta la justicia misma. Hay que pagar por salud, alimentación, educación, vivienda, acceso a la cultura… hay que pagar por un abogado para no terminar en las cárceles, que hoy zonas francas de esclavitud.

 

Paralelamente a dicho fenómeno el conocimiento que reciben las masas ha sido empobrecido, la función actual de la educación es la de profesionalizar a las masas, se le dan “habilidades y herramientas” para que puedan funcionar en el mercado laboral, pero no se les brinda un conocimiento humanista que les permita transformar su entorno humano, apostando a la solidaridad, la empatía, el amor al otro; la contracara de dicho fenómeno es un individualismo rayano, que roza con la experiencia totalitaria del individuo indefenso: ¡Sálvese quien pueda!, que cada individuo se rasque con sus uñas, aunque los problemas sean colectivos.

 

Esa masa desprovista de inteligencia, ya que no ejerce sus capacidades humanas para obrar solidariamente, entra en una fase tribalista de su condición, estamos ante retrocesos civilizatorios, falsas respuestas ante viejos dilemas, un nuevo fundamentalismo religioso que permea un discurso capitalista donde la riqueza vuelve a ser un designio divino, mezclado con una especie de protestantismo donde la riqueza proviene de cierta actitud ascética e individualista, hace que esa experiencia tribal y fundamentalista, cobre frutos en los triunfos de nuevos líderes carismáticos que se fundamentan ideológicamente en un conservadurismo que atenta contra las nuevas expresiones y experiencias colectivas.

 

Los derechos de las mujeres, los homosexuales… etcétera son vistos como peligrosos, lo mismo que dichas “comunidades”, ahí está la experiencia brasileña con Bolsonaro; o bien, el golpe de Estado en Bolivia, donde la biblia sirve como instrumento legitimador de una nueva forma de totalitarismo, que le ha declarado la guerra a los indígenas bolivianos.

El poder blanco y la esvástica.

 

El poder blanco mutó en la Latinoamérica transformándose en el privilegio que las élites detentan sobre las mayorías. Una reducida minoría domina a las mayorías. Una minoría que ha construído a lo largo de las décadas un discurso racista que ha impregnado a otros sectores de las sociedades latinoamericanas y que no gozan de la riqueza y los privilegios de la minoría; pero aspiran a ser parte de ella.

 

En estos días se pudo observar en la tribuna pública: Twitter, el embate que el subproducto de Televisa: la señora Laura Zapata tuvo contra la senadora Citlalli Hernández, el embate racista y clasista no es nuevo en esta red social, la derecha se ha caracterizado por apelar a los más bajos “sentimientos”, desde su miedo han querido descalificar a quien consideran su ENEMIGO.

 

La derecha mexicana lleva acabo una estrategia para insertar en la plaza pública un discurso que niega la posibilidad de empatía y solidaridad; intenta ante todo volver a su reverso un enemigo, al cual llegado el momento habrá que eliminar.

 

Durante décadas en el espacio público mexicano fueron eliminados los pobres, los morenos… se construyó una supuesta identidad racial mexicana que se tejía bajo mujeres altas, rubias, con ojos claros y extremadamente delgadas, lo mismo pasó con la construcción pública de la masculinidad mexicana, varones fornidos, blancos, altos y de ojos claros, cuando su contracara era representada a través del escarnio. La blanquitud era sinónimo de éxito, lo otro de fracaso.

 

¿Cuál es el estado de la civilización? Si lo medimos a través de las expresiones públicas de la derecha, que lleva a cabo una estrategia donde apela a los “emociones” más bajas, estamos ante un posible retroceso civilizatorio. Estamos ante las postrimerías de un estado de violencia donde el otro debe ser eliminado. A la derecha no le gusta la democracia.

 

Los conservadores de hoy convergen con ese reducido grupo monopólico que posee la riqueza del 82 por ciento de la población; así la política y la economía convergen en “individualizar a la masa”, el target del consumo se extrapola a la división casi tribal de la política.

 

Paralelamente el mundo se uniformiza, lo embates que el subproducto de Televisa, la señora Zapata timonea contra la senadora Citlalli Hernández, son los mismos que la golpista y espuria “presidenta” de Bolivia hace contra un sector importante del andino país, lo mismo que el embate de Bolsonaro contra parte fundamental de su población, ahí también están los ataques del fascista americano… las derechas latinoamericanas dan una misma respuesta a la revuelta de los más pobres, aquellos que en este otoño latinoamericano han despertado y desde diversas trincheras dicen ¡Basta! y se ponen a andar.

 

Se viven momentos extremadamente peligrosos, presenciamos la rebelión de los caídos, pero también la resistencia del viejo orden que quiere permanecer, la lucha es, será sanguinaria, el dilema civilizatorio es ser un simple observador de nuestros tiempos o un agente activo que participa en la transformación del presente.

 

El viejo orden no ha terminado de morir, el nuevo tampoco de nacer, sin embargo, el dilema es muy antiguo o apostamos colectivamente por marcar un siglo XXI diametralmente diferente o sentamos las bases (con nuestra omisión cómplice) para un siglo donde el viejo orden, la eliminación del Otro sea la constante. El dilema es nuestro y es necesario hacerle frente.

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