Por Patricia Monterrey/Rivelino Rueda
En los caminos yacen dardos rotos,
los caballos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua de salitre.
Golpeábamos, en tanto los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo,
pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
– Ms. Anónimo de Tlatelolco (1528)
¡El tiempo se ha vuelto loco!
El tirano de esta provincia, el Juez Montenegro,
por divertirse dispuso el cambio de los calendarios,
sin saber que el tiempo no lo soportaría. Ahora
el juez no envejece ni teme a la muerte: dicen que
tiene huesos de marfil. ¡Y la tierra está enferma!
¡Todo está confundido! Lo que debe crecer, muere.
Lo que debe morir, crece.
Manuel Scorza/El jinete insomne
Con empuñadas armas el ejército ha ejecutado a 23 bolivianos. Les ha endurecido el alma, casi tanto como el ánimo en las barricadas de muebles y sacos de tierra que intentan alcanzar firmeza dentro de casillas de adobe.
“Ellos con arma, nosotros sin arma”. Luchan con agudeza grupos de campesinos e indígenas, que reportan en videos y audios las represiones brutales de las Fuerzas Armadas ordenadas por la autoproclamada presidenta interina Jeanine Áñez.
Sin tedio, los hombres verdes de Bolivia dedican las tardes a golpetear cuerpos, desaparecerlos y distribuir amenazas entre manifestantes y opositores a la ultraderecha, sembrada en el país con la salida de Evo Morales. En grave decreto, Áñez les autoriza cualquier acto que “conserve el orden público” eximiéndolos de responsabilidades penales.
“Tantos muertos y tantos heridos… la presidenta que se ha autonombrado es mejor que renuncie, es lo que queremos nosotros; eso está mal… lo que está pasando en el país, está yendo como anteriores gobiernos, a eso está llegando este asunto, como anteriores gobiernos con Carlos Mesa, Goni, Banzer y Tuto Quiroga, ellos metían así… bala”.
Las palabras agolpadas se ciñen en el registro auditivo de voz joven de un indígena. No habrá solución…“¿Qué es esto?” Desaparece en un segundo la desesperación, con terror la voz se funde en el ruido del vocerío ininteligible.
Hace ochentaicinco años seis soldados bolivianos deambulaban por la puna buscando a su tropa. Son sobrevivientes de un destacamento en derrota. Se arrastran por la estepa helada sin ver un alma ni probar un bocado.
Una tarde descubren a una indiecita que conduce un rebaño de cabras. La persiguen, la voltean, la violan. Entran en ella uno tras otro. Llega el turno de este hombre, que es el último. Al echarse sobre la india, advierte que ya no respira.
Los cinco soldados forman un círculo alrededor. Le clavan los fusiles en la espalda. Y entonces, entre el horror y la muerte, este hombre elige el horror.
Hace ochentaicinco años Eduardo Galeano (Montevideo, 1940. Montevideo, 2015), narró esta agónica travesía de una indígena en la mirada, las manos y el cuerpo aterrador de una tropa miliciana.
En el libro Días y noches de amor y de guerra, que en 1934, en la Guerra del Chaco (entre Paraguay y Bolivia), se dio parte del horror que algunos grupos del ejército boliviano han perpetuado históricamente.
Una llana mirada al pasado que podría explicar, sin justificar, el carácter deshumano de saña heredada, del gobierno de ultraderecha encabezado por Áñez. Las escuadras verdes siguen optando por la violencia que deja “tantos muertos y tantos heridos”.
Por la noche el pueblo aún quema llantas para derretir el hielo encarnado en las extremidades. El fuego, que pinta tierra y tanques con el reproche de un respiro solidario, se interrumpe con el baile histérico de las torretas de ambulancias que buscan personas heridas.
Por la noche el pueblo distribuye medicamentos y busca en la obscuridad a familiares muertos o, “en el mejor de los casos”, heridos, resguardados en hospitales y casas.
Por la noche, en el anonimato de la penumbra, en Cochabamba, Santa Cruz, El Alto, La Paz, velan los cuerpos de los asesinados.
***
La sangre en el cuerpo de Bolivia
Bolivia. Donde el tiempo retrocede a épocas del oscurantismo. Y el racismo criollo se entremezcla con el fascismo de dictadura bananera. Donde el dogma esquizofrénico se impone con fusil, gas lacrimógeno, pólvora, crucifijo, granada y Biblia.
Bolivia. El Alto Perú de los conquistadores. El exterminio y el despojo del hombre blanco. La resistencia de Tupac Katari que enarbola la bellísima franela de la Wiphala para abolir “la adoración al Santísimo Sacramento”. Y Lanza la profecía antes de la muerte: A mí solo me matarán…, pero mañana volveré y seré millones.
La Wiphalapermanece digna con sus cuadros de siete colores. En llamas del racismo el verde se pulveriza con la memoria de la producción agrícola. En sombra de las botas milicas, aplastado, el violeta se aferra al poder comunitario. En piel de escamas imbricadas y yuxtapuestas, con el suspiro de Áñez, el rojo fluye por la tierra.
La Wiphala, bandera consagrada como un símbolo oficial de Bolivia durante el primer mandato de Evo Morales (2006- 2009), se yergue durante las manifestaciones del pueblo. Que la crisis se detenga, proclama en las calles de la ciudad de El Alto.
La Wiphala aprendió a resurgir del polvo. Siete días le bastaron para renacer del odio de sectores minoritarios y radicalizados de la ultraderecha, que extendieron su victoria con la quema y el destierro de sus parches en La Paz.
Pero la Wiphala es misteriosa. Su origen, su fuerza, su lucha. La han enarbolado desde la ciudad deTiwanaku, con vasijas talladas con los cuadrados de colores que datan del año 200 antes de Cristo, hasta las movilizaciones campesinas para recuperar la identidad política del pueblo aymará en 1970.
La bandera que aparece en fotografías y videos durante las manifestaciones convocadas esta semana contra el golpe de Estado. La bandera que lucha contra el ánimo conquistador de los conservadores. Fue diseñada por el historiador boliviano Germán Choquehuanca en 1979 y, declaró al Periódico Digital de Investigación sobre Bolivia, ondeada por el líder indígena Zárate Willca después de la resistencia colonial.
La Wiphala no es de un partido, es de los pueblos. Rafael Quispe, diputado y líder indígena opositor a Morales, responde al espasmo aterrador de Luis Fernando Camacho, líder de los comités cívicos de Santa Cruz, que con Biblia en mano y una bandera tricolor caminaba por los pasillos del Palacio de Gobierno.
Afuera, con el fanatismo del encanto católico, un hombre se adueñaba del foco en los medios deshaciéndose en gritos, ¡Ha vuelto a entrar la Biblia al Palacio! ¡Nunca más volverá la Pachamama!
La Madre Tierra, adorada como una deidad en Los Andes, y reivindicada en el gobierno de Morales, fue despojada.
“Mientras muchos hablan de diálogo, la derecha quema la wiphala y provoca masacres. Por eso venimos a denunciar el golpe de Estado de la derecha racista y la represión que está sufriendo nuestro pueblo. Quieren eliminar todas las conquistas del pueblo y eso no lo vamos a permitir”. Yuri Fernández, militante del PTS, obrero de Brukman y referente de la comunidad boliviana en Argentina, levanta el puño y junto con el pueblo se dispone a luchar por la Madre Tierra.
Pese a todo el ultraje, el pueblo boliviano sigue en la calle, en defensa de su libertad, de la democracia. El pueblo está luchando por la defensa de su Estado Plurinacional, “humillado y execrado al olvido con la quema de la hermosa bandera Wiphala.
¡Fuerza hermanos que los pueblos del mundo están con ustedes!”, grita la Sociedad Bolivariana de Guinea Ecuatorial con el brazo extendido para cobijo de los y las que luchan.
¡A la Bolivia Combativa, la Hija Predilecta del Libertador Simón Bolívar, les decimos no desmayen, la victoria les pertenece!
***
Bolivia. El miedo racista. El terror ancestral del criollo. La sangre indígena que corre por las venas de mujeres y hombres que buscan, en el tinte rubio del cabello, un lugar en el estrato social del explotador, del milenario esclavista.
Jeanine Áñez investida por el militar en una caricaturesca pincelada de fascismo moderno. Jeanine Áñez y la Biblia como Ley Suprema. Jeanine Áñez y la carta abierta a los milicos para matar. Jeanine Áñez y la descripción precisa, la profecía, de Eduardo Galeano en 1970, en la crónica Todo Bolivia cabe en un vagón:
La Divina Providencia me alcanza un diario. Es el primero que leo en siete días. Es un diario de derecha, de fecha atrasada. Leo un violento editorial contra el gobierno de (Alfredo) Ovando: Petróleo boliviano para las lámparas de Cuba. Pienso que es una buena anticipación de lo que me espera en La Paz.
Paso las páginas, revisando cuidadosamente, de puro aburrido hasta los avisos. Me llama la atención un rostro de una mujer; es un aviso bastante grande: ¡Aclare la piel! En cuatro escasas semanas, con crema Bella Aurora. ¿Por qué dejar que su cutis oscuro sea barrera en su romance y le impida disfrutar de felicidad? Aplíquese todas las noches Bella Aurora. Se asombrará del cambio glorioso…
Jeanine Áñez y el terror criollo. Jeanine Áñez y el odio criollo. Jeanine Áñez y el racismo criollo. Jeanine Áñez, la Bella Aurora del ultraderechismo.
La ausencia oportuna
Con el golpe de Estado en contra de Evo Morales, el 10 de noviembre, la presencia del primer presidente indígena en un país mayoritariamente indígena, quedó reducida con el racismo de los golpistas y de los oligarcas en la nación de la muerte y el horror.
El grupo de soldados, personajes del arraigo militar en América Latina, volvieron a escena. Manadas de hombrecillos verdes o policías militares golpistas conducen a grupos indígenas por una estrecha callejuela en La Paz, Sucre o Cochabamba.
No está definido el sitio. Sólo es posible distinguir la polvareda marrón que enfila muros viejos, ladrillos avejentados y portones cerrados.
Desde el interior de una vivienda una mujer graba la escena con su teléfono móvil. Entra en pánico y la imagen bailotea con el temblor producido por su cuerpo.
“¡Están sacando a las personas de sus casas y los están matando! Yo estoy aquí con mis hijos. Intentaron meterse a mi casa, no hemos hecho nada”.
El testimonio es de una crudeza monstruosa. Al fondo de la callejuela de tierra, en una pared que parece de ladrillos de adobe, los milicos fusilan a los detenidos. Así sin más. Los arrancan de su casa, forman una fila y disparan.
El silencio mediático es abrumador. Desquiciante. Como en los peores tiempos de las dictaduras que asolaron América Latina a lo largo del siglo pasado. Todo es hermético. Todo se controla. Lo poco que sale de Bolivia es a través de videos y fotografías en redes sociales publicadas por ciudadanos aterrados, que pide con desesperación que se detenga la masacre.
¡No tenemos tiempo para postergar la materialización de un acuerdo que detenga la oleada de sangre y furia que ha explotado!
El pueblo está logrando acuerdos maravillosos, como el reencuentro entre campesinos y población urbana en Potosí o los armisticios entre barrios y poblaciones periurbanas en La Paz, o la sublevación contra dirigentes que extorsionan para bloquear y ahogar ciudades, pero los políticos profesionales le dan vueltas al asunto, hacen declaraciones engañosas, nos mienten mientras alistan cuchillos y mueven sus fichas para mejorar sus posiciones.
Han callado al pueblo, a la poquísima prensa que busca hablar y a las manifestaciones indígenas. El dedo inquisidor es de la OEA, de Áñez y hasta de la ministra de Comunicaciones del gobierno, Roxana Lizárraga, que de facto advierte en rueda de prensa que todo periodista nacional o extranjero que difunda información sobre lo que sucede en el país será considerado de “sedicioso”.
Es decir, será condenado como instigador de un levantamiento para derrocar a un gobierno. Un todo bien aprendido modelo de comunicación fascista en el sometimiento del pueblo.
Habla la vocera golpista. Habla la involución. El mecanismo de control mediático que caracterizaron a los totalitarismos del Siglo XX, ahora caracterizado por Lizárraga:
“Aquellos periodistas o pseudo periodistas que estén haciendo sedición, se va a actuar conforme a ley, porque lo que hacen algunos periodistas que son bolivianos, y en algunos casos extranjeros, que están causando sedición en nuestro país, tienen que responder a la ley boliviana”.
Habla de nuevo Galeano. Es 1974. Es la crónica El fascismo en América Latina: carta a un editor mexicano. Es el libro Nosotros decimos No. Es Bolivia cuarenta y cinco años después:
Muchas veces me he preguntado, viendo lo que ocurre a mi alrededor, si corresponde llamar fascistas o nazis a las dictaduras que hoy padecen, por ejemplo Uruguay, Chile o Bolivia. ¿No son dignas de Hitler o Mussolini estas máquinas de picar carne humana? ¿Imitan a Goebbels estas máquinas de prohibir y de mentir?
***
El motivo del desastre no emana del pueblo, sino de los ultraderechistas que han hecho de todo para reincorporar su poder en territorio latinoamericano. Para el pueblo ya fue suficiente. Y se percibe el hastío en las protestas que se profundizaran con la entrada del proletariado y el silencio de los opositores derechistas.
¡Si el pueblo no está aquí ¿en dónde está?! El desfile étnico se teje como una voz en la lucha por la libertad. Ponchos rojos, amerindios, aymara y quechuas. Los guaraníes y mojeños. Los mestizos y los afrodescendientes. Y las más de 36 etnias que habitan en Bolivia se han unido para luchar contra el neoliberalismo voraz que gobierna en el mundo.
Las cifras del terror van en aumento. A sólo una semana del golpe de Estado, las Mujeres urbanas y Profesionales que luchan han registrado que la violencia extrema se ha desatado en contra de “nuestros hermanos y hermanas de la ciudad de El Alto”, y contra toda la provincia rural de Bolivia y del Trópico de Cochabamba.
Dicen que incluso se ha negado la asistencia médica, despojando de la vida, del hogar y de la autonomía a las comunidades con armas de fuego desfilando por las calles.
En Bolivia la autonomía y los derechos humanos están ausentes. La Defensoría del Pueblo ha reportado 23 muertos, más de 500 heridos y aproximadamente 44 detenidos desde el 15 de noviembre.
“Delitos de lesa humanidad” provocados por la Policía y el Ejército. Muchos, reportan, van de civiles y se infiltran en las organizaciones para desarticular y agredir sorpresivamente a los opositores al gobierno de facto de Áñez.
Sólo el 15 de noviembre fueron asesinadas 8 personas y centenares fueron detenidxs y heridxs, “llegando incluso a colapsar los hospitales”, en una violenta represión a la población del trópico de Cochabamba.
De hecho, denunció la Defensoría, no sólo se persigue a bolivianos, sino a cubanos, venezolanos y argentinos que apoyan las movilizaciones, acusándolos de sedición con pruebas de falsos delitos para llevarlos detenidos “conforme a la ley del país”.
***
Adriana Guzmán, referente del Movimiento Feminista Comunitario Antipatriarcal de Bolivia, es contundente cuando habla de quiénes están detrás del golpe de Estado:
“Mientras este país ha estado transformándose desde los pueblos originarios, planteándose como plurinacional, desde que levantamos la cabeza y recuperamos nuestra voz se alimentó una cultura del odio, colonialista, profundamente racista”.
“Desde esta lógica de que los indios de mierda somos ladrones, corruptos y queremos quedarnos en el poder, nunca se cuestionó lo mismo de los presidentes blancos”.
Otra vez Galeano. Ahora en Las venas abiertas de América Latina. Es lo que en el fondo busca la oligarquía en Bolivia. Es de nuevo el golpismo racista de piel blanca. Es el milico entrenado en West Point. Es el indígena hermano con uniforme, fusil de asalto y Biblia que goza de fuero y privilegios tras el uniforme de criminal de la última cadena de mando.
Es el heredero del conquistador de hace más de 500 años. El saqueador. El genocida. El que impuso una cruz y un libro con masacre, con tortura, con fuego y veneno. Es el nazi, el supremacista racial que encontró en tierras andinas el permiso para seguir esparciendo su odio. Es la multinacional y el esclavista. El peón de la mina y el diplomático estadounidense. Es el agente de la CIA y la farsa de la OEA.
Dice el periodista uruguayo: A principios de nuestro siglo (XX), todavía los dueños de los pongos, indios dedicados al servicio doméstico, los ofrecían en alquiler a través de los diarios de La Paz. Hasta la revolución de 1952, que devolvió a los indios bolivianos el pisoteado derecho a la dignidad, los pongos comían las sobras de la comida del perro, a cuyo costado comían, y se hincaban para dirigir la palabra a cualquier persona de piel blanca.
***
El brutal golpe de Estado en Bolivia avivó a las luchas proletarias, campesinas y populares contra el entreguismo, la represión neoliberal y la burla ultraderechista. Y dejó al desnudo que tanto Evo Morales –que incumplió en sus casi 14 años de gobierno con la agenda de octubre del 2003, como la complicidad de los organismos internacionales de derecha en contra del pueblo latinoamericano– han mantenido la dinámica de explotación y marginación de la población más vulnerada.
En 2009 Evo, el mandatario aymara, prometió que el Gobierno fortalecería al movimiento indígena y reivindicaría su cultura, sus conocimientos, sus lenguas y su participación en las decisiones políticas, económicas y sociales del Estado.
Prometió que los indígenas nunca más serían “inquilinos” en su propia tierra y que sus derechos serían respetados y garantizados en la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia, “que en 2009 dejó en el pasado a un país republicano colonial”.
Pero también en 2009, el Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de la ONU señaló que comunidades indígenas en el oriente del país, como la guaraní del Chaco (sureste de Bolivia), eran sometidas a trabajos forzosos.
Según su informe, la situación de los guaraníes supone una violación de la Carta de los Derechos Humanos y de la Declaración de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, adoptada por ley en Bolivia.
Hoy se continúa hiriendo en lo más profundo al pueblo pobre que dedica la vida a trabajar para engañar al hambre con un pedazo de maíz amasado. Del pueblo desechado a un utilitarismo empresarial que se perpetúa y refuerza con la alianza entre fuerzas conservadoras, fundamentalistas cristianas y fascistas. Así como con la subordinación de soldados peones al mando y gobierno del ejército en América.
“La actuación del Ejército y la Policía debería estar bajo los parámetros constitucionales, este hecho, sin respaldo legal, demuestra el poco apego a las normas que rigen nuestro Estado y caracteriza al actual gobierno como dictatorial y déspota violando flagrantemente los derechos humanos, tanto individuales como colectivamente», denunció la Asamblea Permanente de Derechos Humanos – Cochabamba en un comunicado el 16 de noviembre.
Un ataque que con claridad pretende reinsertar el poder en la oligarquía tradicional. Sembrando a defensores de la extrema derecha, xenófobos, racistas, misóginos e impulsores de la moral católica recalcitrante en las cabezas de los gobiernos de Bolivia, Chile, Perú, Colombia, Ecuador, Haití y Brasil.
Antes de tomar el poder, Áñez demostró en redes sociales su postura racista contra la comunidad indígena. Incluso, en un polémico tuit hizo alusión a Evo Morales, con una caricatura del expresidente abrazando la silla presidencial, como un “aferrado al poder el ‘pobre indio’”.
***
Bolivia. Una historia cíclica de barbarie. Un relato repetitivo de alianzas oligárquicas criollas y saqueadores extranjeros. Y en medio el ejército. El terror para lidiar con la rebelión indígena, con los verdaderos dueños de esta tierra, de estos aires y de uno de los subsuelos más codiciados en el planeta.
Habla el maestro polaco del periodismo, Ryszard Kapuściński. Es la crónica Cristo con un fusil al hombro, del libro del mismo nombre. Es 1975:
“Primero las familias ocupaban los bancos. Después llegaba el comandante el jefe del ejército para escuchar sus demandas. Pedían que el ejército les entregase los cuerpos de sus muertos. A lo que el comandante les contestaba que tal cosa era imposible por razones de seguridad. Evidentemente, no se trataba de ninguna seguridad. El ejército había proclamado y sostenido que los guerrilleros habían muerto en combate. Pero en realidad eran ejecutados por los rangers con un tiro en la nuca cuando ya se habían rendido. Sus cadáveres se habrían convertido en cuerpo del delito. Y el ejército quería evitarlo”.
Un año antes, en 1974, Eduardo Galeano narra este escenario de barbarie en la nación pluriétnica andina. Y sí. Eso es lo que el golpismo actual busca revivir:
“En países como Chile, Uruguay o Bolivia, las dictaduras no tienen la menor capacidad de movilización popular. La mística del patrioterismo, copiada del modelo nazi-fascista, solamente prende en el corazón de los policías y los soldados que cobran para eso. Estos son regímenes solitarios, condenados a caídas tristes y sin grandeza. No fanatizan a los jóvenes: simplemente los odian, como odian la alegría y todo lo que crece. Se apoyan en la fuerza de las armas y son incapaces de transmitir ninguna fe, ni siquiera una fe jodida, como fue jodida la fe de aquellos tipos en la superioridad de su raza o en el destino imperial de sus naciones. Nuestros dictadores son, a lo sumo, patriotas de una patria que no es la suya, satélites de un imperio ajeno: ecos y no voces”.