Por Karenina Díaz Menchaca
El refugio materno, como evoca el sustantivo, nos traslada a ese lugar en donde encontramos, después de andar mucho tiempo por veredas que nos hicieron cansarnos, malgastarnos y desaprovechar los dones, que seguro la vida nos tenía deparados, para hallar la paz.
El refugio es el terruño, el hogar que ya dejamos para convertirnos en adultos y que cuando lo visitamos, nos refuerza.
Al menos así lo vivo cuando hago el retorno, con esa consciencia y deseo. Aunque me dejo embaucar por sus suaves mimos, también caigo en la cuenta de lo terrible que puede ser permanecer por mucho tiempo.
Los cuentos occidentales nos llenaron el inconsciente de las malévolas madres y madrastras, pues ¿qué creen? que no están lejos de la realidad. El matriarcado puede ser una de las cadenas más dolorosas de las cuales partimos desde la fuente de la civilización humana. Freud planteó, a través del psicoanálisis, lo que llamó el complejo de Edipo, el que ya todos conocemos y que podemos perfectamente percibir en casos familiares, algunos más patológicos que otros.
Pues es así como percibo el refugio materno, como un arma de doble filo, pues pasa que nos podamos encontrar cómodos con mamá, de visita, pero qué tal que pasan más días y de pronto sale mamá súper poderosa -como suelen serlo casi todas- y nos quiere resolver todo, pero además, lo permitimos y luego, nos gusta y ahí estamos bien.
Ir a casa de una poderosa suegra es otra gran trampa, todas quieren «hacer» de más. Finalmente son mamás, las de uno, las del otro, nosotras mismas…en fin ¡somos casi un peligro!
Con un poco menos de sarcasmo diré que las casas de las mamás -además- también son nuestro propio infiernito: hemos dejado recuerdos ahí, fotos, cartas, diarios, huellas, rastros de lo que fuimos desde infantes, niños, adolescentes. Todo está, como detenido por el tiempo y en muchas ocasiones, sin temor equivocarme, ni por error queremos que salga de ese búnker, pero curiosamente tampoco somos capaces de destruirlo.
Y a pesar de todo, sólo el hilo materno es indestructible, quién mejor que la terrible madre o la cariñosa, la abnegada madre, la virgen, la puta, la madre soltera, la que sea, como ustedes la quieran estigmatizar, porque esa mujer será nuestra referencia femenina con el mundo, no importando si somos mujeres u hombres.
A ellas les debemos la vida y luego, si nos va mejor, les deberemos lo buenas o malas personas que seremos para siempre.
¡Uf! Qué responsabilidad ser madre.