..alaridos caníbales
entre música de salterios náufragos
cuyas manos sangrientas
tienen un dedo crisógeno de rey Midas.
-José Juan Tablada (1927)
Priscila Alvarado
Con pasos vacilantes la figura agresiva, casi macilenta, de un hombre atraviesa la valla de tablas viejas y apolilladas que separan a Vicente de la esterilidad pública. Vicente está agitado. Con el cuerpo comprimido. Busca refugio en el búnker de la visión atenta y la imaginación desbordada.
Mi padre llegó. No puede verme. Repasa torturado en un sueño carcelario que inició cuando tenía cuatro años y se ha extendido más de una década.
El pequeño Vicente. El niño. El aterrado. No separa la vista de la ventana. No debe verme, recuerda.
La voz delgada, casi fina, de la figura penetrante arranca al niño de la obsesiva faena. ¿Qué haces ahí?, ¿estás solo?, ¿y tu papá? El dedo infantil de Vicente señala a la ventana. ¿Te gustaría jugar un juego? El recuerdo mudo del niño mueve la cabeza dando pinceladas de arriba abajo, acariciando con ternura el aire. Se levanta. Camina a lo incierto. El hombre guía su cuerpo con una mano en el hombro. Abandonan el refugio, el búnker. Afuera es adentro.
Afuera la guía se transforma en caricias, lágrimas, gritos ahogados, penetración. Afuera el juego sólo divierte al rostro endemoniado, prematuramente viejo, del cuerpo rancio que decidió estrujarlo, romperlo, fragmentarlo hasta un punto sin retorno[2].
En el film dominicano ¿Qué te parece si jugamos un juego? Los recuerdos de Vicente, interpretado por George Ortiz, penetran lacerantes hasta la identidad. Creció con el cuerpo, la mente y los sueños violados. Su piel, que en algún momento fue armadura, horizonte en campo y costal de carcajadas, se convirtió en una masa roja, con navajas contraídas e incandescentes enterradas hasta la médula.
Vicente es más de mil niños y niñas violadas al año. Quizá por eso, por la apabullante realidad del “mundo en decadencia”, la actuación amateur de George Ortiz, Alejandra Vilá y Paola Sánchez nos asfixia, entre tomas desenfocadas, secuencias fallidas y escenarios descuidados, en la vida agónica de quienes son sometidos al infortunado destino del dolor corporal y el ser mutilado de una mente herética.
La frecuencia del abuso es casi ininteligible en el film, pero las estrujantes estadísticas demuestran que en el 44 por ciento de los casos el abuso no se limita a un acto aislado (López, 1995, 1997). Así que bien podríamos colocar a nuestro personaje en esa tasa o tentarnos a creer, casi por consuelo, que para Vicente la lapidación fue un acto aislado.
Sin embargo, en dicho escenario el terror aparece inagotable. El agresor de Vicente. Sin nombre ni identidad palpable más allá de la pederastia. Forma parte del 10 o 15 por ciento de los agresores que ligan la agresión sexual a conductas violentas o amenazas (Lanyon, 1986); que los niños con dificultades -tanto mayores cuanto más pequeños son- logran identificar.
Los ecos tocan a Vicente -lo penetran- hasta los 18 años. Cualquier contacto físico, como el rose de una mano o un apretón de estómago a modo de juego, es motivo suficiente para crispar el carácter y protegerse en un trote agitado entre pasillos, calles o jardines.
El trauma de la violación sexual en niños muy pequeños, envuelve el dolor prolongado de los genitales por la desproporción anatómica entre el adulto y el menor. El pene, la vagina o el ano quedan fisurados, erosionados, desgarrados hasta el himen.
Por eso la labia o el afecto “sincero” de su mejor amiga Karen, o su madre, son insuficientes para Vicente. Avanzada la cinta el personaje logra por primera vez desenfundar pasiones románticas con Alejandra. Desde ese momento, con una ligereza casi ofensiva, Vicente abandona el escalofrío del estrés postraumático para entregarse al amor.
Al no haber huellas fácilmente identificables, el abuso sexual sufrido por Vicente queda impune, como casi todos los casos (Echeburúa, Corral, Zubizarreta y Sarasua, 1995). Incluso en el cierre del film el conformismo o la omisión voluntaria del personaje ante su agresor se presenta con una toma panorámica, rutinaria en la cinta, que lo involucra en la contemplación lejana -atenta- de su abusador. Un hombre joven, ligero y solitario, que juega afuera, con los dedos bailoteando, a la cacería de presencias infantiles que den desfogue a la perversidad de su erotismo.
No sé…sólo si crees que es necesario, dice Alejandra. Ya no lo necesito. Vicente sonríe envuelto en un traje de gala holgado, que contrasta el sentido joven de su rostro con el humor adulto impuesto por la madurez. Se despoja. Lo abandona con el desprecio de la contemplación.
La cámara, con un paneo rudimentario, permite tejer el camino entre el parque, los juegos de colores otoñales y la presencia ansiosa de la figura descaradamente joven que penetra sin descanso en la memoria corporal de los niños.
Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.
Vicente es él, el otro. Su amor becqueriano fumigó los caminos borrosos, los ojos acentuados por el pánico y su rostro infantil encartonado. Dejó de soñar. ¿De dónde eres? Serás infancia. De donde eres serás infancia. En la espalda negra del monstruo libidinoso. El ladrido estridente liberará al cuerpo excitado. Y la cerca en llamas sembrará en tu espalda ámpulas laberínticas. De donde eres serás conmigo.
Referencias
Valdés, Vargas Jesús (2019). Consuelo Uranga, La Roja. México: Para Leer en Libertad AC.
Julia Hasbún. (SF). Estudio Cuantitativo sobre Violencia, Abuso y Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes en República Dominicana: Casos Denunciados: Resultados Preliminares. 23/10/2019, de Unicef Sitio web: https://www.unicef.org/republicadominicana/Estudio_Cuantitativo_sobre_ESC_de_NNA_Rep_Dominicana.pdf
Echeburúa, Enrique y Echeverría, Guerrica Cristina (2005). CONCEPTO, FACTORES DE RIESGO Y EFECTOS PSICOPATOLÓGICOS DEL ABUSO SEXUAL INFANTIL. Barcelona, Ariel.
Echeburúa, E.; Corral, P.; Zubizarreta, I. y Sarasua, R (1995): Trastorno de estrés postraumático crónico en víctimas de agresiones sexuales, La Coruña, Fundación Paideia.
Lanyon, R. I. (1986): «Theory and treatment in child molestation», Journal of Consulting and Clinical Psychology, 54.
López, F. (1995): Prevención de los abusos sexuales de menores y educación sexual, Salamanca, Amarú.
– (1997): «Abuso sexual: un problema desconocido», en J. Casado; J. A. Díaz y C. Martínez (eds.), Niños maltratados, Madrid, Díaz de Santos.
HAGEN, S.E.: “The origin and meaning of the name Yggdrasill” en Modern Philology, Vol. I, nº 1, jun. 1903.
[1] El Yggdrasil es el árbol que sujeta los nueve mundos que componen el espacio mitológico escandinavo. Lo sustentan tres enormes raíces que se bifurcan en tres direcciones. El fin de estas raíces difiere según los textos pues en la edda poética se dice que acaban en el Hel, el Mídgard y el Jotunheim, mientras que en la prosaica se refieren al Asgard, el Jotunheim y el Niflheim. (Hagen, 1903)
[2] De acuerdo con datos de el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en República Dominicana el 16% de los hombres sufrieron abuso sexual durante la infancia. En el 69% de los casos reportados fue por violación sexual. Y de todo los casos la penetración sexual a la víctima fue la más reportada con el 61%.
Las formas más común de abuso, con el 87.1% de los casos reportados contra niños y niñas, son la penetración, el sexo oral y las caricias. Y en el 92.8% el abuso se comete en un parque o deportivo. (Informe disponible en: https://www.unicef.org/republicadominicana/Estudio_Cuantitativo_sobre_ESC_de_NNA_Rep_Dominicana.pdf)