Por Rivelino Rueda
Quédate tranquila;
cuando salga de la cárcel,
después de diez años,
estará más arruinado que un viejo,
habrá perdido el pelo y los dientes.
Puedes estar contenta,
es una buena faena.
Hasta ahora les sacabas
el dinero de los bolsillos;
esta vez, has elegido al mejor
y le quitas la vida.
¿No dices nada?
¿Es que estás podrida
hasta los huesos?
(La tira de rodillas).
¡De rodillas, puta!
¡De rodillas ante el retrato del
hombre al que quieres deshonrar!
Jean-Paul Sartre/La puta respetuosa
Lucy se deshizo del espejito circular que le regaló el último cliente. Si se da cuenta el “chulo” que les da alojo a ella y a Alexia, Montse y Adela –las muchachas colombianas transgénero que en estos meses no han trabajado por la pandemia–, le puede propinar una golpiza como la de hace unas semanas.
El padrote –con su permanente e intolerante cara de madreador de arrabal ochentero—no toleró que Lucy haya llegado al edificio con un cubrebocas que le proporcionó uno de los pedófilos que contratan su servicio.
Le ha dicho mil y un veces que no se ponga “esa chingadera”, que al cliente “le gusta ver la mercancía”… que “las putas sólo obedecen y callan”.
Lucy cumple apenas veinte años en noviembre. Evita mencionar su nacionalidad, pero tiene acento de las Antillas, cubana, dominicana o boricua. Su diminuta figura apenas puede con los enormes tacones ruidosos. Parece que en cualquier momento se va a fracturar los tobillos por el reciente uso de estos accesorios de trabajo.
Nunca lleva cubrebocas y su andar a toda prisa se percibe a las cinco de la mañana, a las dos de la tarde, a las once de la noche o a las tres de la madrugada. Lo suyo es la fugacidad y el equilibrio. También la necesidad y un cosmos de amenazas, chantajes y violencias del hombre que la enganchó en este abominable negocio.
La muchachita de ojos asustadizos y mirada extraviada siempre anda aprisa. Una calle antes de llegar al lugar donde habita siempre se detiene.
Revisa en su pequeño bolso que no cargue algún objeto extraño, algo que pueda enervar a la bestia de cabello relamido con gel corriente y rostro brilloso y, si es así, despojarse de éste y arrojarlo al pie de cualquier árbol, de cualquier jardinera, de cualquier coladera.
Esta vez, Lucy se deshizo de un pequeño espejo circular. Y la repetición platinada de cristal queda ahí, reducida a piezas de rompecabezas que ya no embonan, que ya no encuentran su sitio en la figura de la muchacha que asegura que nada le pasa, que está bien, que se da la media vuelta y camina aprisa para reportarse con el “chulo” del automóvil gris último modelo.
Los haces de luz que ilumina la silueta de Lucy a las cinco de la mañana. Las notas que expulsa el bombardino del hombre que pide monedas a cambio de música, que acompañan una nueva salida de la muchachita triste de diminuta figura y pies quebradizos…
Perfume de gardenias/Tiene tu boca/Bellísimos destellos/De luz/En tu mirar/Y llevas en tu alma/La virginal pureza/Por eso es tu belleza de místico candor…
Los 17,141 muertos por la pandemia de este lunes 16 de junio. Lucy sin cubrebocas, ni aquí ni en su encuentro con hombres que le llevan de veinte a cuarenta años. La amenaza perenne del “chulo” de que con ese bozal de tela “nomás asusta a los clientes”, y de que “nomás te veo con esa mamada en el hocico y verás cómo te va”.
La pandemia punzante. En la cresta de los contagios. Los pasos aprisa de Lucy para cambiarse, para dormir unas horas, para ducharse, para comer un poco, para recibir insultos, amenazas y golpes del padrote con rostro de reptil esquizofrénico… El encierro como una palabra hueca, lejana, sin sentido.
…
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