Día 72: “No es Covid; es ‘una gripita pasajera’”

Por Rivelino Rueda

Continué, pues, andando solo

hasta el extremo del séptimo círculo,

donde gemían aquellos desgraciados.

Se veía el dolor en sus ojos

y se defendían con las manos,

ora de la inflamada lluvia,

ora del ardor del suelo,

como los perros para defenderse

de los insectos.

Dante Alighieri/La divina comedia

Julián Montesinos trae un resfriado sospechoso desde la semana pasada. Insiste que “sólo es una gripita pasajera”, pero en estos tiempos esas palabritas son un millón de veces malditas. Estornuda todo el tiempo y se limpia los mocos con la manga de su sudadera polvorienta.

Es ayudante de maestro albañil y su trabajo no le da tiempo de pensar en pestes, plagas, muertos, hospitales saturados o curvas epidemiológicas. Julio necesita esa chamba. Punto. Todo lo demás son sandeces y pretextos. Palabras ociosas en un océano de necesidades, de hambre cotidiana.

Por ser aprendiz, Julián es el encargado del trabajo rudo y de ir por los mandados. Va y viene de la obra en pausa desde hace dos meses a la Tienda Doña Pina. Son dos calles y Julián las recorre aletargado por una fiebre que esconde, por el bíblico resfriado y por los estornudos cada diez pasos.

Son los minutos en los que puede sacar todos sus síntomas. Por eso el notario cansancio y el bamboleo al caminar. Por eso las botas de hule arrastrándose en todo el trayecto. Por eso los famélicos ojos desorbitados. “Estoy tomando aspirinas y tés de hierbabuena. Con eso se me pasa. Siempre se me ha pasado con eso”.

No lleva cubrebocas porque no le alcanza para uno. No lo lleva porque el arquitecto quedó de entregarles algunos y es fecha que no llega. De hecho advirtió que quien no lo usara no podía entrar a la construcción. Pero nada.

No está para comprarlo porque desajusta de su raya. Y dice que si le dieran uno rara vez lo usaría. Se lleva la mano a los escasos pelos que tiene en la barbilla y con una enorme sonrisa se jacta: “Me taparía esta hermosa barba. No por nada me dicen ‘El Chivo’”.

–¿Y si te piden que te rasures esa piocha?

–Nel. Ni madres. A ver, que ellos se corten los huevos—responde El Chivo con una carcajada que hace aun más críticos los estornudos y la acumulación de mocos en la nariz y en las mangas de su sudadera.

Pero Julián Montesinos, el muchacho montaraz y enteco de veintiséis años, originario de Apizaco, Tlaxcala, tampoco ha sido dotado del equipo necesario de seguridad para trabajar en la obra, esos edificios departamentales que han proliferado en la colonia Narvarte bajo la complacencia de las autoridades de la Alcaldía Benito Juárez, incluso tras las reiteradas advertencias del reblandecimiento de los mantos freáticos en la zona y los riesgos que eso conlleva por la posibilidad de sismos de gran intensidad.

Ni casco de protección. Ni botas de construcción. Ni chaleco distintivo de colorcito fluorescente. Ni guantes de gamuza. Ni lentes especiales. Nada. “Ni madres”, como dice El Chivo.

 –¿Y si te piden usar el cubrebocas cómo le vas a hacer?

–Nomás tengo el dinero que saco de la raya para comer y para mandarle a mi familia. Aquí duermo porque también cuido la obra. No va a quedar de otra que hacerme uno con la cobija con la que duermo o lavar uno de los que están tirados en la calle. Hay hartos y se ven buenos todavía.

Otra vez lo mandaron por la Peñafiel de tres litros de naranja, por el agua mineral de dos litros, por el kilo de tortillas y por el queso panela. Otra vez recorre el mismo camino de todos los días. Así hasta tres o cuatro veces en una jornada.

Al Chivo le sirven esos trayectos para sacar los malestares. Para escupir, desentumirse del sopor de la “gripita pasajera”; para sacar todas las flemas acumuladas, para tallarse los ojillos de enfermo, para bostezar a sus anchas, para estornudar a sus anchas, para sudar una fiebre encaramada en las sienes.

–¿Y si le dices al arquitecto que te lleve a un médico?

–No, no, no… ¿pa’ qué quieres que me mande a descansar y me quede sin chamba? No, no… Con las aspirinas y los tecitos sale esta “gripita”.

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