Por Rivelino Rueda
¡Ahí están! ¿De dónde vienen?
Cuelgan del techo
como racimos de uvas negras,
y son ellas las que oscurecen las paredes;
se deslizan entre las luces y mis ojos,
y son sus sombras
las que me hurtan tu rostro.
Jean-Paul Sartre/Las moscas
Ticho Uribe aplasta el aire con las palmas de sus gruesas manos. A veces tiene suerte y tritura moscas y palomillas de temporada. A veces sólo es un choque de extremidades a la nada. Doña Nora le dijo que así podía aplastar a varios bichos asesinos. Y Ticho lo disfruta. Realmente lo disfruta.
El chico de cuarentaidós años y alma de diez se adelantó a todos. Desde hace tres años porta un impecable casco de motociclista color negro. Cuando sale a la calle nunca se lo quita. Es su zona de protección contra todo lo de allá afuera. Es la concreción más acabada de su mayor sueño: ser cosmonauta.
Doña Nora le cumple todos sus caprichos. Esta vez la de venir con Perla –la señora que corta el cabello, aliviana a chavitos completamente “empiedrados”, realiza reuniones de superación personal y autoayuda, entre otras chambas—para su dotación semanal de dulces y chocolates.
Pero esta vez Ticho Uribe presume algo nuevo en su indumentaria. Con palabras imperceptibles, que luego traduce Doña Nora, el niño cosmonauta de cuarentaidós señala su molde hermético y hace hincapié en la visera transparente y en el cubrebocas negro. Luego aplaude ante las carcajadas de su madre y de Perla.
Siempre avanza siete pasos delante de su madre. Ticho abre paso a Doña Nora de cualquier peligro. Hoy, por ejemplo, del coronavirus. Sólo desanda esos siete pasos para arrojar lo cazado en la bolsa de mandado de la viejecilla de sesenta y seis.
Ticho dice que los bichos asesinos fueron enviados de Marte. Ajusta su casco espacial y la mica protectora. Lo invaden todavía la alferecía de hace cuatro décadas, cuando dejó en la caminata lunar a su gemelo, Nicolás.
Luego señala los cables de luz eléctrica y le dice a mamá que las hojas secas que cuelgan de esos ductos plásticos de energía son galaxias, que las aves son naves espaciales y que los nidos de los pájaros son planetas.
Ticho avanza. Ticho da palmas sonoras. Ticho machaca y pulveriza los enjambres invisibles de microbios, bacterias y virus invasores de nuestro planeta.
De vez en vez el cosmonauta de la Colonia Álamos pide a Nora unas gotitas de gel antibacterial. En parte para limpiarse las manos de residuos de alas, patas y material viscoso de moscas aplastadas, en parte para que el efecto del aplauso sea más letal, y en parte para aliviar el material verdioso que se acumula en nariz y garganta.
Ticho tiene el aspecto de Yuri Gagarin, de Neil Armstrong y de Neri Vela. Pero también de Louis Pasteur, Marie Curie ý de Rosalind Franklin. Ticho contribuye, a su modo, a la aniquilación de la peste en lo que se descubre una vacuna.
Por lo pronto, la sibilancia y el morsosuelo que abatieron a su gemelo, Nicolás, hace cuarentaidós años, y que él aún porta con una valentía tenaz, son poca cosa ante esta nueva misión científica y espacial: erradicar la pandemia.
Ticho abre un chocolate, regalo de Perla.
Limpia el sudor de la frente y avanza de nuevo en pequeños brinquitos de caminata lunar, de gravedad cero.
Día 57 de la peste. Los muertos se cuentan de doscientos o trescientos. La pandemia arroja una cifra de 4,220 decesos en desde el 18 de marzo, cuando se confirmó el primer fallecimiento.
Los contagios activos se elevan a 9,378. López-Gatell asegura que “nunca regresaremos a una normalidad como la conocimos”. La Organización Mundial de la Salud (OMS) declara que la Covid-19 podría convertirse en un virus endémico, que siempre estará entre nosotros.
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