Día 31: ¿Cuántos cerrojazos más para saciar a la peste?

 

Por Rivelino Rueda

La catástrofe sobrevino.

El hombre, un día,

emergió del sueño

como de un desierto viscoso,

miró la vana luz de la tarde

que al pronto confundió con la aurora

y comprendió que no había soñado.

Toda esa noche y todo el día,

la intolerable lucidez del insomnio

se abatió contra él.

Jorge Luis Borges/Las ruinas circulares

 

Los  anuncios adheridos a los postes con cinta adhesiva han ido cediendo poco a poco. “Servicio de cerrajería a domicilio”. Un número de teléfono móvil, el logo deWhatsApp dibujado a mano. Eso es todo.

Una llave. Un cerrojo. Una ranura. La diferencia entre ir y no volver. La diferencia entre ir y regresar. La diferencia entre contemplar ese agujero cósmico desde este espacio, o traspasarlo hacia otra dimensión. Una hendidura que hoy define todo.

Quinientos cuarenta y seis cerrojazos para salir y no volver. Seis mil ochocientas setentaicinco juegos de llave en medio de la desesperación y la esquizofrenia. Cuarenta y ocho mil trescientas sesentaicinco historias que iniciaron con esa máquina alquimista que abre o cierra. Que define si vas, te quedas o regresas.

Un encierro bajo llave. Una peste que se define entre lo que existe del otro lado del cerrojo y lo que hay de este lado de la hendidura dentada de óxidos remotos. La tentación perenne de cruzar ese umbral desconocido y buscar más allá de él la salvación redentora o el contagio rugoso, hirviente, asfixiante.

“Me dieron la llave”. “Tengo la llave”. “No encuentro las llaves”. “Se me perdieron las llaves”. “Se rompió la llave”. “Tenga sus llaves”. “Soy coleccionista de llaves”. “El último que apague la luz y que le eche llave a todo”. “Déjale abierto porque no traigo llaves”. “Échale doble llave”. “Te dejo las llaves con la vecina”. “¡Desinfecta esas pinches llaves!”

Placer, infortunio, desvarío, lepra y plaga. ¿Acaso un artefacto tan pueril e intrascendente puede tanto? ¿Es ese trozo de metal digno de una narrativa, de una reflexión sobre su lacónica utilidad?

La brecha de ese túnel milimétrico, atemporal, orbicular, asceta, conecta con el exterior, con “el otro”, con lo desconocido. Afuera es libertad y pandemia. Afuera es purificación y peste.

El trocito de metal es el conducto, el artefacto tentador, la varita del azar, del volado. La cerradura, el orificio de epítomes convexos, sólo es testigo… un ojo estático que husmea ausencias y presencias.

Por ese visillo, por ese pequeño tragaluz de tiempo, se observan adentro caminatas demenciales, sueños infinitos, toses secas, dolores de pecho, estornudos letales, escalofríos pulverizantes, dolores luciferinos de cabeza.

Afuera, la película se desarrolla cuadro por cuadro, en una secuencia implacable e infinita, que capta la marea invisible de pistilos venenosos, de materia imperceptible pero letal.

Afuera y adentro. Abrir y cerrar. Girar ese ojo estático y definir los tiempos. Los azares del tiempo. Irse o quedarse. Visillos. Hendiduras. Cerrajes. Llaves. Salir o entrar. Salir y ya no entrar. Salir y regresar. El ojo estático. Las llaves colgando de la chapa. Las llaves y el túnel milimétrico…

Ernesto Sabato revolotea afuera y adentro. Carcomen sus palabras. Su libro El túnel es también un rumor presente en la peste…

“En estos meses de encierro he intentado muchas veces razonar la última palabra del ciego, la palabra insensato. Un cansancio muy grande, o quizá oscuro instinto, me lo impide reiteradamente. Algún día tal vez logre hacerlo y entonces analizaré también los motivos que tuvo haber tenido Allende para suicidarse.

“Al menos puedo pintar, aunque sospecho que los médicos se ríen a mis espaldas, como sospecho que se rieron durante el proceso cuando mencioné la escena de la ventana.

“Sólo existió un ser que entendía mi pintura. Mientras tanto estos cuadros deben de confirmarlos cada vez más en su estúpido punto de vista. Y los muros de este infierno será, así, cada día más herméticos”.

Los anuncios adheridos a los postes con cinta adhesiva cada vez son menos. Don Valentín, el cerrajero que moldea figurillas de metal para abrir y cerrar puertas, para abrir y cerrar destinos, y que cumple cuarenta y seis años en el mismo oficio, en el mismo lugar, en la esquina de Morena y Zempoala, dice que los pegotes no son de él.

Pero también dice que las llaves y los cerrojos tal vez tienen vida…

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