Día 32: La Biblia según un mueblero: “no pago, no paro; no me hacen nada”

 

Por Rivelino Rueda

 

Palevich alzó la servilleta que cubría el cesto y,

mostrándome aquellos frutos de mar,

aquella masa gris y gelatinosa,

me contestó, sonriendo con su habitual,

bonachona y cansada sonrisa:

–Es un regalo de mis fieles ustachi.

Son veinte kilos de ojos humanos.

Curzio Malaparte/Kaputt

 

Fue sin duda el diálogo entre un hampón de la mafia y un sicario. Entre un dictador y su subordinado. Entre un cacique genocida y un mayoral psicópata. Entre un gánster y un gatillero. Fue una orden para cumplirse de inmediato y al costo que fuera. No importaba que unas horas después se notificara que, en un día, murieron 140 personas por la peste.

Es predecible. Uno se puede imaginar a la perfección ese diálogo entre el patrón y el peón. La historia está llena de esos diálogos macabros. En la literatura abundan estos personajes.

Ricardo Salinas Pliego y Javier Alatorre son la calca del líder de cualquier cártel del narcotráfico pidiéndole a sus matones a sueldo arrasar con una comunidad entera, quemar los cuerpos, meterlos a tambos de ácido, descuartizarlos, borrarlos de la faz de la tierra.

Es un pasaje del libro El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, cuando el dictador ordena el castigo a los que intentaron quitarlo del poder creyéndolo muerto:

 “Los reconoció uno por uno con la memoria inapelable del rencor y los fue separando en grupos diferentes según la intensidad de la culpa, tú aquí, el que comandaba el asalto, ustedes allá, los que tiraron por el suelo a la pescadera inconsolable, ustedes aquí, los que habían sacado el cadáver del ataúd y se lo llevaron a rastras por las escaleras y los barrizales, y todos los demás de este lado, cabrones (…), así que se hizo cargo de interrogar a los cautivos de viva voz y de cuerpo presente para conseguir que le dijeran por las buenas la verdad ilusoria que le hacía falta a su corazón, pero no lo consiguió, los hizo colgar de una viga horizontal como loros atados de pies y manos y con la cabeza hacia abajo durante muchas horas, pero no lo consiguió, hizo que echaran a uno en el foso del patio y los otros lo vieron descuartizado y devorado por los caimanes, pero no lo consiguió, escogió un grupo principal y lo hizo desollar vivo en presencia de todos y todos vieron el pellejo tierno y amarillo como una placenta recién parida y se sintieron empapados con el caldo caliente de la sangre del cuerpo en carne viva que agonizaba dando tumbos en las piedras del patio, y entonces confesaron (…).

Es el mueblero cubriéndose en un manto de impunidad con sus alianzas políticas estratégicas con los gobiernos en turno, colocando familiares, amigos, consejeros jurídicos y socios, a las nóminas de secretarías de estado, cámaras del Congreso, gubernaturas y presidencias municipales.

Es el empresario que es un manso cachorro en la condonación de impuestos y una bestia incontrolable cuando hay que cumplir con obligaciones fiscales. Es al que le fueron cumplidas sus “cuotas” políticas en el actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador, y el que se jacta de tener a un Esteban Moctezuma Barragán como secretario de Educación Pública (SEP), o a una Lilly Téllez como senadora sin grupo parlamentario.

Es el que recibió como regalo a la otrora televisora estatal Imevisión, en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, para transformarla en la peor versión de su competencia, Televisa. El que en la administración pasada metió a su hija como senadora (Ninfa Salinas Sada), al presidente de Banca de Gobierno de Banco Azteca y exdirector general de ADN 40 (Luis Armando Melgar) y a un peñanietito en la gubernatura de Chiapas (Manuel Velasco Coello).

Entre los delincuentes estas formas son comunes: buscar la impunidad a través de un cargo público y jactarse de ser cercano al poder: Pablo Escobar, el líder del Cartel de Medellín, fue congresista en el parlamento de Colombia por el Movimiento de Renovación Liberal (MRL), y metió a algunos de sus más cercanos a hacer política.

En la crónica Un fin de semana con Pablo Escobar, del colombiano Juan José Hoyos, se narra este codeo de hampones disfrazados de empresarios (Escobar Gaviria tenía un negocio de mucho, mucho lucro) con la clase política:

“Escobar se codeaba entonces de tú a tú con todos los políticos de entonces y hasta había sido invitado a España por el presidente electo de ese país, Felipe González. En ese viaje lo acompañaron varios parlamentarios colombianos. La policía española recibió informaciones de infiltrados en el mundo de la droga según las cuales el principal capo del narcotráfico colombiano se hallaba hospedado en un hotel de Madrid. Por ese motivo, fuerzas especiales allanaron el edificio y detuvieron por un rato a varios asustados congresistas del Partido Conservador, que se habían acostado temprano. Los senadores, ya vestidos de pijamas, fueron requisados minuciosamente junto con sus equipajes. Mientras tanto Pablo Escobar tomaba champaña con varios amigos y periodistas colombianos en la suite presidencial adonde los había invitado Felipe González”.

Salinas Pliego también es el que ha recibido entre 2009 y hasta 2018 recursos públicos por al menos mil 689 millones de pesos para Fundación Azteca sin rendir cuentas. Es el que pidió la destitución desde las pantallas de su televisora del exjefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, Cuauhtémoc Cárdenas, tras el asesinato del histrión Paco Stanley.

Y sí, es quien días más tarde guardó silencio cuando se reveló que el señor tenía una severa adicción a la cocaína. Para ese entonces uno es los estandartes de Tv Azteca era una campaña denominada “Vive sin drogas”.

El cacique mueblero de Grupo Salinas no cierra sus negocios. La pandemia alcanzó los 650 decesos, los 7 mil 497 casos confirmados y los 12 mil 396 casos sospechosos. Pero no. Salinas Pliego ha dicho una y mil veces ha dicho que sus negocios no van a parar, que sus empleados van a seguir laborando. Desafío. Irresponsabilidad. Impunidad. Mala leche. Ignorancia. Desprecio al otro por encima del negocio.

Hace una semana, el vocero de la plaga por la Covid-19 en México, balconeó a las empresas que no han cerrado pese al agravamiento de la crisis epidemiológica. Entre éstas, por supuesto que estaban las del magnate de los muebles y la usura. López-Gatell advirtió que habría responsabilidades administrativas, clausuras, e incluso procesos penales a quienes se negaran a parar.

Es muy obvio lo que pasó después. El diálogo entre el hampón y sus gatilleros. El mensaje pudo haber sido directo o en una videollamada. Los asistentes, aparte de Ricardo Salinas, el director de Azteca Noticias y el lector de telepromter, Javier Alarcón. La orden: “Jalen el gatillo contra Gatell. Dinamiten la estrategia contra la Covid-19. No me importan los muertos. No me importa el personal de salud. Me importan mis empresas. De eso tragan bola de pendejos. Así que a chingarle”.

De Javier Alarcón no se puede decir nada. Él se ha pintado durante varios años como lo que es: un peón, un gatillero, un obediente sumiso, la última cadena del eslabón de odio y mentiras.

Bueno. Nada más que lo instruyeron bien para decir las palabras “no le hagan caso a López-Gatell” y “sus cifras ya son irrelevantes”. Tal vez por ahí sugirió que había que sustentarse con algo. Ah, pues ahí está el empresario Jaime Bonilla, gobernador de Morena por Baja California, que anda en las mismas que Grupo Salinas.

Círculo cerrado. Bonilla anda chantajeando y presionando para que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) falle a su favor y su mandato se extienda no por dos, sino por cinco años. También es de los aludidos con aquello de los cierres de empresas. Ergo –piensa Alarcón–, “en la entrada digo que “varios gobernadores” están cuestionando las cifras de López-Gatell y sólo presentamos a Jaime Bonilla. Qué chingones somos. Qué gran periodismo hacemos”.

Y sí. Javier Alarcón será como ese sicario que narra el cronista colombiano Andrés Felipe Solano en la crónica Seis meses con el salario mínimo. Sin duda así acabará:

“Otra de las noches que pasé aquí uno de ellos me habló. Estaba en la mesa de al lado, me ofreció un trago de aguardiente y, como no tenía plata más que para dos cervezas, se lo recibí. Llevaba puesto el uniforme de una empresa de mensajería y estaba rapado. Era corpulento y el amigo con el que venía le decía «Negro». Bastó brindar con un tercer aguardiente para que se confesara. Al parecer, necesitaba hacerlo. El hombre había sido soldado profesional y combatió en Urabá por la época de las masacres en los pueblos bananeros, pero le dieron de baja después de tres años de servicio. Regresó a San Javier, su barrio en la comuna 13, y vagó por tres meses. Una madrugada, después de estar tomando con sus amigos de la cuadra, volvió a su casa y se encontró con un señor que lo estaba esperando en la puerta.

“—Tenía una ruana y era cojo. Cojo —repitió la última palabra mirándome a los ojos.

“Se refería a Diego Murillo, Don Berna. Un día, el sucesor de Pablo Escobar quedó con la pierna derecha destrozada después de recibir 17 tiros. El señor le dijo que quería que trabajara para él. El Negro aceptó y así fue como se convirtió en uno de los comandantes paramilitares de San Javier. Ahora está desmovilizado y conduce un camión.

“—Soy un don nadie —me dijo cuando terminó la historia.

“Por fortuna no me preguntó qué clase de don nadie era yo. Esa noche con el Negro también sonó la canción de Rubén Blades que acaba de poner el DJ, y fue el único momento en que el Negro paró de hablarme. La oía como si se la hubiesen escrito para él. ?

Anoche escuché varias explosiones,/ Tiros de escopeta y de revólveres,/Carros acelerados, frenos, gritos,/ Ecos de botas en las calles,/ Toques de puerta, quejas, pordioses, platos rotos./ ¿A dónde van los desaparecidos/Busca en el agua y en los matorrales./ ¿Y por qué es que se desaparecen/ Porque no todos somos iguales./ ¿Y cuándo vuelve el desaparecido/ Cada vez que los trae el pensamiento./¿Cómo se le habla al desaparecido/ Con la emoción apretando por dentro.

Cuando se acabó la canción me dijo:

—Maté mucha gente, tanta que por las noches me despierto llorando. Tomémonos el último aguardiente que ya me voy a guardar el camión de la empresa.

 

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