Por Judith Garza
Lunes 21 de noviembre, 2016.- Conozco muchas personas con una elevada cultura general que me han llegado a decir que, a la hora de asistir a un concierto, no saben cuándo aplaudir. En realidad es algo bastante sencillo que no debería ser asunto de preocupación.
Por supuesto que hay ciertos protocolos que se aprenden al asistir a los conciertos. Por ejemplo, cuando se presenta una orquesta, no se aplaude al entrar los músicos al escenario; sólo se le aplaude al concertino (que entra cuando ya todos los demás músicos están en su posición) y al director, que aparece después. Si hubiera solista, que ingresaría en último lugar, también se le aplaude.
En cuanto a las obras, hay que tomar en cuenta que algunas pueden estar integradas por varias partes. Es el caso de las sinfonías, las cuales generalmente constan de tres o cuatro (a veces más, a veces menos) movimientos. En los programas de mano es fácil verlo:
Sinfonía No. 40 en Sol menor, KV 550 W. A. Mozart (1756-1791)
- Molto allegro.
- Andante
- Allegretto.
- Allegro assai.
Esto quiere decir que la sinfonía en cuestión está formada por cuatro partes (movimientos) y que el aplauso deberá ir al final del cuarto. Aplaudir en cada uno equivaldría a pensar que se trata de cuatro piezas diferentes, que no son cuatro partes de un todo. Como si leyéramos un libro de cuatro capítulos y creyéramos que cada uno es un libro y que no tienen relación entre sí. En los recitales de instrumentos solistas, las directrices son las mismas.
Podemos encontrar ejemplos de obras muy largas, tanto sinfónicas como para instrumentos solos. Uno serían las Variaciones Goldberg, de Johann Sebastian Bach. Se trata de 32 variaciones con una duración total aproximada de 52 minutos. Otro sería la Sinfonía No. 5 de Gustav Mahler, de 5 movimientos y duración aproximada de 1 hora 15 minutos. Ambas obras son de una belleza ultraterrena. Y el aplausoirá al final solamente.
Más allá de que aplaudir en el momento indicado demuestra educación y cultura en el escucha, personalmente creo que la razón más importante es el disfrute de una pieza musical. Lo que quiero decir es que un movimiento puede crear un estado de ánimo; algo se queda flotando en el ambiente. El silencio que sigue a este movimiento y precede al próximo, el cambio de carácter entre estos movimientos, son sutilezas que pueden enriquecer la experiencia musical. Los aplausos podrían romper ese momento etéreo.
Y aún más significativo: no te prives de vivir y gozar la música por no saber cuándo aplaudir. Quizá alguna vez se te escape un aplauso en donde no iba. No pasa nada (bueno, una mirada matona cuando mucho). El disfrute que puede aportar la música a tu vida bien vale la pena el riesgo. O, como una amiga lo hizo, espera a que aplauda el grueso del público en tus primeros conciertos.