Por Josué Mendoza
En una entrevista Sebatián Ligarde, quien le dio vida a uno de los personajes más famosos de la televisión mexicana de los años 80, el famoso Memo, quien puso en boca de los mexicanos de la época la jocosa frase de “serena morena; declaró que le pareció desconcertante que le ofrecieran ese preciso papel.
Explicó en dicha entrevista que no le parecía congruente su genotipo con el del chavo banda de barrio. En eso quizá tenía razón. Sin em- bargo, su actuación fue tan buena que todos pasamos por alto ese pequeño detalle.
De cualquier manera, hay que mencionar que, durante décadas y décadas, ese fue y ha sido el paradigma de los elencos de la televi- sión mexicana. Así podemos ver a actrices blancas de ojos claros interpretando a mujeres indígenas o jóvenes, también blancos de quienes su nulo trabajo actoral —a diferencia de Sebastián Ligar- de— o la pésima dirección escénica, no disimulan ni siquiera un poco su origen socioeconómico alto al pretender “interpretar” a personajes supuestamente de origen popular.
Por otro lado, cuando los actores tienen rasgos físicos que corres- ponden a la realidad del genotipo popular mexicano, tienen que interpretar a criminales o a los payasos ignorantes de la telenovela. La premisa de estas producciones es que el pueblo no quiere ver- se a sí mismo en la televisión, o por lo menos eso es lo que nos han querido hacer creer. Y el resultado es que, en ese sentido, los personajes resultan burdos al suplantar las realidades con modelos prestablecidos por los productores. Como cuando los negros eran interpretados por actores blancos con la cara pintada de grasa para zapatos.
La serie de Netflix “CONTRA LAS CUERDAS”, es un ejemplo de que algunas productoras están haciendo las cosas distintas, lo cual, por supuesto, se agradece.
Es una serie cómica de ficción que usa el fabuloso mundo de la lucha libre como escenario para desarrollar con bastante éxito su argumento, el cual se resume de la siguiente manera: Se trata de las dificultades de una mujer que acaba de salir de la cárcel para integrarse a la sociedad con su familia y con sus amigos y, sobre todo para recuperar el respeto y el amor de su hija. Tarea que no le resulta fácil. Entonces la protagonista toma una decisión que es trascendental para toda la historia: toma una identidad se- creta como luchadora.
No obstante que la serie es una comedia bastante ligera, la trama desarrolla una serie de temas de tal manera que, sin entrar en de- masiada profundidad y, por supuesto, sin presentar una realidad demasiado cruda u oscura, sí muestra de paso algunas realidades que están ahí y que lesionan de diversas maneras a la gente y a los barrios populares de la Ciudad de México y de todo el país, como es el tráfico de drogas y la drogadicción misma.
Por otro lado, una de las virtudes de la serie es su manejo de lo cursi. Este resulta bastante agradable y necesario y, además, resalta valores que, desde mi punto de vista personal, siempre son muy bonitos de ver en una serie de entretenimiento, como son la amis- tad, la lealtad, la honradez, el perdón, la solidaridad, el juego lim- pio, la familia y, sobre todo, la SORORIDAD.
Las protagonistas de la historia son todas mujeres, y todas ellas tienen sus problemas y dificultades. Sin embargo, el apoyo incondi- cional que se brindan entre sí las hace fuertes y resueltas y les faci- lita por supuesto, la resolución de sus problemas.
Lo cómico surge de las maneras y de la lengua de los personajes, sin que por ello, se conviertan en payasos o patiños, lo cual es un punto a favor de los libretistas, ya que casi en ningún momento se siente la intención de hacer chistes, provocando que todo fluya de manera muy ágil y natural.
Ahora, retomando el argumento inicial de este artículo, la produc- ción se aleja totalmente del paradigma de la televisión mexicana
en el que los personajes de origen popular son interpretados por actores cuya apariencia a todas luces no corresponden con ese sector social y que, además, ni siquiera tienen el profesionalismo para realizar un trabajo de verdadera interpretación actoral que dé como resultado la construcción de personajes verosímiles. Era muy común ver que se resolvía ese problema de interpretación con la burda imitación de las maneras, la lengua y los tonos de La Cho- rreada y Pepe el Toro o lo que es peor, disfrazándolos con harapos mugrientos (como si la gente del “pueblo” fuera mugrosa).
En CONTRA LAS CUERDAS eso no ocurre. Por ejemplo: La actriz protagonista, Caraly Sánchez —que, por cierto, hace un tra- bajo estupendo—, es una mujer morena de pelo rizado con rasgos afro mexicanos que construye a su personaje con muchísima sol- tura y confianza, dándole una dimensión real, verosímil y lleno de múltiples matices y planos de carácter, lo cual ocurre con todos los demás actores y sus respectivos personajes.
Otro de los grandes aciertos de la producción y la dirección de CONTRA LAS CUERDAS es que le apostaron de manera sobre- saliente a la actuación. Hay algunas actuaciones fantásticas como las de Carmen Ramos y Giovanna Zacarías, dos actrices excelentes quienes construyen unos personajes verdaderamente entrañables y, por supuesto la de Armando Hernández, quien en esta serie, una vez más demuestra ser un gran actor al interpretar un villano fabuloso.
Me parece que el libreto es un catalizador magnífico para que las actuaciones resulten tan naturales y convincentes pues no hace uso de rasgos caricaturescos o estereotipados, y nunca fuerza ni la len- gua ni las maneras de sus personajes. Por ejemplo, estos hablan con muchas groserías, pero en ningún momento este lenguaje resulta forzado, chocante u ofensivo como sí ocurre con los personajes de otras obras televisivas o cinematográficas en el que se pretende hablar como habla el barrio y en las que, por alguna razón estructu- ral o de forma, como pueden ser el libreto o la dirección escénica o ambas juntas, la lengua y los personajes se sienten forzados y, por lo tanto chocantes, como es el caso de un programa de Televisa en el que también participa el mismo Armando Hernández y, cuyospersonajes, supuestamente de barrio —esto es una opinión muy personal, por supuesto— son francamente insufribles.
Para terminar, debo decir que el trabajo de coreografía y de las do- bles para representar los combates es fabuloso y que, como en las antiguas películas de luchas, son un buen espectáculo que termina por ser uno más de las protagonistas de la serie.
Por otro lado, cabe mencionar que, el trabajo de fotografía es vbas- tante notable y nos regala unos cuadros sensacionales en los que, el arte urbano de los barrios de Iztapalapa se muestra con su gran calidad y su compromiso pupular.
En fin, la recomiendo para pasar un buen rato sin demasiado drama.