El arte y el estúpido blofeo

Por Angélica Ruiz

8 de junio, 2015. En los últimos años la Ciudad de México se ha convertido en uno de los escaparates más atractivos en muchos sentidos, especialmente en el terreno artístico; consecuencia quizá de ser una de las metrópolis más grandes del mundo; la tercera para ser exactos, con poco más de 20 millones de habitantes, por debajo de Tokio y Nueva Dheli; de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas.

Aquí puede pasar todo y de todo. No es gratuito que las administraciones en turno del gobierno de la Ciudad de México, gasten millones de pesos de su presupuesto en obras públicas de aparador, o que empresarios como Carlos Slim construya uno de los museos más pretensiosos y espectaculares, arquitectónicamente hablando, para gusto o disgusto de muchos.

Lo que es un hecho, es que hoy día existe un movimiento vertiginoso de expresiones artísticas de una generación de jóvenes que tienen la necesidad no sólo de ser, sino de pertenecer. En efecto, podemos encontrar una cantidad impresionante de propuestas en obra artística,  tratando de dejar huella en un grupúsculo de la sociedad.

Dato curioso: Gran parte de este movimiento “artístico” se ha enfocado particularmente en ciertas zonas de la ciudad como la Roma, Polanco, Condesa o ahora La Santa María la Ribera, por ejemplo, como si sólo en estas zonas se concentraran los 20 millones de habitantes que conformamos la urbe azteca. Para las zonas populares existen los graffiteros callejeros o los “artistas” que contratan los gobiernos delegacionales para remozar un camellón o una plazuela X.

Es complejo determinar de dónde se originan estos criterios; si por parte del mismo artista o de las autoridades que deciden dónde y qué exponer, bajo determinados intereses personales o económicos. Como si el arte  lo determinara la zona económica donde se instala o se exhibe.

La pregunta cabe: ¿Es el arte una forma de presumir que perteneces a un determinado grupo sociocultural, sin importar la calidad o el contenido artístico de la obra que se expone?

¿Por qué lo decimos? Porque sin temor a equivocarnos, en muchos casos encontramos una oferta hueca y pretensiosa que no transmite más que el desentendimiento por lo que el artista quiere plasmar y se evidencia el desinterés del público por su desconexión con la obra.

Es decir, como espectadores  tenemos todo el derecho de sentirnos “tocados”  o no  por alguna obra de arte, partiendo de una curiosidad honesta, sin la obligación de tener que quedar bien con nadie y con la disposición de conocer más o descubrir emociones diversas. Somos diferentes y habrá obras que trastoquen más a una persona que a otra, o no. Y esto no significa que alguien sepa más o menos.  Simplemente que como seres distintos necesitamos expresiones diferentes, como lo apunta Avelina Lesper,  crítica de arte.

Ahora bien, ¿está el artista mismo,  las instituciones de gobierno o los museos comprometidos con la obra que ofrecen?

Lesper, quien se ha caracterizado por su acidez y franqueza, considera que en México se da en exceso la falsedad de lo que en el terreno del arte se ofrece. ¿Por qué? Porque el mercado cuenta con diversos parámetros para calificar una obra.  Y en este contexto, desgraciadamente muchos de estos artistas, instituciones de gobierno, museos o galerías de nuestro país están más enfocados en sus propios intereses que en ofrecer una propuesta artística honesta, que diga algo por sí misma, que enfrente al espectador.

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En una entrevista publicada en su blog, Lesper asegura que este problema viene de origen y tiene varias aristas: “Es como una cadena, primero tenemos a los falsos artistas, gente que no tiene talento y que realiza obra sin la más mínima factura y pasa como artista porque el medio lo permite. Después está la academia, el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, y todas las personas que egresan como curadores, maestros y que avalan la obra de los artistas. Y por último están los museos (y galerías) que exhiben la obra, pero que están en complicidad con el mercado.

“El público va a los museos y se encuentra con un montón de vidrios tirados en el piso y los tiene que apreciar como ´la obra´, aunque no le aporta nada. Estamos haciendo un retroceso en el pensamiento humano. Nos estamos volviendo estúpidos al aceptar ver vidrios rotos o una pecera vacía.”

Si esta actitud prevalece y los especialistas o las instituciones siguen enclaustrados en su academismo que los protege de decir la verdad y siguen menospreciando al público, obviamente va a suceder lo que ha pasado durante años: que la mayoría de la gente los ignore y que los criterios de lo que debe ser arte se sigan ciñendo a los intereses ahora sí de una minoría egoísta e inconsciente de lo que debe representar el arte por sí mismo.

Habría que considerar que si como espectadores o artistas no partimos desde nuestra propia honestidad, no sólo nos seguiremos engañando, sino que estaremos girando en un círculo vicioso donde todo es un estúpido blofeo.

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