Todos los días recibe amenazas por parte del Estado Islámico si continúa enseñándo a bailar a niños huérfanos, pero Ahmad lo sigue haciendo.
Por Nily Vanessa Moreno Contreras
Su figura contrasta con el telón negro que lo permite continuar el acto. El palco de la guerra son los balcones y techos destruidos por los bombardeos que lo acompañan bailando. La audiencia se convierte en trozos grises de casas destruidas o tal vez los ladrillos que aún quedan empalmados. El montaje de la obra parece ser unos botes apilados que reposan uno sobre otro, mientras el sol ilumina la mitad de la escena. El sonido de la metralla es el valse que lo acompaña todos los días.
Ahmad Joudeh danza entre las ruinas para sobrevivir a la guerra en Siria. La forma de su cuerpo es lo único que no se ve destruido, como su escenario, mientras que su alma busca liberarse en medio de los miles de muertos que abundan bajo los escombros en Damasco.
“El ISIS amenazó con dispararme en las piernas si persistía y he bailado en el teatro romano de Palmira, donde ellos rebanaban cuellos», comentó con un tono indignado.
Todos los días recibe amenazas por parte del Estado Islámico si continúa enseñándole a bailar a niños huérfanos, pero Ahmad Joudeh lo sigue haciendo.
La destrucción es su escenario y baila en calles devastadas donde sólo hace unos meses había casas con familias completas. Ahora muchos se quedaron muertos y esparcidos en las calles, incluyendo cinco miembros de su familia.
El ritmo de su cuerpo fluye como los disparos de todos los días en la segunda ciudad más grande de Siria, después de Alepo. Su padre Wafik lo golpeaba en las piernas para que dejara de bailar.
Para el Islam fundamentalista, la danza es pecaminosa. Por ejemplo, en Irán dan clases de ballet a niños de manera clandestina en los sótanos de hospitales abandonados. Sin embargo, si dan un soborno se les permite que el público los vea. Les cobran 200 millones de riales o sea, unos 117 mil 020 pesos mexicanos, según un artículo en Broadly.
El cuerpo del bailarín lleva una cicatriz en la muñeca izquierda que dice “Libertad”.
El pecho de Ahmad está en dirección al cielo junto con su barbilla. Hace un “fuera de centro”, que figura la mitad de un corazón, mientras que el suyo late más fuerte que el de todos los bailarines que tienen la oportunidad de bailar en el Ballet Imperial del Teatro Mariinsky o en la Ópera Metropolitana de Nueva York.
Su única compañía es un teatro creado a base de gritos desesperados por culpa de un misil Tomahauk, e incluso por las bombas provenientes de un AC-130 lanzado por los estadunidenses.
El polvo del ambiente lo abraza junto con su cuerpo ardiendo en auxilio a las demás naciones, y lo único que le queda es “bailar o morir”, frase tatuada en su nuca. Es una plegaria de todos los días en el que el baile es un reto y una dolorosa declaración.