Por Rivelino Rueda
Salvarse en el mundo entero
consiguiéronlo únicamente
algunos hombres que
eran puros y elegidos,
destinados a dar principio
a un nuevo linaje humano
y a una nueva vida,
a renovar y a purificar la tierra,
pero nadie ni en ninguna parte
veía a aquellos seres,
nadie oía su palabra y su voz.
Fiodor Dostoyevski/Crimen y Castigo
Apretujados entre las pantuflas de capricornio y unos cuadernos de la primaria van, en esa pesada bolsa negra de basura, los que tal vez sean los últimos peluches y muñecas de la niñez.
Hay cosas que necesitan un tiempo para asimilarlas. Esta es una de ellas.
El cuarto de la muchachita ya no es más el escondite, la casa encantada, el cosmos iluminado de estrellas y planetas, el bosque con tiendas de campaña hechas con sábanas, cobijas y toallas.
Hoy, la puerta cerrada. La señal más acabada de una etapa que intenta ser superada. Hoy las interrogantes. Hoy la tormenta de dudas. Hoy la ebullición y la desmitificación. Hoy los padres ya no son los tótems ni las figuras de epopeyas helénicas. Hoy esos seres cargados de dudas, quizá más que las que habitan, representan una incógnita a futuro.
Los días pasan entre retos silenciosos y choques abiertos. La muchachita busca el distanciamiento a doce años y medio de permanente acompañamiento. Ya casi no hay residuos de la niña que fue educada en libertad y bajo los parámetros de la libertad.
Hoy revolotean en ese cuarto cerrado sueños, ilusiones, decepciones, alegrías, dudas y más dudas. Hoy la libertad enseñada juega un papel de rebeldía, a veces de desasosiego, a veces de cólera por las primeras frustraciones.
Las notas de rock van moldeando a la muchachita que buscaba refugio en canciones de cuna, luego en tonadillas pegajosas de películas infantiles de temporada. La ropa negra se acumula en un cesto de mimbre oloroso a sudor y adolescencia, donde hasta hace apenas unos meses predominaban los atuendos de tonalidades rosas, azul turquesa, violeta o blancas.
Incienso y luces led tiñen un ambiente desconocido para dos seres acostumbrados al ir y venir inquieto de una niña regodeada en el apapacho, en la obediencia plena, en la carta que pedía perdón ante la travesura cotidiana.
Roger Waters dice en la poderosa canción Mother, que perfectamente también podría llamarse Father, lo siguiente:
Mother do you think they’ll drop the bomb?
Mother do you think they’ll like this song?
Mother do you think they’ll try to break my balls?
Ooooo mother should I build the wall?
Mother should I run for president?
Mother should I trust the government?
Mother will they put me in the firing line?
Ooooo is it just a waste of time?
Hush now baby, baby, don’t you cry.
Mother’s gonna make all your nightmares come true.
Mother’s gonna put all her fears into you.
Mother’s gonna keep you right here under her wing.
She won’t let you fly, but she might let you sing.
Mama’s gonna keep baby cozy and warm.
Ooooh babe ooooh babe oooooh babe,
Of course mama’s gonna help build the wall.
Video:
La bebé ya no es una bebé. La niña creció. La muchachita derrumbó estatuas y superó ciudades amuralladas. Hoy confronta historias con la espada desenvainada y escribe una historia para sí misma, no como le fue contada, no como la escuchó de sus oráculos en decadencia.
Es su historia la que tendrá que ser narrada por ella misma y por nadie más.
Así, como cada uno de los seres humanos forjan la suya propia, aunque luego de unos años se entere uno que sí, que hubo un acompañamiento vital, cuerpo a cuerpo, sangre a sangre, respiro a respiro, de esos seres que derribamos de su pedestal a fuerza de tirones dolorosos, sus padres, nuestros padres.
A veces somos injustos en estos juicios que vamos moldeando hacia estos tótems de nuestra infancia. Pero no hay de otra.
Es el sentir del adolescente emancipado, el que dejó arrumbados los consejos, los recuerdos, los crayones de colores. Es una primera opinión que se va forjando en una de las etapas más complejas de la existencia: el rompimiento con los que asumieron, muchas veces con imposiciones absurdas, que los hijos siempre serán menores de edad.
Franz Kafka anota en el devastador texto Carta al padre (Brief an den vater, 1919), uno de esos juicios desproporcionados hacia la figura mítica de la infancia, pero que sin duda tiene una enorme validez al surgir de un proceso de formación psicológica inacabada.
Letal, punzante, directo, sin rodeos, uno de los escritores más influyentes en la historia de la literatura universal anota:
Desde tu butaca gobernabas el mundo. Tu opinión era acertada, cualquier otra era absurda, exaltada, de locos, anormal. Y tu confianza en ti mismo era tan grande que no necesitabas ser consecuente para tener siempre razón. También podía suceder que no tuvieses opinión respecto a un tema y, en tal caso, todas las opiniones posibles a ese respecto eran, sin excepción, erróneas. Podías, por ejemplo, echar pestes contra los checos, luego contra los alemanes, luego contra los judíos, y eso no de una manera selectiva sino en todos los aspectos, hasta que al final el único que quedaba eras tú. Tú estabas dotado para mí de eso tan enigmático que poseen los tiranos, cuyo derecho está basado en la propia persona, no en el pensamiento. En cualquier caso, a mí me lo parecía.
***
Los dibujos de otros tiempos que se colgaron en el refrigerador siguen ahí. El deterioro no impide que permanezcan por siempre en ese sitio. Son los tesoros de una niñez que se fue. La bicicleta de madera con la calcomanía de R2D2 dejó de rodar hace mucho tiempo. Le suplió una patineta y unos pares de tenis Converse destartalados.
Esas pequeñas cosas aún acompañan esta etapa.
Y sí. Esa es la palabra clave en estos días y para adelante: acompañar.
Acompañar a la muchachita en épocas inciertas, donde la guerra total contra las mujeres, la saña, la esquizofrenia del patriarcado, se regodea impunemente entre las ruinas de este país.
Acompañar en la libertad hasta que los huesos duelan. Acompañar al modo que ellas y ellos quieran, pero estar a su lado siempre. Acompañar y verlas y verlos felices en libertad.
@RivelinoRueda
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