Por Angélica Ruiz
La primer caricatura política publicada en México y de la que se tenga memoria, es aquella del 15 de abril de 1826 por la Revista El Iris; sin embargo este acto no fue el que marcó el inicio de una nueva práctica periodística de lo que hoy es todo un género especializado. No.
Fue más bien un par de décadas después cuando la caricatura política comienza a consolidarse como género. Hacia finales de 1840 comienza a introducirse de manera regular en las publicaciones de la época; en particular en el periódico El Calavera, fundado en 1847, el primer medio formal en darle cabida a la prensa ilustrada de nuestro país.
Y en la década de los sesenta, a partir de 1861, la caricatura política florece en seis periódicos de la Ciudad de México, los cuales ejercían la crítica política desde su tribuna. A partir de entonces, la caricatura comenzó a perfilarse como un recurso de acción e intervención en las luchas por el poder.
Hemos de decir que el empleo de la caricatura como recurso periodístico, fue producto o consecuencia de la influencia extranjera. Las primeras caricaturas que se hicieron en el país, si no es que todas, fueron en realidad copias de otras de factura europea adaptadas a las circunstancias mexicanas, tal fue el caso de las que se publicaron en El Telégrafo entre 1852 y 1853.
Sin embargo, el mérito de esas primeras expresiones caricaturescas fue que sirvieron de base para lo que vendría después.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX el desarrollo de este género fue excepcional, a pesar de que en algunos sectores lo menospreciaban y lo veían como “arte menor”, la caricatura política ya se constituía como una de las expresiones estéticas más prolíficas y arraigadas en la cultura visual de México.
A finales de ese siglo, cuando el porfiriato ya era una atroz dictadura, se desarrolló un periodismo moderno y especializado, identificado con la propaganda de un México idílico: una nación en camino al progreso, sin estridencias ni protesta. A la par, se gestó una prensa popular, mordaz, crítica a insolente, capaz de gritar las verdades que los grandes rotativos silenciaban.
Esta prensa “de a centavo”, como popularmente se le llamaba, llegaba a los iletrados y a las clases populares, quienes aprendieron a leer sus imágenes soeces, cuestionadoras, y también a reír ante la represión política y la miseria que se vivía en aquel entonces.
Las imágenes costrumbristas y las representaciones de un idealismo nacionalista que se gestaron para la prensa moderna y oficialista, fueron trastocadas en los medios que criticaron al porfiriato para crear retratos insolentes e irreverentes sobre una realidad pobre e incómoda.
La obra gráfica de los artistas de esa época forjó sin duda la base para la crítica que hasta hoy día se trata de ejercer. Valdría la pena voltear atrás para recuperar la memoria de lo que hoy somos y mirar en perspectiva los hechos violentos e injustos que envuelven la historia de este país para tatar si no de repetirla, por lo menos de reconocerla y reconocernos a nosotros mismos, porque de lo contrario “nuestro conocimiento de México será sólo una vulgar historieta”, como lo afirma el historiador y especialista en caricatura política, Agustín Sánchez.
Referencias Bibliográficas:
- Artículo “El Telégrafoy la introducción de la caricatura francesa en la prensa mexicana”, de Helia Emma Bonilla Reyna
- La caricatura política y sus lectores. Ciudad de México, 1876-1888
- Agustín Sánchez González, historiador y curador de la Exposición “El Colmillo Público” del Museo Nacional de la Estampa