Víctor

Hermoso huipil llevabas, llorona,

que la Virgen te creí,

Ay de mí, llorona,

llorona de un campo lirio.

Por Carlos Alonso Chimal Ortiz

Foto: Rivelino Rueda

Hace como 20 años que empecé a trabajar para el gobierno del Estado de México. Ahí conocí a un verdadero personaje: Víctor Gerardo Manuel Pérez Bolde Granados. 

He tenido la suerte de vivir rodeado de gente muy culta y Víctor no era la excepción. Víctor te podía hablar de cualquier cosa. Era fascinante escucharlo, aunque tenía algunas mañas como servidor público. 

En ese entonces atendíamos a servidores públicos. En esa ventanilla, la de atención a servidores públicos. Empezábamos a las nueve en punto de la mañana. Yo me paraba a atenderlos, pero al ser nuevo en ese puesto, había cosas que no sabía resolver, entonces le pedía ayuda a Víctor.

Él estaba con su café, su Marlboro y su coca-cola al lado, jugando solitario en la computadora y me decía que los servidores públicos a los que teníamos que atender tenían que esperar a que él estuviera listo. 

Actitudes como esa me molestaban de él, sin embargo, también le aprendí mucho, tenía un humor muy negro; por ejemplo, me platicó que en el edificio donde vivía, en la Colonia Roma, había una familia de judíos. 

En una ocasión preguntó a las niñas de esa familia, si sabían cuál era la diferencia entre una pizza y unos judíos, las niñas respondieron que no, entonces él les dijo que las pizzas no gritaban en el horno… Así era Víctor.

Cuando lo conocí, hace 20 años, él tenía como 40, cada día se echaba dos cajetillas de Marlboro, como tres litros de coca cola, y calculo que dos litros de café; no era muy delgado, pero tampoco gordo. En ocasiones en horario de trabajo preguntaban por él y ya se había salido a caminar por la calle porque se sentía “como engentado”.

Tenía trunca su licenciatura de Derecho y, a veces, cuando iba a notificar, mientras los abogados normales lo hacían en una hora, él lo hacía en tres, y cuando regresaba y lo reprendían por su tardanza el sólo decía: “No es como en las películas, jefa, en Nueva York uno sale y grita: ¡taxi!, de inmediato se para uno y lo lleva”.

Había ocasiones en que al volver de desayunar después de varias horas, le preguntaban dónde había estado. Sin responder y sin fijarse, él tomaba alguna hoja de papel, a veces era un oficio o una demanda y, con la esquina de la misma, se sacaba de entre los dientes la carne que le había quedado atrapada ahí de los tacos que se había zampado.

Su padre había tenido mucho dinero. De joven tomó clases para pilotear aviones. No hizo caso al instructor y chocó el avión en tierra. Él salió ileso. En otra ocasión, pero más o menos en la misma época, tomó el coche de lujo de su papá para ir a un centro comercial. Se le olvidó que había ido en auto y se regresó en camión. No recordó lo del automóvil hasta que le preguntó su papá, entonces fueron por él.

Ahora el autismo, por estudios y por lo avanzado de la medicina, se conoce un poco más. No estoy muy empapado en eso y no quiero ofender a nadie ni mucho menos, pero sé que las personas que de alguna forma lo padecen son unos genios, sobre todo para el cálculo matemático, y que lo demás es como si no les importara.

Víctor sabía mucho de arte, de historia y otras muchas cosas, leía sin descanso y podía platicar de historia como si él hubiera estado ahí, en el lugar de los hechos… era excelente platicador.

Me contó que no pocos de los servidores públicos armados se suicidan con su propia arma de cargo, sobre todo en los meses de diciembre y de marzo a mayo, en plena primavera. En diciembre, no me extraña, pero todavía me pregunto por qué en la primavera. Una temporada lo mandaron a dar cursos a servidores públicos, lógico, trató el tema del suicidio y todos concluyeron que la causa era depresión, entonces él pontificaba:

–Por favor no se suiciden con su arma de cargo porque ocasiona graves problemas a la corporación: primero, limpiar los sesos embarrados en las paredes, luego, el desmadrito con los seguros y, por si fuera poco, la bronca para recuperar el arma de cargo…

Como corolario, recomendaba:

— Si lo van a hacer, mejor métanse un palo de escoba por el culo, pero no toquen el arma de cargo…

Parece mentira, pero en los dos años en que él impartió cursos, los suicidios con arma de cargo bajaron 80%, en cambio, la compra de escobas entre los servidores públicos se incrementó en 20%.

Hace años yo escribía en una revista zonal. Era crítico de cine y regalaba boletos para las premieres y algunas otras cosas que daba la revista. Algunos anunciantes también daban descuentos y cortesías en restaurantes y bares de la zona. 

Un día llegó Víctor a mi casa, así, sin anunciarse y sin invitación. Llevaba unos “grabados” de Francisco Zúñiga y otros más para mi papá, pero en realidad no eran litografías, ni serigrafías, eran impresiones de offset que no tenían ningún valor, pero que dieron pie para una plática que se fue alargando.

Yo no tenía dinero para comprar algo que le diera sabor a la plática, entonces recordé que tenía cortesías de un restaurante en Plaza Inn. Él, mi papá y yo salimos a la calle y abordamos su Volkswagen blanco de esos clásicos que tenían la direccional de banderita, supongo que había sido de su padre.

Los vales sirvieron para una cochinita pibil deliciosa de aquel restaurante, y después de varias horas con sus correspondientes tequilas le confesó a mi padre que era fan de su arte. Recuerdo a los lectores que mi padre es pintor. 

Víctor tenía muchos relojes caros y de marca. También supongo que eran de su padre. Se quitó el que llevaba, que era de cuerda y se lo ofreció a mi padre. Mi papá se sintió apenado y lo rechazó varias veces, hasta que lo aceptó, pero le dijo que, a cambio, se llevara un cuadro de su autoría, el que quisiera.

Entre el que sí y que no y el estira y afloja, Víctor se llevó un cuadro de mi padre, y mi progenitor quedó encantado con su nuevo reloj.

Años después, al buscar una obra perdida de mi padre en internet, en una página encontré en venta el cuadro que mi dador de vida había regalado a Víctor en reciprocidad por el reloj. El precio estaba en dólares y tenía varios comentarios de compra. 

Decidí escribirle a Víctor y decirle, que tenía muy poca madre por estar vendiendo un regalo de mi padre, a lo que él me contestó que no era el de él y que tal vez era una copia, luego supe que andaba desempleado y que sí era el original de mi papá.

Empezó a trabajar de vestidor con Luis Ernesto Cano, a quien llamaban “el tercer mascabrother”. Además de ser su vestidor le escribía algunas de sus rutinas de humor negro. Era muy bueno para eso. Le salía natural. Para su mala suerte en el 2015 falleció Luis Ernesto y él volvió a quedarse sin trabajo.

Como a los dos años me escribe para saludarme y disculparse por la obra vendida de mi padre que si resulto ser la original, y me platicó que trabajaba de guía turístico en el Museo del Tequila y Mezcal (MUTEM), en la Plaza de Garibaldi. Después me dijo la verdad: que vendía los boletos de entrada al museo.

Supe que tuvo varias novias. Me platicó de una de la cual estaba muy enamorado, Claudia, creo que se llamaba. Le costó mucho trabajo empezar a salir con ella. El día que se le declaró, en una plaza comercial, después de mucho bla,bla,bla, ella le dio el sí. 

Él la llevó al cine y antes de empezar la película se disculpó porque tenía que ir al baño. Al abandonar del baño se salió de la plaza, tomó un taxi y se fue a su casa. Ya estando en su casa recordó que había dejado a la chica en la sala de cine. Cuando ella le llamaba para preguntar qué había pasado, él decidió que nunca iba a contestar esas llamadas y tiró el teléfono en un bote de basura.

Hace algunos meses me enteré que trabajaba de valet parking en un restaurante de la Condesa. Vivía en un cuarto de servicio en un edificio de la colonia Roma. Las propinas que le daban eran suficientes para sus cigarros, sus coca-colas y su café. Vivía solo en ese cuarto, con nada más que una cama y sus recuerdos.

Hoy fui a dejar a mi hijo con su mamá y en lo que hacía tiempo para empezar a hacer mis cosas, revisé mi Facebook. Me salió en personas que tal vez conozcas Víctor Gerardo Manuel Pérez Bolde Granados. 

Eran como las 12 de la tarde. Al mandar la solicitud de amistad, recordé que en una ocasión le dije que ese nombre tan largo le ha hecho perder mucho tiempo de su vida diciéndolo. Él solo me contestó que su nombre era compuesto: Víctor Gerardo y un apellido compuesto, Pérez Bolde, yo le decía que mi nombre no era compuesto pero sí muy apuesto. 

Él se reía y sacaba el humo de su Marlboro por la nariz. Le mandé esa solicitud de amistad… pasó una hora, dos, tres y como después de cinco me llamó una compañera y fue para decirme que Víctor había fallecido.

Lo recuerdo con alegría y tristeza porque se fue solo, con su humor negro, del que aprendí mucho, de sus historias y de su forma de vida. A él no le importaba que fuera a pasar mañana, él solo se preocupaba por el presente, ni siquiera le importaba qué iba a comer al otro día, con sus Marlboro, su coca-cola y su café era suficiente y era el ser más feliz que he conocido.

Al leer mi narración tal vez te cayó mal, pero por su personalidad tan libre y desenfadada pudiera ser que te haya simpatizado. Yo te digo que tras años de conocerlo, en mí surgió por él un gran afecto que se fue acrecentando al paso días y días de compartir en el trabajo. 

Víctor era especial, muy especial. Tal vez estaba disgustado con el mundo, pero paradójicamente también lo amaba y yo sólo quería platicarles quién fue Víctor Gerardo Manuel Pérez Bolde Granados, de quien hoy sólo me queda un recuerdo, pero con todo el sentido etimológico de la palabra recordar: re cordare, volver a dar el corazón.

A Mi amigo Bolde.

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