Por Carlos Alonso Chimal Ortiz
Foto: Mónica Loya
Esta es la historia de Susy. Ella creció en una familia unida. Cada Navidad se tomaban fotos con Santa y con los Reyes Magos. Las ponían en el árbol.
Cuando cumplió los 15 años le hicieron una fiesta en su casa. Cerraron la calle y su tío le llevó un mariachi. Su tío Adolfo la procuraba mucho, era su única sobrina, vulnerable, inocente. La protegía mucho.
Esteban fue su chambelán y se habían besado en los ensayos del baile.
Esteban tenía 18 años. Estaba enamorado de Susy desde que eran niños, pero ella, cuando niña, sólo se dedicaba a jugar, a vestirse con la ropa de su mamá y con la ropa de las señoras que su mamá planchaba por docena. Las manos las tenía como dobladas. Siempre decía que después de planchar y lavar, los cacharros le harían daño… Y sí.
Susy notaba los cambios en su cuerpo. Era un cuerpo muy bien formado. En ese entonces pasó. Como dicen, se le empezaba a alborotar la hormona. Veía las revistas donde salían esos actores con cuerpos musculosos en la playa; esas fotos que salen como desprevenidos pero bien bronceados y con poses, como si acabarán de matar a un mamut para llevar comida a su tribu.
Algunas veces ella besaba su mano, imaginando que eran los labios de Tony Robledo, el actor de moda.
Tuvo su período a los 12 años y ella lloraba porque pensaba que había violado su cuerpo antes de tiempo. Su tío la llevó a la farmacia del pueblo para comprar unas toallas íntimas. Él le explicó que cuando una niña se vuelve mujer y está lista para tener hijos, dios le manda una señal y estaba lista para procrear.
La llevó de la mano a su casa y le explicó cómo ponerse una toalla; que no pasaría nada malo, es normal.
Se metió a bañar. Los cólicos la doblaban de dolor. Adolfo la abrazó y le dijo cómo colocar esa toalla en sus partes para que detuvieran el sangrado, que le iba a durar algunos días. Él se volteó y le dijo que lo hiciera. Mientras él cerraba sus ojos y unas lágrimas le recorrían las mejillas.
Ya estoy lista.
La volteó a ver, la tomó en sus brazos y le dio un beso en la frente.
Ya eres una señorita. Lástima que no esté tu mamá para que ella fuera la que tuviera ese privilegio de verte convertir en mujer. Salió de la casa y regresó como a la media hora con un oso de peluche y unos chocolates.
–Ya eres una mujer— y la abrazó.
Dieron de cenar después del baile, donde ella bailó una quebradita.
Todos bailaban después y cantaban con ese mariachi. Susy había desaparecido.
Pasaron unas horas y todos buscaban a Susy, a Esteban y a Adolfo.
Un invitado, ya borracho, estaba gritando que había un cuerpo en el matorral.
Todos estaban gritando y corriendo…
Era el cuerpo de Susy con su vestido lleno de sangre, ya sin vida.
Su mamá abrazaba el cuerpo lleno de sangre. Sus brazos cortados por un cuchillo. No dejaba de brotar la sangre aún caliente.
Susy tenía una sonrisa y en su mano sostenía un cuchillo.
Esteban y Adolfo llegaron corriendo para ver si habían encontrado a Susy, que antes del vals les había dicho que ya se iba a ir de este mundo, antes de que algún ojete quisiera arrebatarle la vida de la manera más vil que pudiera existir.
¿Cuál es la peor manera de morir?
Yo creo que todos nos hemos preguntado alguna vez cómo nos gustaría morir. Para empezar, a nadie le gustaría morir, pero alguna vez lo vamos a hacer. ¿Qué tal si mejor nos prevenimos y lo hacemos antes?
Eso pensó Susy.
Tal vez ni Adolfo ni Esteban pensaban en violarla ni asesinarla, pero Susy… decidió no sentir ese sufrimiento y se adelantó.
Todos siguieron con sus vidas.
Esteban tiene dos hijos y a veces golpea a su mujer cuando llega borracho. Se acuerda del cuerpo sin vida de Susy.
Adolfo estuvo en la cárcel por matar a un tipo a golpes porque le pegaba a su mujer en la calle.
Ahora, lo interesante de esto es: ¿Qué hubiera pasado si Susy no se hubiera suicidado?
A veces la mamá de Susy va al panteón, llora en la tumba y le pregunta ¿por qué?
Tal vez fue la mejor manera de morir. Tal vez fue algo precipitado. Tal vez ella, Susy, tenía la razón.