Sin cultura nos carga el payaso (literal)

Sin cultura y sin educación lo único que fomentamos es una sociedad frustrada e ignorante

 

Por Miriam Mabel Martínez

 

Entre las anécdotas legendarias atribuidas a Winston Churchill, una de mis favoritas es referente a la cultura. Cuenta la leyenda que en una ocasión el parlamento intentó bajar el presupuesto destinado a la cultura, a lo que el guerrero Churchill respondió: y entonces qué vamos a defender.

 

Falsa o verdadera, esta anécdota me gusta porque lleva implícita el valor integral de la cultura; sobre todo me gusta porque le da el lugar que pareciera aquí en México hemos olvidado: la cultura es nuestra identidad.

 

Hacerla, entenderla, experimentarla, propagarla, aprehenderla es lo que nos hace ser quienes somos. Su aprendizaje, además de formar individuos “pensantes”, contribuye a crear sociedades más críticas; y una sociedad crítica -para mí- es también una sociedad orgullosa de quién es.

 

Y ese “quien” es producto de un proceso larguísimo que ha generado un acervo, una tradición, una historia… una cultura que, además de definir nuestra identidad, hoy –en plena efervescencia de la democratización del consumo en el capitalismo tardío– es dinero e inversión, en cash, monetaria, espiritual e intelectualmente a mediano y largo plazo; aunque en pleno siglo XXI, donde no hay nada más viejo que lo nuevo, la paciencia y la espera están fuera del mercado.

La inmediatez rige. Y más los votos. Quizá por ello a los gobiernos (panistas, perredistas, prístas y etc.) se les ha olvidado el valor identitario de la cultura, limitándose a convertirla en una moneda de cambio para satisfacer sus intereses a corto plazo.

 

Negocios son negocios, y paradójicamente, lo que menos han sabido hacer es un negocio (o mejor han hecho un coto de poder y de negocio para unos cuantos y efímero) y creen que la cultura es simplemente el guardarropa nuevo y chic de la nación, el lugar de entender toda la industria que genera. Hay países cuyo PIB crece gracias a la cultura y más aún: han formado empresas trasnacionales (ejemplo: el Museo del Louvre de París y el MoMA de Nueva York).

 

A nadie le importa hacer o contemplar o comprender a la cultura, sino que sea visible y “vista”. Se ha convertido en un asunto político, partidista, y no en un asunto que una. Que dé identidad. Que nos haga sentir orgullosos. Se ha convertido en una mafia de la que unos cuantos sacan su tajada, impidiendo que su derrama económica nos beneficie a todos en rubros, por ejemplo, como educación y civismo.

 

Para ello necesitamos ser más conscientes del otro, menos egoístas y más sociales –no en el sentido “socialista” o “populista”, sino en el sentido comunal–; sin embargo, cómo hacerlo en un mundo donde rige la individualidad y que exige pautas determinadas de “pertenencia” y uno las sigue sin que sepamos quiénes somos. Nos falta educación y cultura para entender que el gobierno no es nuestro papá, para ser menos corruptos en lo invisible, para responsabilizarnos de nosotros y de nuestros espacios públicos.

 

El problema es que en México lo público es de nadie y tiene que estar, además, patrocinado. Somos hijos de Pedro Páramo como nos ha pedido nuestra madre “No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”. Y caro nos ha salido.

 

Ciertamente es una obligación del estado procurar y sostener nuestro patrimonio cultural precisamente cultural e histórico. Ciertamente nuestros impuestos deberían servir para sostener centros científicos, museos, centros educativos, salas de concierto, promover el teatro tanto como la lectura, pero también debería ser su responsabilidad enseñarnos a ser responsables y exigir a la sociedad cerrar el círculo. Educación.

 

No bastan becas, debe haber un círculo que incluya la activación de la economía. Bueno, primero tienen que entender el movimiento económico que produce un artista, que no es poco. Y luego incorporarse a ese circuito económico y no conformarse cumplir con lo suficiente. Se requieren becas, pero también se requiere coleccionistas, que se muevan las exposiciones, museos, editoriales, salas de concierto, teatro que no sean sólo de grupos ni que respondan sólo a los intereses de los negocios particulares.

 

El MUAC no debe ser legitimizado porque los artistas que colecciona son parte de galerías “importantes y exitosas”, sino porque la obra es buena. Paradójicamente quien hace negocio son las empresas particulares y no las gubernamentales. Alguien está más pendiente del costo de oportunidad que de la ganancia, simplemente porque la cultura no le importa.

 

Necesitamos artistas e intelectuales, pero no que sólo se quejen cuando bajan las becas, sino comprometidos con la educación, que den talleres, que den clases en las universidades –por supuesto que se les pague y bien, no gratis–, que expongan, que hablen, que formen… y no artistas cuyo activismo político se limite al tema de su obra.

 

Lo contestatario es, además de conceptual, práctico y funcional. No basta con ser artista o intelectual cosmopolita y glam, es maravilloso que nuestros escritores y artistas sean exitosos en el mundo, pero sería increíble que además donaran una obra para recuperar espacios públicos o dieran una clase maestra en una universidad pública o un taller. Pero parece que la educación está en extinción y entre más “dar clases” se haya convertido en un plato de segunda mesa cuando debería ser el plato principal.

La mejor obra del gran Joseph Beuys son sus clases. Claro, para ello se necesita más que humildad, responsabilidad con uno mismo y con el entorno. Trabajar enaltece, y dar, más. Sin embargo, la mejor manera de afrontar un problema es rehuyéndolo.

La cultura se ha consolidado como un simulacro. Al igual que el presupuesto, los incentivos, los impuestos. La cultura se ha convertido en un “trabajo” con horario y contrato, por eso nadie pelea, nadie cuestiona, porque para exigir se tendría que dar. El apoyo a la cultura se ha burocratizado. Te doy una beca, pero tú me das “resultados” y los resultados no son obra, sino reportes.

 

Si no te gastas el dinero, te corto el presupuesto para el año entrante, y entonces se gasta en proyectos que surgen como Gremlins en lugar de crear rutas creativas que ayuden a los artistas a crear, que inviten a los públicos a conocerlos, que generen curiosidad y la curiosidad se convierta en estudio, y el estudio en estructura crítica y la crítica en cuestionamiento y el cuestionamiento en acción.

 

Y entonces las becas dejan de ser un incentivo para ser un salario. Y todos muy contentos como ese empleado al que tanto criticamos que llega a su oficina a las 9 am, se va puntual a las 6 pm, no genera ideas, sino que sólo hace lo suficiente, mientras hace uso personal de entretenimiento de los insumos o simplemente socializa. Alguna vez leí que la mejor manera de destruir al jefe es renunciando, quizá la mejor es ser un parásito pagado.

 

Sin cultura y sin educación lo único que fomentamos en una sociedad frustrada e ignorante que no entiende quién es y peor aún: se avergüenza de lo que es; por ende no aprehende su entorno ni su vida ni su legado. Es ajeno al espacio público y a la consciencia social. Ellos son los otros.

 

Así se genera agresión y violencia, porque cuando no hay capacidad de abstracción, cuando no se tienen herramientas para entender al otro, analizar, estudiar, aprender, la aburrición apremia y el mundo deja de parecer interesante, nos hacemos apáticos y conformistas, entonces el conocimiento se convierte en el enemigo a vencer y la cultura deja de ser un orgullo a defender.

 

Más allá de presupuestos, de reducciones, de aumentos, de dimes o diretes, nuestro problema radica en que nuestra identidad está más enfocada en la distinción entre ellos y nosotros, y no en lo que nos hace ser nosotros. Ante tal ignorancia no hay presupuesto que alcance.

 

 

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