Sentir a ciencia cierta

 

Por Astrid Perellón

 

“(…) expertos en emociones y cerebro han encontrado evidencia de que podemos enseñar a nuestro cerebro a modular las emociones. El truco podría estar precisamente en la capacidad del cerebro de cambiar: la neuroplasticidad” (http://www.comoves.unam.mx/numeros/articulo/196/cerebro-y-emociones-podemos-elegir-que-sentir)

 

Tal aseveración es de suma importancia y podemos ahondar a placer entre las pruebas científicas que la respaldan. Sin embargo, resulta interesante notar cómo esperamos a ser adultos para practicar dicha neuroplasticidad (tomando cursos, acudiendo a terapia, definiendo nuestras creencias). Por supuesto, alguno dirá que la escuela ya tiene objetivos dirigidos a la autorregulación, sosteniendo que desde pequeños se nos intenta enseñar dicha habilidad para influir en las emociones.

 

Usualmente es lo contrario. En lugar de influir la autorregulación con propuestas, observaciones y estrategias mentales, se propician patrones de buscar resolución mediante acciones, interviniendo un adulto o pretendiendo que el niño cambie de un momento a otro su estado de ánimo sin decirle cómo. Lo peor es que el ejemplo de los adultos en el entorno tampoco da idea de cómo conseguirlo. Frases como “si haces esto me voy a enojar”, distraen a los niños de influir en sus emociones; les hace creer que en efecto el exterior tiene el poder sobre cómo se siente uno.

 

Al crecer, esos constantes mensajes de atender el exterior y no el interior nos hacen sujetos de permitir que las emociones las dicten el comportamiento ajeno, el noticiero, el pasado; nos convertimos en una bola de billar que golpea de banda en banda por la influencia de algo allá afuera.

 

Será productivo detenerse a leer el artículo que propongo y reflexionar sobre qué puedo hacer sistemáticamente para recuperar las riendas. Frases como “esto está pasando pero yo puedo imaginar o elegir verlo de esta otra manera”, son estrategias de reclamar el propio poder sobre la mente y emociones.

 

Considérese la fábula del aquí y el ahora donde las neuronas trataban por todos los medios de regenerarse, reemplazarse en la enfermedad, sin embargo les seguían enviando impulsos de pérdida, rencor y carencia. La constancia de tales mensajes se convirtió en un hecho y los hechos repetidos establecen leyes. Muchas células funcionaron bajo esa ley recibida de las neuronas, proliferando malignamente, extendiéndose irremediablemente como un cáncer que desequilibró la sociedad que habita bajo la piel.

 

 

 

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