Prohibido tocar. La cultura del Yaoi

Por Miriam Mabel Martínez

 

Cincuenta centímetros de distancia es lo que Miho recomienda guardar al saludar a otra persona sin importar el sexo. ¿Tocarse? Quizá las parejas, pero, por supuesto, en privado. En público hay que salvaguardar el espacio y respetar el ajeno. No exhibir ira ni tristeza. Guardar los sentimientos en Japón, y otras partes de oriente como Corea, es una virtud, quienes los exhiben, están más que fuera del orden, mostrando una falta de respeto a la comunidad. Las emociones son propiedad privada. Los japoneses, en un sentido, son también una isla.

 

En años recientes la “asexualidad” japonesa ha despertado morbo. El llamado por el documentalista Pierre Caule, “El imperio de los sin sexo” (2010), ya poco tiene que ver con el nostálgico refinamiento de lo erótico que los occidentales de generaciones pasadas, inspirados en la película “El imperio de los sentidos” de Nagisa Oshima (1978), suponíamos parte de la identidad nipona.

 

Aquella visión sofisticada del sexo, también robada por el capitalismo, se ha transformado en un producto a consumir que además integra otra tradición japonesa: el manga, esta unión ha dado origen a subgéneros eróticos (ecchi) y pornográficos (hentai) que alimenta las fantasías y se han convertido en un rentable producto de consumo global. En el país con la natalidad más baja del mundo, con una tercera parte de su población célibe, el sexo sigue siendo uno de los motores, quizá no carnales pero sí económicos del país.

 

La industria editorial del manga porno-erótico crece y se exporta, la variedad es alucinante pero quizá no tan perturbadora como los segmentos de población a los que impacta. En el país del sol naciente, la mayoría –parece- experimenta en la soledad y con un comic en mano sus partes oscuras. ¿Perversión, naturaleza o aburrimiento? Quizá tiene razón el filósofo coreano Byung Chul Han que en su libro La agonía del Eros advierte que estamos viviendo el fin del amor, y profundiza como en las sociedades del rendimiento la desritualización del amor se está consumiendo en lo porno. ¿Será?

 

Más allá de los Nekos Cafés, adonde acuden solteros a acariciar gatos, de los video-box, las sexshops… el autoerotismo es una práctica que ya no sólo atañe a los hombres, aún en este país con una tradición “rígida y machista”, como la califica Miho Nagaya, la pornografía para mujeres sigue creciendo, y ahí es donde el Yaoi  y el Shõnen ai, subgéneros del manga, contribuyen para que en soledad ellas puedan vivir fantasías un tanto turbias, pero con trazos tiernos que parecieran resguardar cualquier tabú.

Qué es el Yaoi

 

En 1978 se publicó la primera revista considerada yaoi cuya peculiaridad es que se trata de un manga homoerótico para audiencias femeninas. Sí: la homosexualidad masculina para mujeres. “Y de todas las edades”, comenta Yui Ajimura, estudiante japonesa de 22 años, “aunque es muy común entre las adolescentes. Yo misma leí alguna vez yaoi”. Por qué  podría resultar interesante un estilo que en sentido estricto de la palabra, yaoi, es la síntesis de tres palabras japonesas: Yamanashi (anticlimático), ochinashi (sin final) y imanashi (sin significado), aunque primero este término fue utilizado para calificar irónicamente el trabajo de artistas manga amateurs, cuya mayoría, además, se enfocaba en temas homosexuales.

 

Paradójicamente, esta mayoría es femenina y gusta de crear historias de relaciones amorosas masculinas para lectoras. “Es muy raro”, coincide Miho, periodista japonesa de 42 años que reside en México desde hace ocho años, “tan raro como la costumbre japonesa de no mostrar sentimientos, en mi cultura ser expresivo es como decir que estás defectuoso”, continúa. O como la asociación a la cultura francesa del considerado primer yaoi, llamado también June en referencia a las historias homosexuales del escritor Jean Genet. “También se les conoce como Boy’s Love”, añade Miho, sin duda un término más exportable que además de “limpiar” lo “perturbador” del yaoi y shonen ai, las congrega en un paraguas más amplio que también incluye al Bara, “un comic homosexual”, remarca Yui; pero, ¿dónde radica la diferencia? “Es simple”, explica Miho, “el yaoi es un subgénero erótico donde se habla de relaciones eróticas entre hombres, por lo general no hay escenas sexuales, todo es sugerente, bonito;  aunque hay algunos más porno, esos son yaoi-hantai, lo más importante es que son escritas por mujeres para mujeres, y el bara, que también puede tener o no escenas explícitas, es escrito por hombres gay para hombres gay”. ¿Cómo? Esto sí que es raro.

 

El gusto de las mujeres por el yaoi ha sido objeto de estudio, como el realizado por Sueen Noh, que analiza este evento en entre las chicas coreanas, pero que puede aplicarse a otras culturas orientales en las que la heterosexualidad sigue siendo un valor de tradición y la homosexualidad un síntoma de desviación y anormalidad. Sin embargo, “la homosexualidad en los comics para chicas es descrita como una relación ideal entre bellísimos muchachos, evitando a las lectoras cualquier sentimiento de rechazo” (as an ideal relationship between pulchritudinous boys, therefore insulating female readers from any resulting feelings of rejection). Es en realidad un pretexto para fantasear con la idea de un hombre más que femenino, que responda a la necesidad afectiva femenina. Una sublimación de las fantasías de las mujeres japonesas en una sociedad rígida donde se entiende como fracaso el expresar los sentimientos.

 

Vivir la otra vida

 

“Leer yaoi es una fantasía para mujeres, los personajes son hombre muy bonitos que expresan sentimientos en el comic. Muchas japonesas se quejan de los hombres porque son fríos. Mi sociedad no está acostumbrada a mostrar sentimientos, si los mostramos es como aceptar que tenemos una falla. Nadie se muestra amor, no está bien decir te amo, ni abrazarse ni besarse”, comenta Miho quien estuvo casada apenas un año con un japonés, ahora lo está con un mexicano. Esta frialdad está documentada en “El imperio de los sinsexo”, donde las mujeres en terapia se quejan, sin perder la compostura de la inapetencia sexual masculina. Los hombres se han refugiado en la frase “estoy cansado”, para evadir la cercanía sexual y amorosa entre parejas, que pareciera también resultado de no saber lidiar con la liberación femenina. “Japón es muy machista”, subraya Miho, “aparentemente hay igualdad de género, pero en la práctica la mujer sigue sometida, yo creo que leer yaoi es una especie de rebeldía en un país (mundo) que exige que la mujer sea bonita, peinada, bien vestida, porque si no eres ‘perfecta’ es como si no fueras mujer”. Una lectura de rebeldía, en la que las lectoras en la intimidad de la lectura realizaran un golpe de estado a la imposición social de un modelo estereotipado. Y Yui agrega: “Es como si uno dijera, quiero ser ese tipo de mujer, por eso me refugio en una fantasía, que resulta más cómoda y fácil de sobrellevar, para evadir la realidad en la que hay que convencer a los hombres”. ¿De qué habría que convencerlos?

 

Sin embargo, el yaoi se ha convertido en una moda, pese que en años recientes, por ejemplo, la gubernatura de Osaka, ha buscado la restringir la publicación de las historietas Boy’s Love. Estos calificados como “libros nocivos” atraen cada vez más a mujeres de todas las edades y de todo el mundo, como Lizbeth Calvo, psicóloga mexicana de 26 años, quien considera que el éxito de este tipo de historieta homoerótica radica en que las autoras trabajan en personajes que cumplen con las fantasías femeninas sobre un hombre. Quizá por ello la estructura narrativa está basada en de lo que “debe” ser un hombre o, como parafraseando a Lizbeth: Los tipos de hombre con los que sueñan las mujeres. “Por ejemplo, está el ‘príncipe azul’, estilo Brad Pitt pero en manga, una versión contemporánea del Anthony de Candy Candy

 

Pero también está el más viril pero educado, no es digamos un caballero pero sí fuerte, deportista. Otro tipo es el tipo infantil, muy tierno al que dan ganas de abrazar. O el intelectual, estilo Steve Jobs, siempre con un tema de conversación, quizá un tanto fríos pero muy interesantes”. Además de responder a la imaginación femenina, estos personajes tienen atributos femeninos; “hombres demasiado bonitos”, dice Yui. Quizá este es el gancho: una sublimación de sus expectativas en un contexto machista y muy cerrado; sin embargo, esta aún en esta “rebeldía” secreta, la mirada externa sigue señalando, así lo expresa el término que se usa para nombrar a las lectoras de yaoi: fujoshi, “que literalmente significa ‘mujer podrida’”. A este significado se le suman: corrompida, depravada… el calificativo de perversión resulta rosa para la visión social que se tiene de estas lectoras, las cuales consecuentes a sus gustos se autonombran fujoshi en una respuesta irreverente. Sin duda los juegos de roles sociales resultan aún más interesantes que el género Boy’s Love.

Seme contra Uke

 

Pero detrás de este calificativo peyorativo, se esconde, además de una discriminación a las mujeres admiradoras de las historias con temática homosexual masculina, en las cuales se basan en la tensión entre dos identidades, que tienen su origen en las artes marciales: el seme (el que ataca) y el uke (el que recibe), por lo que su adaptación al slank gay japonés es evidente, y no sólo eso, sino también resulta una metáfora de lo pasivo-activo, relación desigual en la cual las mujeres dentro de una sociedad machista también se identifican. En este sentido, resulta casi irónico que se critique a las mujeres por entretenerse con historias de sometedores y sometidos, cuando en la vida cotidiana pública se espera que ellas asuman un rol pasivo.

 

Aunque “en casa la mujer es más fuerte”, dice Miho. Históricamente en Japón las mujeres se autoconciben como cuidadoras, son  “Amae” (término acuñado por Doi Takeo para describir la relación entre la madre sobreprotectora y el hijo inmaduro, casi egoísta), ese papel de protección se goza en la privacidad de la familia, se trata de honor, pero qué pasa afuera: esas mujeres se hacen invisibles. Siglos de una cultura desigual, desde la perspectiva del feminismo occidental, es difícil de combatir, ya no socialmente, sino en lo individual. “Las mujeres se autodiscriminan”, se lamenta Miho, “como mujer no puedo decir tal cosa. Hay mucha autocensura. Se cree que vivimos en una sociedad igualitaria pero en la práctica no ha cambiado nada, en este sentido creo que el gusto por el BL es una forma de rebelarse”, insiste.

 

A sus 22 años Yui siente que se le trata igual que a las mujeres, para ella, leer yaoi es más una moda y no le resulta tan extraño es parte de la subcultura Otaku (un gusto casi obsesivo por el animé y el manga) que es una de las industrias más rentables no sólo de Japón y el resto de Oriente.  ya que es “un género Otaku”. Al igual que para Yui, Lizeth cree que Yaoi y el Shonen-ai muestran situaciones cotidianas, “me parece divertido, es una comedia romántica, yo ni siquiera lo veo tan homosexual, simplemente son personajes masculinos con características femeninas, de hecho podrían ser situaciones entre heterosexuales con roles activos-pasivos”. EL Seme siempre será un hombre mayor, con experiencia, protector, más alto, fuerte, dominante, es el estereotipo de lo viril mientras que el Uke es lo contrario y suele obedecer al Seme. Esta binomio dominador-dominado es ideal para abordar el tema de la violación como una fantasías. Quizá a las mujeres les sea más cómodo transferir sus deseos sexuales a personajes masculinos para no sentirse en un espejo, aunque sí pudieran identificarse con los roles.

 

Lo que le atrae a Lizbeth del yaoi es que es una ventana a la cultura japonesa,

“me gusta ver cómo imaginan el resto del mundo. Muchas historias suceden en lugares occidentales,  me llama la atención como ven al resto del mundo. También me doy cuenta que es una cultura con mucho tabúes aún. Muchas personas creen que los personajes del yaoi son homosexuales pero no lo son, yo veo a hombres más sensuales que podrían darle más gusto a la mujer”. En este sentido, Lizeth considera que la lectura occidental es más machista, “lo que para las orientales es una fantasía erótica, acá es casi una perversión”.

 

Vivir al día

 

Lo de hoy es alto rendimiento, en agotarse, en consumir, el ser uno mismo un objeto. Se customizó la humanidad y las relaciones, ¿cómo lograr la perfección?, ¿cómo negar la posibilidad del error que es lo que nos hace humanos. En un mundo donde nada es suficiente, la queja y la frustración son paralizantes, para qué tratar sino lograremos los objetivos. Paradójicamente en un mundo con tantas opciones el aburrimiento es una epidemia. El miedo a fracasar, a no cumplir con esa lista del éxito, provocar que lejos de experimentar la pasión se decida por la comodidad en un contexto controlable, sin margen de error, y ahí es preferible escaparse en fantasías eróticas que no nos tocan ni en la preferencia sexual, a atreverse a hacer el amor con la pareja. Vivir al día se convierte en la solución para no pensar en el futuro, y mejor aún si se vive a través de historietas.

 

“Yo tengo sueños, pero sí veo que mis contemporáneos no quieren ser realmente independientes, prefieren tomar el camino de todos ser Saladime (oficinistas) y ganar dinero suficiente para comprar sus deseos sin complicarse la vida”, dice Yui. Nadie quiere arriesgarse. “El fracaso es lo peor que le puede suceder a un japonés. Creemos que hay que ser perfectos, sino no vales nada”, así que lo mejor es vivir la vida sin consecuencias a través de historietas. Y por qué no, también vivir la libertad y amar al hombre ideal en las páginas de un yaoi.

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