Por Astrid Perellón
Cierta fábula del allá y el ayer asegura que la mente es una esponja que todo absorbe. Si se la deja en agua sucia, se llena de ella y queda pesada, incapaz de una gota más. Sin embargo, esa fábula es deficiente porque nos inspira a exprimir la mente hasta liberarla del agua sucia para entonces sí empaparnos de claridad y limpidez.
Otra fábula indica que la mente es un vaso vacío. Si lo llenas de veneno hasta el tope sólo tendrás veneno disponible para beber. Quien intenta vaciar el veneno para buscar líquido más provechoso, no nota la delgada película grasosa que queda dentro del vaso aunque se vierta luego agua cristalina. Por el contrario, quien pone el vaso lleno de veneno bajo el chorro potente del agua, observa cómo se desborda, dejándolo cada vez más claro, gradualmente puro.
Parece que estoy empezando al revés por la fábula aunque, por primera vez, estoy comenzando por el verdadero principio. Colocados bajo un poderoso torrente de claridad y pureza saldrán las impurezas que no nos dejan vivir. Exprimirnos es improductivo, se convierte en una tarea inacabable, si consideramos que la esponja es pequeña comparada con la enormidad de una mente.
En cambio, colocándonos bajo un flujo clarificador, podemos estar seguros de que estamos limpiándonos de miedos al mismo tiempo que nos llenamos de certezas; a la vez que el veneno se desborda, el agua inunda el vaso.
Con esto quiero decir que no esperes a concluir la terapia, a graduarte, a independizarte de tus padres, a obtener un aumento para empezar a llenarte de las alegrías que deseas experimentar. No te exprimas con esperanzas de concluir para entonces sí comenzar la verdadera vida; sin ocuparte de cuánto falta para que hayas vaciado el veneno que cargaste alguna vez, deja que fluya el bienestar constante en tus pensamientos.