Mi Primaria

Por Carlos Alonso Chimal Ortiz

Foto: Eréndira Negrete

 

Que dejen toditos los libros abiertos

ha sido la orden que dio el general

que todos los niños estén muy atentos

las cinco vocales van a desfilar

 

Yo fui a una primaria Marista. Se me hace raro que nunca me hayan saludado o detenido en la calle porque tengo el sello marista del que habla Ibargüengoitia en uno de sus cuentos, pero fui a esa escuela que era de puros hombres, o niños, porque a los 12 años creo que sigues siendo niño.

Todos los lunes íbamos a la capilla a rezar y a confesarnos, como si el fin de semana me hubiera acostado con varias chicas mientras me drogaba y leía la Biblia al revés, o no sé qué pecados pueda cometer un niño de 10 años un fin de semana.

Lo cierto es que varias veces me sacaban de la capilla por “rapear” el Ave María; a lo mejor así se les pegaba más a mis compañeros y lo cantábamos más a gusto, finalmente ese era el objetivo ¿no?

En la clase de educación física todos salían corriendo para ir a jugar fútbol. Primero calentábamos y después nos separábamos en azul y rojo, sí, cargábamos con doble playera y todos estaban desesperados por empezar a jugar.

Yo estaba desesperado por quedarme en la banca lo que duraba la clase, si tenía la mala suerte de que me escogieran en algún equipo porque éramos muy pocos o por lo que fuera; simplemente caminaba por el césped, así como Ferdinand cuando salía al ruedo y olía las flores y cosas de ese tipo para hartar a mis compañeros y no me volvieran a escoger.

En el recreo yo no salía tampoco corriendo a jugar, sólo me gustaba el recreo cuando hacia mis negocios que ya les había platicado o cuando jugábamos spiroball, ese juego de una pera atada a una cuerda que está sobre un poste y gana el que a base de puñetazos enreda primero la pera en el poste. Realmente no era muy bueno, pero mi papá que fue en esa misma primaria y me platicaba que el había sido campeón de spiroball.

Tal vez por ser su hijo había heredado sus dones con los puños, pero tampoco. A veces le pegaba a la cuerda en lugar de pegarle a la pera, y bueno, ya se imaginarán lo que se siente, así que mande a la chingada los recreos y me iba a sentar a la parte trasera de la escuela. Ahí nadie me molestaba. En varias ocasiones algunos maestros se salían a fumar ahí, en donde yo estaba, violaban el espacio que yo había descubierto. Ese lugar que era mi escape de los gritos y de los niños gordos, sudados y mal olientes. El maestro Martín se acercó:

–¿Qué haces aquí? ¿Porque no estás jugando con tus compañeros?

–No me siento muy bien y prefiero estar aquí

–Si quieres te puedes quedar en el salón.

Esa fue una buena propuesta y la acepté. De todos modos seguía solo porque los maestros se iban a fumar, pero un día llegaron dos y se pusieron a platicar conmigo. Les terminé contando algunos chistes. Pasó un mes y a la hora del recreo estaba en un salón contándoles chistes a unos ocho o nueve maestros. Se sentaban en los pupitres o el escritorio y yo parado en el pizarrón les contaba chistes y anécdotas.

Sé que es raro, que los niños tenemos que salir a jugar y ese tipo de cosas que un niño normal debe de hacer, pero yo no era así. Ahora los recreos me gustaban más. La maestra Lulú, una de las que más se divertían en esa hora, saliendo de la escuela me llevaba a comer y después me dejaba en el trabajo de mi papá. Otros maestros me llevaban algún jugo, fruta o papas para la hora del recreo.

Pensándolo bien, era como si fueran a algún bar y le pagaran al comediante, sólo que a mí me pagaban con comida y transporte. También una vez me invitaron al cumpleaños de la hija de la maestra de inglés, pero esa vez sólo fui como espectador. Ya hubiera sido mucho que quisieran un payaso.

A esa primaria yo entre con mucho miedo. Pasa que en primero de primaria mi santa madre me metió a una escuela para los trabajadores del gobierno. Estaba mucho tiempo en esa escuela, las clases terminaban a las doce y por mi iban a las cuatro de la tarde. Esas cuatro horas me la pasaba abrazado a los barrotes de la puerta de la escuela. De ahí me gane el mote de «El chillón».

La pobre de mi madre llegaba corriendo por que ya sabía que “el pinche chillón” estaría en el piso llorando. La veía y sólo así soltaba los barrotes y me iba con ella a descansar para, al otro día, poder llorar a gusto; entonces, cuando entré a la otra primaria, en segundo año, ahí salíamos a la una.

Caminaba unas cuadras y esperaba a mi papá afuera de una tienda FONART sobre Avenida Revolución. El policía de la tienda ya me conocía y me cuidaba. A veces mandaban a la secretaria por mí, a veces me llevaba mi maestra de tercero por pago a mis servicios cómicos, pero después, cuando iba en tercero, a los ocho años, mi papá me dejaba en la combi que me llevaba a mi casa.

Ya me conocían los conductores, a los cuales les contaba algunos chistes y a veces no me cobraban y con eso me compraba un “Negrito”. Caminaba una cuadra y llegaba a la casa. Abría con mis llaves y ahí esperaba a que mis padres llegaran.

Esa primaria era muy grande. Dicen que una señora de Tabasco había donado ese terreno y por eso le pusieron así a la escuela.

Cuando yo iba en el kínder había una niña que se llamaba Tania. Era mi novia. Agarraba mis labios con sus manitas como si agarraras un sándwich y mis labios parecían un pico de pato, entonces ella me besaba. Estamos hablando que yo tenía unos cinco años y ella también.

Les cuento esto porque pues salimos del kínder y juramos que seguiríamos juntos. Después me convertí en “El chillón” y después mi primaria de puros hombres, que siempre que alguien me pregunta por mi primaria y les digo que fui en una escuela de puros hombres, me hacen la misma pregunta pendeja  siempre, sí, esa que se están imaginando:

“¿Y no te volviste puto?”

¡Obviamente no! Si ya hasta tenía a mi novia Tania que me iba a esperar para casarnos, pero realmente desde que salí del kínder no la volví a ver nunca.

Extraño mucho las horas de recreo en mi primaria y a esos maestros que me enseñaron que no importa con quien estés acompañado, alguien mayor, menor, un perro, un árbol, lo que sea, pero siempre hay que divertirse con quien estés.

 

Related posts