Lujos y excesos en la vida de Norberto Rivera

Por Jessica Álvarez Ojeda

La vida de Jesucristo estuvo caracterizada por la humildad, la sencillez y la honestidad, así como por la filantropía. Esto ha inspirado a otras personas e incluso ha provocado importantes cambios sociales.

Según el Anuario Pontificio de 2015 publicado por el Vaticano, en el cual se dan a conocer las últimas estadísticas de la Iglesia, actualmente hay 1254 millones de católicos en todo el mundo, 12 por ciento más que en 2005, y representan el 17.7 por ciento de la población global.

En dichas estadísticas se toman en cuenta a los bautizados en cada país, así como con el número de seminaristas, sacerdotes y religiosos con los que cuenta dicha institución.

Existen dentro de la iglesia católica los llamados votos monásticos, los cuales deben ser cumplidos por parte del clero. Éstos tienen la finalidad de permitir el acceso a una vía espiritual de salvación a través de la renuncia de ciertos placeres terrenales, inspirando así al cumplimiento de los altos valores a través del ejemplo. De estos votos se derivan: el voto de castidad, de obediencia y el voto de la pobreza.

Pero en México, un país donde la corrupción se da en todos los niveles sociales, ¿qué tan alejados han demostrado estar los jerarcas católicos de esta realidad que a ellos puede funcionarles como un paraíso fiscal? ¿Hasta qué punto los representantes de la religión católica respetan y cumplen dichos preceptos? ¿Qué tipo de vida lleva, particularmente, Norberto Riveray qué tan congruente es con relación a lo que predica la religión?

Conocido por algunos como el cardenal de la opulencia, Norberto Rivera Carrera es el Arzobispo Primado de México desde el 21 de diciembre de 1985. Nació en La Purísima, Municipio de Tepehuanes, Estado de Durango, una comunidad humilde e indígena, el 6 de junio de 1942.

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Rivera se ha caracterizado por cubrir y protagonizar diversos escándalos a lo largo de sus años de sacerdocio. El entorno en el que estuvo involucrado Norberto Rivera, durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, es del grupo del prelado italiano Girolamo Prigione, quien llegó a México a finales de los años 70 “con dos encomiendas muy precisas: el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y el gobierno mexicano y que se le diera reconocimiento jurídico a la iglesia”, según Rodrigo Vera, periodista de la revista Proceso, especializado en religión católica desde hace más de 15 años.

“Es aquí donde se da el nombramiento del Arzobispo Norberto Rivera, de Onésimo Cepeda, de Juan Sandoval Íñiguez, además de otros como Emilio Berlie Belaunzarán, que pertenecen al grupo cercano de Girolamo Prigione. La característica principal de estos obispos es la de llevar una buena relación con los gobiernos en turno y con el sector empresarial”, aseguró Vera.

“Todo esto obedece a una línea implantada por Juan Pablo II. Prigione no estaba solo, tenia el respaldo del Papa. Fue el pontificado de Juan Pablo II el que influyó para que se dieran todo este tipo de relaciones cupulares entre un grupo muy pequeño de jerarcas mexicanos pero con mucho poder y los gobiernos federales y estatales en turno. De hecho fue algo que continuó con Benedicto XVI”, comentó el periodista.

Dicho grupo, conformado por jerarcas de alto rango dentro de la iglesia católica en México, ha sido señalado desde hace tiempo por actos de corrupción, el exceso de poder y la desmesura, situaciones que han provocado una de las peores crisis para la Iglesia católica.

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En el año 1999, Rivera Carrera decidió hacer negocios con la figura de la Virgen de Guadalupe, después de destituir al entonces abad de la Basílica, Guillermo Schulenburg, supuestamente por negar la existencia de Juan Diego y la veracidad histórica de la Virgen de Guadalupe, vendió el copyright de la imagen guadalupana a Viotrán y la gestión de la Plaza Mariana.

En cuanto a la forma de vida que ha elegido llevar, se puede decir que Norberto Rivera gusta de los lujos, de las amistades con empresarios y políticos de diversas nacionalidades, de los viajes, de los autos, de los buenos restaurantes, del golf, del exceso de seguridad y demás actividades propias de ciertas élites que rara vez pertenecen al catolicismo en otras partes del mundo.

En agosto de 2013, un mes después de que el Papa Francisco hablara con los obispos latinoamericanos en Río de Janeiro, con la finalidad de pedirles que vivieran con sencillez yausteridad, teniendo siempre una cercanía con el pueblo y dejando las ambiciones de lado, el cardenal Norberto Rivera viajaba rumbo a España con los empresarios Olegario Vázquez Raña, Carlos Slim, Miguel Alemán y Amancio Ortega, el hombre más rico de España.

En este viaje, luego de pasear en los jets privados de sus multimillonarios amigos, ofició misa, degustó exquisitos vinos franceses, jugó dominó y comió singulares manjares.

Norberto Rivera Carrera acaba de llegar a sus 20 años como titular de la arquidiócesis más grande del mundo y el 6 de junio de 2017 deberá presentar al Papa –según el derecho canónico– su renuncia, ya que todo obispo debe presentarla al cumplir los 75 años de edad.

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Pero, aun con todo lo anterior, el hecho de que el arzobispo Norberto Rivera Carrera cultive amistades poderosas y multimillonarias, acepte regalos y viajes no es ningún pecado y mucho menos un delito, por el contrario, es libre de hacer las relaciones que mejor se acomoden a sus necesidades. El problema aquí es más de fondo que de forma.

La incongruencia que existe entre lo que los laicos deben cumplir por obediencia, fe y moral contra la vida de banalidad que llevan algunos personajes pertenecientes al clero, es lo que debe terminar.

“Ustedes tienen que ser contralores de los sacerdotes. Deben de perdernos el respetillo y deben de ser contralores de nuestra propia vida, de buena manera. Tienen que crecer, tienen que ser maduros, tienen que hablarnos de tú a tú”, declaró el padre Alejandro Solalinde.

Las personas católicas deben hacer conciencia acerca de lo que está sucediendo dentro de esta institución. Deben exigir que rindan cuentas, deben exigir ser tratados como se merecen, deben pedir respeto, deben pedir justicia, que los jerarcas pederastas o aquellos quienes viven a costa de la fe de los demás, salgan de las iglesias.

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