Karenina Díaz Menchaca
¿Cómo les va en este confinamiento? ¿Han tenido ganas de caer en las garras del tiktok y hacer videos tontos? Yo, tampoco…
Comenzó desde las teorías conspiratorias, videos de esos con especialistas de otros lares sureños en donde el tango vuela en los recuerdos, porque también lo bailan con cubrebocas. Decían que hay un nuevo orden mundial y que les urge exterminarnos, que una de las instigadoras es la Reina Isabel II. ¡Tantas historias interesantes! Me las quería creer. Que la 5G nos va a gobernar y que un laboratorio hizo el virus. Que los ancianos deben morir porque no se les quiere pagar, en ningún país del mundo, todos los gastos que generan. Y que al paso de la humanidad nos hemos desgastado el planeta de tal manera que los recursos naturales ya no alcanzarán para las futuras generaciones de los más poderosos.
Unos relatos increíbles, muy bien planteados y dignos ya desde hace tiempo de los más ilustres escritores de ciencia ficción. Que Bill Gates sacará la vacuna realmente porque ya lo tenían planeado así, para ser más millonario él y a sus cuates. Que hay desastres mundiales terribles que se quieren ocultar con este virus como una devaluación mundial y homicidios cometidos a niños, sobre todo por pederastas que están pululando. Que se creó este virus en lugar de una Tercera Guerra Mundial.
Todo esto puede ser creíble y no me atrevería a decir qué no es verdad y qué sí. Sabemos que la maldad no tiene límites, pero mientras tanto el infierno está en el alma de uno mismo y en el entorno. Ya lo decía Albert Camus en La Peste, un libro que por cierto se ha vendido muy bien los últimos días, “…Llegados al final de la peste, entre miseria y privaciones, todos esos hombres habían terminado por adoptar el traje del papel que desde hacía mucho tiempo representaban: el papel de emigrantes, cuya cara primero y ahora sus ropas hablaban de la ausencia y de la patria lejana. A partir del momento en que la peste había cerrado las puertas de la ciudad no habían vivido más que en la separación, habían sido amputados de ese calor humano que hace olvidarlo todo. En diversos grados, en todos los rincones de la ciudad, esos hombres y esas mujeres habían aspirado a una reunión que no era, para todos, de la misma naturaleza, pero que era, para todos, igualmente imposible. La mayor parte de ellos habían gritado con todas sus fuerzas hacia un ausente, el calor de un cuerpo, la ternura o la costumbre. Algunos, a veces sin saberlo, sufrían por haber quedado fuera de la amistad de los hombres, por no poder acercárseles por los medios ordinarios como son las cartas, los trenes y los barcos…”.
Algunos escritores son como profetas, en este delirio de las insinuaciones muchas veces he llegado a creer que un Dios les dicta el futuro.
Pero volviendo al tema de las ocurrencias, también se supo lo del líquido de las rodillas. ¡ah! Qué belleza pensar en esa idea, el líquido sinovial en manos de médicos locos vendiéndolos a otros psicópatas para efectos extraños. Un líquido que sirve para las articulaciones ¿tendría efecto en el mercado negro? Entiendo que es vital para nosotros los humanos, francamente no sé si se pueda vender, aunque quizás sí, finalmente en un rastro no se desperdicia nada, la prueba está en los embutidos, ¿cierto? ¿Hospitalizados y muertos para un líquido?, no lo creo. Esperen, a menos de que ese líquido genere combustible.
Pero mientras eso pasaba, participé haciendo videos recreando mi faceta histriónica y Tiktok fue muy recreativo. Observé demasiados videos haciendo lo mismo con un mismo diálogo para un ejercicio de memoria fundamental y luego me dijeron que se podía ganar dinero con esto. Y dije, bueno si tuviera más de un millón de seguidores, pero sólo logré 45 y casi lloro al ver que de un día para otro desapareció uno. Ahí comenzó realmente mi estrés.
Mi pregunta desquiciada era: ¿Quiero más seguidores o ganar dinero?, la respuesta sería la misma en ambos casos: No soy una celebridad maldita sea. Y para ganar más seguidores debo ser muy creativa o muy pendeja para perder mi tiempo de esta manera. Y de pronto, un libro me miraba con ojos de ‘a ver a qué hora’. Me detuve a hojearlo de nuevo y la brillante idea: ¿y si hago videos de libros?, ¡ay, qué creativa! Pues ni uno, ni otro. Porque mientras todo eso pasaba, casi al unísono se tienen que resolver otras tareas: home office, hija en clases virtuales, hacer comida, y la más típica y desquiciante que detona en todo momento mi trastorno obsesivo compulsivo, la limpieza y el orden. Por eso les digo, el infierno es uno.
Y entonces un día me dije a mí misma, ponte a hacer ejercicio, y desde entonces practico yoga como toda una inexperta. ¿Y si hago videos de yoga?, ¡uy, qué creativa! En tiktok descubrí cientos de yoguis con mejor cuerpo y mejores posturas. En fin, un día me enojé por no ser nadie y me salí de esa red social del demonio.
Y luego caí en el juego de los noticieros, ¡Ah!, las noticias, al principio caí en el drama diario de mirar las conferencias de un tal Gatell, de quien muchas se dicen enamoradas. Creo que es el síndrome de ‘esto es el colmo’ y de ver un güerito en la pantalla, pero bueno no las culpo. La cosa es que todas sus cifras se parecían a las de su patrón y dejé de creer también.
En fin, he descreído y creído de todo y de todos, porque las pandemias sacan lo peor o lo mejor de uno, pero repito, somos nuestro infierno o nuestro paraíso, según se vea. De pronto, me salvó Jesús de Nazareth de la mano de Giovanni Papini, un experto en biografías noveladas. Belleza aparte. Leo sobre un mesías conocido desde hace siglos y de pronto enciendo en las mañanas la televisión para ver a otro que se siente tal y digo, el infierno somos nosotros me cae, repito una y otra vez, con profunda decepción.
Mas allá de todo este soliloquio afirmo pues, que mientras tanto y en lo más profundo de mi misantropía digo y sostengo que no soporto a la gente que no cree, porque haiga sido como haiga sido, (parafraseando al más célebre de los alcohólicos que recuerda este país), este virus nos está matando.