Por Rivelino Rueda
Diseño de fotos: Camila Rueda Loya
Del pasquín artero de ayer, que exacerba el miedo y el odio, a la información falsa de hoy, que desata los instintos más miserables para sacar provecho de las múltiples tragedias que asolan a México.
Del pegote en la pared que desata la muerte, al pantallazo digital que abona a la podredumbre; de la irresponsable publicación al patético sentimiento del “todo lo sé y todo lo puedo”, Gabriel García Márquez aborda en el libro La mala hora (Editorial Oveja Negra, 1962, Bogotá, Colombia) un tema crucial de nuestros tiempos.
La información falsa, la noticia alevosa para causar daño, la difusión de mentiras sin verificar fuentes; el odio, la cicatería como un comportamiento natural en las redes sociales, en la vida misma; el ánimo de causar daño por delante y de sentirse “importante” al esparcir falacias.
El mentir abiertamente como un negocio bien remunerado. El interés económico o político detrás de ese “like”, de ese “me gusta”, de ese “comentario” que exacerba la polarización, de ese “retuit” o de ese “compartir” que provoca la enorme satisfacción de “formar parte dé”, de sentirse “incluido”.
De “ser reconocido”, de “visibilizarse” a costa de los daños hacia la colectividad, de perpetuar los miedos y los rencores a partir del “click fácil”, “cómodo”, arropándose en el mal entendido derecho a la libertad de expresión.
“Entonces fue cuando vio el papel pegado en la puerta de su casa. Lo leyó sin desmontar. El agua había disuelto el color, pero el texto escrito a pincel, con burdas letras de imprenta, seguía siendo comprensible. César Montero arrimó la mula a la pared, arrancó el papel y lo rompió en pedazos”.
García Márquez narra en esta obra –su tercera novela—el rencor acumulado en una comunidad de la ciénaga colombiana, luego de un respiro de paz en la indomable guerra civil en aquella nación. El bando ganador, conservador, se asume paternalista, calculador, tratando de administrar una paz hipócrita, densa, impuesta a punta de tortura, persecución y muerte.
En ese ambiente aparecen los pasquines en el pueblo. Tocan a todos. Pocos los ven. Pero en el ambiente Caribe de lluvias bíblicas, calores venáticos y circos luciferinos, flota en el aire un ambiente de venganza, de odio acumulado.
Las guerrillas se reactivan en la selva. El alcalde, un teniente del bando conservador, lucra con esos pegotes de odio para hacer negocios, para enriquecerse, pero además los aprovecha para exacerbar el miedo, la división, el odio entre unos y otros.
“Pastor apareció en el vano de la puerta desatornillando la boquilla del clarinete. Era un muchacho magro, recto con un bozo incipiente alineado con tijeras. Cuando vio a César Montero con los tacones afirmados en el piso de tierra y la escopeta a la altura del cinturón encañonada contra él, Pastor abrió la boca. Pero no dijo nada. Se puso pálido y sonrió. César Montero apretó primero los tacones contra el suelo, después la culata, con el codo, contra la cadera; después apretó los dientes, y al mismo tiempo el gatillo. La casa tembló con el estampido, pero César Montero no supo si fue antes o después de la conmoción cuando vio a Pastor del otro lado de la puerta, arrastándose con una ondulación de gusano sobre un reguero de minúsculas plumas ensangrentadas”.
El pasquín sin nombre, anónimo, cobarde. La nota falsa, ruin, mezquina, desde la comodidad del teléfono celular o la computadora. El dueño, director y editor de medios que buscan la ganancia fácil y, a la vez, la prevalencia de sus privilegios y de sus agendas propias, muy alejadas del bien común, de la colectividad y del interés superior del derecho a la información.
El periodista que se asume como tal que difunde mentiras sin verificar, que él mismo las crea y se aferra a mantener un entorno falsario, enajenante al miedo y al odio.
El oficio que el mismo Gabo llamó “el más maravilloso del mundo” rebajado al nivel del “meme” y del texto publicado en redes sociales. El ya normalizado “la chamba es la chamba” o “lo pidieron de allá arriba”, aunque sea mentira, como una muestra de nuestro fracaso en este oficio que alguna vez juramos defender hasta con la propia vida.
Un alcalde y sus matones. El toque de queda indefinido para administrar la polarización, el chantaje, el odio. El alcalde lucrando con las múltiples tragedias. El alcalde de la novela del de Aracataca y el dueño, directivo o editor de hoy en los medios mexicanos. Las fake news para “ganar la nota”, para “posicionarse en la agenda nacional”.
Administrar las tragedias. Mentir. Lanzar falacias y esconder la mano. Especular. Hacer del rumor primicia. Arribar a La mala hora…
“—Juguemos limpio, teniente –dijo el médico. Su voz se endureció por primera vez en mucho tiempo–. Hay que hacer esa autopsia. Ahora vamos a esclarecer el misterio de los síncopes que sufren los presos en esta cárcel.
“—Doctor –dijo el alcalde–: si se mueve de donde está lo quemo –desvió apenas la mirada hacia el párroco–. Y a usted también, padre.
“Los tres permanecieron inmóviles.
“—Además –prosiguió el alcalde dirigiéndose al sacerdote—usted debe estar complacido, padre: ese muchacho era el que ponía los pasquines.
“–Por el amor de Dios –inició el padre Ángel.
“La voz convulsiva le impidió continuar. El alcalde esperó a que pasara la crisis.
“—Oigan una vaina –dijo entonces–: voy a empezar a contar. Cuando cuente tres, me pongo a disparar con los ojos cerrados contra esa puerta. Sépalo desde ahora y para siempre –advirtió explícitamente al médico–: se acabaron los chistecillos. Estamos en guerra, doctor”.
…
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