Por Rivelino Rueda
Y sufrían al ver a los otros
y aporreábanse los pechos,
lloraban y dejaban caer los brazos.
No sabían a quién juzgar
Fiódor Dostoyevski/Crimen y castigo
Rodolfo Walsh (Lamarque, 1927-Buenos Aires, 1977) nunca fue corresponsal de guerra. Sólo se adelantó una década al llamado new journalism estadounidense con su libro Operación Masacre (1957); descubrió los planes de la CIA para la fracasada invasión en Playa Girón (1961) por medio de una investigación periodística y, el 24 de marzo de 1977, fue desaparecido por la dictadura argentina por la publicación de su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar.
Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.
Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio.
(…) Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.
Después de estas letras, Walsh ya no escribió más. Fue desaparecido por la máquina del terror implementada por la Junta Militar en aquel país del Cono Sur.
¿Qué mueve a un periodista a llevar su propia vida hasta estos límites?
“Ese era mi oficio. No fue por placer, entonces, sino por deber”. Ryszard Kapuscinski responde así a esa pregunta en el libro Los cinco sentidos del periodista.
Y añade: “Pero esa experiencia me permitió comprender algo muy positivo: que la muerte es una experiencia de vida de suma importancia. Es muy difícil expresar esto, pero vivir esta clase de acontecimientos influye en el carácter del hombre”.
Con la revolución tecnológica de las últimas décadas y con la entrada de las redes sociales como una opción para difundir información, hoy en el oficio periodístico el riesgo de morir como corresponsal de guerra ya no sólo está en la cobertura de un conflicto armado, sino en la labor cotidiana.
La muerte profesional, más que la muerte física, parece ser la opción de miles de periodistas que han optado por lo transitorio, no por lo trascendente, pero que además se jactan de estar haciendo periodismo desde la comodidad (y la irresponsabilidad) del odio, la ignorancia y la estrecha burbuja de las redes sociales.
Robert Fisk (Maidstone, Reino Unido, 1946) es uno de los grandes referentes del periodismo en Medio Oriente. A cuarenta y cinco años de haber llegado a Beirut como corresponsal de guerra, el periodista inglés planteó en 2017 el enorme dilema que existe en nuestro tiempo, no sólo para los narradores de los conflictos armados, sino para el periodismo en general, más allá de los riesgos que se corren en este oficio:
“El periodismo debería ser una profesión, pero me temo que sólo es una artesanía. Debería ser más como una vocación, algo único, que hacerla fuera un honor”.
Y es aquí donde sale a relucir la verdadera vocación de quienes ejercen el oficio periodístico, donde algunos optan por el protagonismo; por la propaganda; por buscar enriquecerse a costa de su cercanía con gente poderosa; por mentir abiertamente en su trabajo periodístico para favorecer a grupos de interés y para favorecerse a sí mismos; por quedarse con una versión y no ir más allá.
Robert Fisk de nuevo: “Los periodistas debemos abandonar la idea de ser neutrales: hay que estar al lado de los que sufren. Cuando eres testigo de barbaridades como los crímenes de guerra, debes enfadarte, no te puedes quedar sentado con tu ordenador portátil escribiendo lo que han dicho varios portavoces”.
Hoy las audiencias se dicen informadas por la opinión de “alguien influyente” en las redes sociales, que se dice experto en todos los temas o que se dice “periodista”. Hoy vale más un “punto de vista” que una investigación periodística profunda.
Hoy cuenta más un fake news que se acopla a las necesidades de un sector de la población que un trabajo desde la trinchera, verificado, con rigor, con evidencias plenas. Hoy lo que vende (porque así está planteado ya el periodismo, como un negocio) es la ocurrencia y no las ideas.
Hoy el like es más codiciado que un trabajo dedicado a acercarse a la verdad.
Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) dice en su libro Lacrónica que, si algo cambió, para bien y para mal, en el oficio periodístico fue internet: el hecho de tener a la mano cúmulos de información, el hecho de suponer que no hace falta ir a mirar.
“En estas décadas el periodismo se convirtió en una cosa que se estudia. Es otro cambio decisivo: produjo profesores, analistas, gente que sabe y que perora, el delirio incluso de hablar de ‘ciencias de la comunicación’. Y un flujo incontenible de jóvenes perdidos: el periodismo se ve fácil, aprenderlo no suena laborioso, hay periodistas que parecen ricos, que parecen famosos, que parecen tan vivos”.
@RivelinoRueda
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