El círculo vicioso

Por Carlos Alonso Chimal Ortiz

 

Para empezar, diré que es el final
no es un final feliz, tan solo es un final
pero parece ser, que ya no hay vuelta atrás.

Recuerdo ese día, cada Día de Muertos, porque fue un dos de noviembre. Eran como las once de la noche y estaba sentado en el sillón de mi casa viendo la televisión cuando recibí esa llamada…

–Hola, ¿cómo estás?

Yo conteste con un poco de hueva e indiferencia.

–Pues bien, ¿y tú?

Pensé: “Este güey esta borracho otra vez y me va a quitar mi valioso tiempo”. Eso de valioso puede ser algo peligroso, ver ese cuadro con imágenes e historias tan aburridas, desparramado en mi sillón, bebiendo cerveza solo. Me pregunté si era más “valioso” platicar con un amigo o seguir desperdiciando mi vida postrado ahí…

–Muy bien, pues aquí acordándome de los amigos. ¿Cómo te va? ¿Qué me cuentas?

Le contesté que todo bien y le inventé que tenía que salir a acompañar a mi sobrina a pedir calaverita. Le dije que si me podía llamar otro día y ya platicábamos con más calma.

–Claro que sí mi hermano, disculpa la molestia, no sabía que estabas ocupado, ya será en otra ocasión. Te mando un abrazo y espero que estés bien.

Le di las gracias y le dije que igualmente.

Muchas veces tenemos esos pequeños o grandes problemas, o simplemente estás pensando en otras cosas y no sabes si la demás gente está bien o tiene problemas; desgraciadamente mientras uno se siente bien, o piensa que todo va bien, muchas veces la demás gente no importa. Eres solo tú y ya. A veces las palabras o los actos son más filosos que las armas más cortantes de este mundo.

Pasaron algunas semanas y recordé ese momento tan descortés. Tenía tiempo y me sentía bien. Es algo egoísta pero yo me sentía bien y decidí llamar a ese amigo que había preguntado por mí, que se había tomado un momento en llamarme para preguntarme si todo iba bien, o por lo menos platicar con alguien.

Uno nunca sabe cómo se encuentra la otra persona al otro lado de la línea. Podemos ser los mejores actores y disimular esa voz que hace que te está llevando la chingada en esa voz de que todo está bien.

“El número que usted marcó no está disponible o se encuentra fuera del área de servicio.”

¡Puta madre!colgué.

Decidí seguir con mi vida normal. Le eché la culpa al destino. “Yo le llamé, no es mi pedo si está o no está. Ya me limpié las manos. En mí no quedó.”

Me encontraba en una junta de trabajo y recibí esa llamada, la cual rechacé. En la noche me volvió a llamar y estaba que me llevaba la chingada. Me acababa de pelear con mi jefe y otros compañeros…

–¿Cómo estas mi hermano?, espero que bien. Supe que me llamaste y me dio mucha alegría saber eso. ¿Qué pasa? ¿Cómo te va?

Yo como estaba que me llevaba el diablo, le dije que bien, que no era el momento y que yo me reportaría días después.

–Lo siento mucho, y lamento volverte a molestar. Estamos en contacto.

Pasaron varios días y me enteré que se había colgado en su habitación, que sufría de depresión desde varios meses atrás a causa de que su novia que lo dejó. Estuvo varios meses bebiendo y sólo quería platicar con la gente que quería. Simplemente necesitaba hablar con alguien para saber que era alguien en la vida y que tenía gente que pensaba en él…

Esa noche me salí del trabajo antes y me fui a beber unas cervezas, yo solo, pesando en que tal vez esa simple llamada hubiera podido haber cambiado su trágico final. Pensé muchas cosas, me sentía culpable, me repetía mil veces cómo es posible que una simple llamada puede cambiar el rumbo de las personas, un “hola” o un “¿cómo estás?”, o darle dos minutos el avión a alguien puede ser muy importante.

Ya como a las once de la noche, ya borracho y con todo borroso, saqué mi teléfono y le marqué a un amigo…

Me contestó como medio dormido o enojado, no lo sé, y le dije:

–Hola, ¿cómo estás?…

Recuerdo que fue un dos de noviembre y me inventó que tendría que acompañar a su sobrina a pedir calaverita…

“Y aquí en el infierno, oigo tu voz”.

 

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