Por Karenina Díaz Menchaca
¿Cuántas veces reflexionamos al día?
La manera mecánica que tenemos de vivir nos aleja de la paz y el silencio; por tanto, de la auto-reflexión. Aunque no lo crean, mirar al techo o hacia la gota que queda impresa en el baño después de ducharnos, puede aportarnos más que un momento en la televisión o perder el tiempo en Facebook.
Los momentos de meditación deben estar vacíos, pero vacíos de todo pensamiento y acción. Un hábito que puede llegar a ser complicadísimo para quienes no estamos tan vinculados con el objetivo Oriental: estar en el presente, “el Carpe Diem”.
¿Cómo puedo perderme en un punto fijo, mientras miro al techo? La mente juega con nosotros cuando aún no hemos sido capaces de dominar a la mente, pero poco a poco cuando dejamos de escuchar las voces externas y escuchar nuestra voz interna, surgen los verdaderos consejos que necesitamos para resolver nuestros problemas. En el fondo, siempre sabemos cómo hacerlo, pero lo que no hacemos es detenernos a escuchar nuestra sensible voz interna, muchas veces, la misma que está conectada con nuestra espiritualidad.
El Dalai Lama nos recuerda que: El silencio es a veces la mejor respuesta. Así que cuando la desesperación te inunde el alma, vaciarse es lo mejor.
Pero meditar no es precisamente la más fácil de las tareas. Recuerdo con mucha risa un acontecimiento del que fui testigo en aquella época en que no faltaba un solo día a correr, ahí en Los Viveros de Coyoacán, un parque ideal para amateurs del atletismo y de otras prácticas deportivas y espirituales. En sus jardines hay varios grupos que se reúnen para practicar Yoga o Tai chi. En una ocasión, yo sentada en el pasto realizando mis estiramientos, un joven comenzó la rutina con mucha solemnidad: estiró su colchoneta, dejó en el pasto su lonchera, se quitó la playera y se sentó en posición de flor de loto.
Recuerdo que el hombre, quien quería representar la mismísima espiritualidad budista, muy serio él, blanco como el papel y con gestos más bien tensos, tenía una gran preocupación por hacer bien las cosas. Yo estaba de espaldas de él, no sé si percató de mí, pero yo en mi relax de estirar las piernas y disfrutar de un día soleado y agradecida de estar ahí, me ocupé de observar la rutina de este joven nervioso.
Si ustedes conocen Los Viveros, sabrán que ahí las verdaderas reinas son las ardillas, es imposible no mirarlas y no toparse con ellas pues están muy acostumbradas a sus visitantes. Cuando uno irrumpe en una casa, uno es quien debe adaptarse a ella y no al revés. El parque de Los Viveros es la casa de las ardillas, creo que el joven pálido, lo olvidó.
Cuando el joven trataba de comenzar su profunda meditación no habían pasado ni unos 30 segundos cuando una ardilla curiosa acechó en busca de alimento adentro de la lonchera. El joven se descompuso violentamente y de un sobresalto se fue encima de la ardilla haciendo aspavientos para largarla del lugar. Por un rato, lo logró. La ardilla se alejó unos centímetros, como que parecía que se iba, pero en cuanto el joven retomo su postura, nuevamente la astuta ardilla retomó su objetivo: la lonchera.
Nuevamente el joven, de una manotazo le decía que se fuera y en esta ocasión cerró los cierres de la lonchera, parecía como si de verdad protegiera esa comida como su vida misma, pero la ardilla tenía hambre y no daba sospechas de abandonar la misión. La posición de flor de loto ya no consumaba su entera postura, cuando apenas lograba medio enredar las piernas, ahí ya estaba la ardilla burlándose de él.
La ardilla esperaba que le compartieran comida, porque sabe que así funcionan las cosas ahí. Todos les damos de comer, a pesar de las recomendaciones de los anuncios del parque de que nos las alimentemos. La escena se repitió más de cinco veces . Y yo me pregunté: ¿En dónde estuvo la verdadera meditación de este joven?, quien finalmente cogió sus cosas y se fue enojadísimo.
¿Ustedes cuál creen que hubiera sido la honesta reacción de un joven principiante?, ¿Dejar que la ardilla jugueteara por ahí?, ¿retirarse sin enojo?, o simplemente ¿concentrarse en la meditación olvidándose de la ardilla?, ó ¿patear a la ardilla?. Esta es la perfecta metáfora de la ardilla como prueba de las situaciones que no podemos dominar, pero que sí podríamos controlar ¿no creen?
Moraleja: No practiquen meditación o yoga en Los Viveros de Coyoacán, mejor quédense en su casa mirando el techo. #amorxlasardillas, #meditarsinardillas
@kareninadiaz Twitter